El fabricante de vasijas estaba sentado con las piernas cruzadas a la puerta de su casa. Hoy no daba forma a recipientes y cuencos ni los cocía. En su lugar, miraba al vacío y permanecía en silencio. A menudo lo hacía, desde que aprendió la lengua de los hombres y comenzó su asombrosa labor. Debía ser respetado. Era amable, pero tenía esos ataques. Quizá planeaba una hermosa pieza nueva, o quizá se comunicaba con los espíritus. Ciertamente era un ser especial, con su gran altura, su piel, ojos y pelo pálidos y las grandes patillas. Una capa le cubría del sol, que le resultaba más duro que a la gente normal. Dentro de la casa, su esposa molía grano silvestre en el mortero. Sus dos niños supervivientes dormían. Hubo gritos. Las labradores aparecieron. La gente se apresuró a ver qué significaba aquello. El fabricante de recipientes se Puso en pie y los siguió.
Por la orilla del río se acercaba un extraño. Los visitantes eran frecuentes, en su mayoría traían bienes para comerciar, pero nadie había visto antes a ese hombre. Tenla su mismo aspecto, pero con mas músculos. Su vestimenta era claramente diferente. Algo duro y reluciente descansaba en una funda, sobre su cadera.
¿De dónde podía venir? Seguro que los cazadores hubiesen advertido a un recién llegado que recorriese el valle hacía días. Las mujeres chillaron cuando las saludó. Los ancianos las hicieron retroceder y le ofrecieron saludos.
Llegó el fabricante de recipientes.
Durante un buen rato Tamberly y el visitante se miraron. Es de la raza autóctona. Era extraño la calma con la que lo aceptaba, ahora que al fin el tiempo le había concedido lo que deseaba. Debe de serlo. Es mejor no despertar más preguntas, incluso en la cabeza de simples miembros de la Edad de la Piedra. ¿Cómo piensa explicar el arma?
El explorador asintió.
—Casi esperaba esto —dijo en lento temporal—. ¿Me entiende?
Tamberly tenía la lengua oxidada. Sin embargo…
—Sí. Bienvenido. Eres el que he esperado durante los últimos… siete años, creo.
—Soy Guillem Cisneros. Nacido en el siglo XXX, pero con el Universarium de Halla. —En un entorno en el que el viaje en el tiempo se había conseguido y por tanto podía realizarse abiertamente.
—Y yo soy Stephen Tamberly, siglo XX, historiador de campo de la Patrulla.
Cisneros rió.
—Lo apropiado es un apretón de manos.
Los aldeanos miraban anonadados.
—¿Está varado aquí? —preguntó Cisneros, innecesariamente.
—Sí. Hay que comunicárselo a la Patrulla. Llévame a una base.
—Claro. He escondido el vehículo a diez kilómetros corriente arriba. —Cisneros vaciló—. Mi idea era pasar por un viajero, permanecer un tiempo e intentar resolver un misterio arqueológico. Sospecho que usted es la respuesta.
—Lo soy —dijo Tamberly—. Cuando comprendí que estaba atrapado a menos que recibiese ayuda, recordé la cerámica de Valdivia.
La cerámica más antigua conocida en el hemisferio occidental, y de su periodo natal. Casi un duplicado exacto de la cerámica contemporánea Jomon en el Japón arcaico. La explicación convencional era que botes de pesca habían atravesado el Pacífico empujados por el viento. La tripulación encontró refugio y enseñó el arte a los nativos. No tenía mucho sentido. Había que sobrevivir a más de ocho mil millas náuticas; y aquellos hombres resulta que poseían unas complejas habilidades que en su sociedad eran cosa de mujeres.
—Así que la creé yo y esperé a que apareciese alguien del futuro.
No había violado del todo las leyes de la Patrulla. Por necesidad eran flexibles. Consideradas las circunstancias, su regreso era importante.
—Es ingenioso —dijo Cisneros—. ¿Cómo ha sido su vida aquí?
—Son gente agradable —contestó Tamberly.
