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Manse mantiene la calma. Es como una montaña, tímidas florecillas dispersas por la superficie, pero por debajo una masa rocosa.

—¿Preferirías que lo hubiésemos matado, o le hubiésemos borrado la memoria para dejarlo sin mente? A pesar de los problemas que nos dio no tenemos nada contra él.

—¡Pero él sí!

—Ajá. No ataca a tu tío en la cámara del tesoro, porque fray Tanaquil abre la puerta y dice a los guardias que ha terminado. Sin embargo, no sería inteligente mantener allí a fray Tanaquil. Por la mañana se aleja, como si fuese a dar un paseo mientras medita y nadie vuelve a verlo. Los soldados lo echan de menos, era un tipo tan encantador, y buscan, sin éxito, y deciden que debió de tener algún accidente. Don Luis dice que no sabe nada. —Manse suspira—. Tendremos que dejar el proyecto holográfico. Bien, quizá alguien pueda llegar hasta esos objetos cuando se encontraban en su emplazamiento original. Plantaremos nuevos agentes para seguir el resto de la carrera de Pizarro. Tu tío tendrá otra misión. Quizá decida pasar a la administración, como su esposa desea.

Tomo un trago de mi copa.

—¿Qué pasará… pasó con Luis?

Me mira de cerca.

—Te preocupas por él, ¿no?

Siento calor en las mejillas.

—No de, ya sabes, ninguna forma romántica. No lo tendría en el árbol de Navidad. Pero es una persona que he conocido.

Él vuelve a sonreír.

—Comprendo. Bien, ésa es otra de las cosas que he estado comprobando hoy. Vigilamos a don Luis Castelar el resto de su vida, por si acaso. Se adapta con rapidez. Continúa como oficial de Pizarro, distinguiéndose en Cuzco y en la lucha contra Almagro. —¿Con qué tristeza interior?—. Al fin, cuando el país esté dividido entre los conquistadores, se convierte en un gran terrateniente. Por cierto, es uno de los pocos españoles que intentaron que los indios tuviesen un trato justo.

Más tarde, cuando su mujer haya muerto, toma los hábitos y se convierte en monje. Habrá tenido hijos, cuyos descendientes prosperarán. Entre ellos hay una mujer que se casa con un capitán de Norteamérica. Sí, Wanda, ese hombre con el que te encontraste era tu antepasado.

¡Caray! Me recupero al cabo de un minuto.

—Viaje en el tiempo. —Todas las épocas a disposición de uno.

Deberíamos examinar el menú. Pero…

Cálmate, corazón, o como sea la estúpida frase. Me inclino. De alguna forma no tengo miedo, no cuando me mira así. Sólo que las palabras salen entrecortadas, con pequeños escalofríos por la espalda.

—¿Q-qué hay de mí, Manse? También conozco el secreto.

—Ah, sí —dice. Qué amable—. Es típico de ti, creo, preguntar primero por los otros. Bien, tienes también un papel que representar. Te devolveremos a las islas Galápagos, vestida con la misma ropa de entonces, unos pocos minutos después. Te reunirás con tus amigos, terminarás el viaje, volarás desde Baltra a ese manicomio conocido como Aeropuerto Internacional de Guayaquil, y de vuelta a casa, a California.

—¿Y luego? ¿Luego?

—Lo que suceda después lo decides tú —prosigue—. Puedes aceptar el condicionamiento. No es que no confiemos en ti, pero la regla es estricta. Repito que es indoloro y no provoca ningún daño y, como estoy convencido de que jamás nos delatarías, para ti no representará ninguna diferencia. Podrás seguir con tu vida del siglo XX. Cuando tú y tu tío Steve estéis en privado, podrás hablar libremente con él.

Tensó los tendones, acumuló valor.

—¿Tengo otra elección?

—Claro. Puedes convertirte en viajera del tiempo.

Increíble. ¿Yo? Y sin embargo lo esperaba. Pero:

—Yo, yo, yo me pregunto si seré una buena policía.

—No muy buena, probablemente. —Oigo al otro lado de la luz—. Eres demasiado independiente. Pero la Patrulla es responsable tanto de las eras prehistóricas como de las históricas. Eso requiere conocimiento del ambiente, lo que exige científicos de campo. ¿Te gustaría estudiar paleontología con animales vivos?

Vale, vale, me pongo en evidencia. Me pongo en pie de un salto y violo la paz de Ernie’s con un grito de guerra. Manse ríe.

Mamuts, osos de las cavernas y dodos, ¡genial!