Me dolerá decirle adiós a Aruna y a los pequeños. Si fuese un santo, jamás hubiese aceptado cuando su padre me la ofreció. Esos siete años se hacían muy largos y no sabía si terminarían. Mi familia me echará de menos, pero le dejaré tanto mana que pronto encontrará otro marido (un hombre fuerte, probablemente Ulamamo) y vivirán tan bien y tan felices como cualquier otro de la tribu. Que a su modo humilde, es mucho mejor forma de vida que la de muchos seres humanos del futuro.
No podía librarse del todo de las dudas y la culpa, y sabía que nunca lo haría, pero en él se despertó la alegría. Vuelvo a casa.
25 de mayo de 1987
Luz suave. Porcelana, cubiertos de plata y vidrio de calidad. No sé si Ernie’s es el mejor restaurante de San Francisco eso es cuestión de gustos— pero ciertamente está entre los diez primeros. Menos para Manse, que me dijo que le gustaría llevarme a los años setenta, antes de que se retirasen los dueños de Mingei-Ya. Levanta su copa de jerez.
—Por el futuro —dice. Hago lo mismo.
—Y por el pasado.
Chin, chin. Magnífico.
—Ahora podemos hablar. —Cuando sonríe la cara se le llena de arrugas y ya no parece familiar—. Siento que no hayamos podido hacerlo antes, aparte de llamarte para decirte que tu tío estaba bien y para invitarte a cenar, pero he estado dando saltos como una pulga en una plancha, intentado dejarlo todo bien atado.
Le pincho un poco.
—¿No podías haberlo hecho y luego retroceder un par de horas para quitarme la angustia?
Se pone serio. Oh, hay mucho pesar no expresado en su voz.
—No. Eso hubiese sido demasiado ajustado. En la Patrulla se nos permiten nuestros saltos de placer, pero no cuando pueden complicar las cosas.
—Eh, Manse, bromeaba. —Tiendo la mano y toco la suya—. Voy a conseguir una gran comida, ¿no? —Y un vestido ceñido, y el pelo bien arreglado.
—Te la has ganado —dice, más aliviado de lo que debiera estar un tipo duro que va de un lado a otro del espacio-tiempo.
Basta por ahora. Hay demasiadas cosas que preguntar.
—¿Qué hay de tío Steve? Me contaste cómo se liberó, pero ¿dónde está?
Manse ríe.
—Eso no importa, ¿verdad? Un centro de información en algún lugar y en algún tiempo. Pasará un largo permiso con su esposa en Londres antes de volver al servicio. Estoy seguro de que te visitará, así como al resto de sus parientes. Ten paciencia.
—Y… ¿después?
—Bien, tenemos que terminar el asunto de una forma que deje intacta la estructura del tiempo. Pondremos a fray Esteban Tanaquil y a don Luis Castelar en ese palacio del tesoro de Cajamarca, en 1533, un minuto o dos después de que los exaltacionistas se los llevasen. Saldrán a pie y eso será todo.
Frunció el ceño.
—Ah, mencionaste antes que los guardias se habían sentido preocupados y habían mirado dentro, para no encontrar a nadie. Produjo toda una conmoción. ¿Podéis cambiar eso?
Él sonríe.
—¡Dama lista! Excelente pregunta. Sí, en tales casos, cuando el pasado ha sido deformado, la Patrulla anula los acontecimientos que fluyen de ese punto. Digamos que restauramos la historia «original». En todo lo posible.
Preocupación, que produce un extraño dolor.
—Pero Luis. Después de lo que ha pasado.
Manse toma un trago, hace girar el vaso entre los dedos y mira el líquido ámbar que contiene.
—Pensamos en invitarlo a unirse a la Patrulla, pero sus valores son incompatibles con los nuestros. Se le condicionará para guardar el secreto. El condicionamiento es inofensivo en sí mismo, pero hace que una persona sea incapaz de revelar la existencia del viaje en el tiempo. Si lo intenta, y lo hará, la garganta se le agarrotará y la lengua se le inmovilizará. Pronto dejará de intentarlo.
Agitó la cabeza.
—Para él será terrible.