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Los guardias se situaron a ambos lados de la entrada. Uno era hombre, el otro mujer, menos fría. El líder se sentó en una silla e invitó a Tamberly a tomar la otra. Se ajustó a su forma, a todos sus movimientos. El líder señaló una garrafa y vasos sobre la mesa. Eran esmaltados… fabricados en Venecia por esa misma época, juzgó Tamberly. ¿Comprados? ¿Robados? ¿Pillaje? El hombre se adelantó para servir dos. Su amo y Tamberly las tomaron.

Sonriendo, el líder levantó su copa y murmuró:

—A su salud. —Implícitamente: Mejor que haga lo que sea necesario para conservarla. El vino era una especie de Chablis áspero, tan refrescante que Tamberly pensó que debía de contener un estimulante. En el futuro tenían un amplio y sutil conocimiento de la química humana.

—Bien —dijo el líder. Su tono era amable—. Obviamente pertenece a la Patrulla. Lo que tenía en la mano era un grabador holográfico. Y la Patrulla nunca permitiría a un visitante recorrer un momento tan crítico, excepto a uno de los suyos.

La garganta de Tamberly se contrajo. Se notaba la lengua de corcho. Era el bloqueo colocado en su mente durante el entrenamiento, un reflejo para evitar que revelase a personas no autorizadas que se podía recorrer la historia—. Eh, eh… yo… —El sudor le recorría la piel.

—Mis condolencias. —¿Había burla en las palabras?—. Conozco bien su condicionamiento. También sé que opera dentro de los límites del sentido común. Como nosotros somos viajeros temporales, tiene libertad para discutir el asunto, aunque no los detalles que la Patrulla prefiere mantener en secreto. ¿Ayudaría si me presentase? Merau Varagan. Si ha oído hablar de mi raza, sería probablemente bajo el nombre de exaltacionistas.

Tamberly recordaba lo suficiente para convertir aquel momento en una pesadilla. El milenio XXXI fue… es… será —sólo la gramática temporal tenía los verbos y tiempos para tratar esos conceptos— mucho antes que el desarrollo de las primeras máquinas del tiempo, pero miembros elegidos de su civilización conocen el viaje, participan en él; algunos se unen a la Patrulla, como muchos individuos en la mayoría de los entornos. Sólo que… esa era tiene sus superhombres, poseen genes modificados que los convierten en aventureros de la frontera espacial. Acabaron bajo el peso de esa civilización suya, que para ellos era más antigua que la Edad de Piedra para mí, y se rebelaron, perdieron y huyeron; pero habían descubierto el gran hecho, que el viaje en el tiempo existía, y se las habían arreglado, increíble, para robar algunos vehículos. Desde entonces la Patrulla les sigue la pista, para que no cometan actos peores, pero no conozco ningún informe de que la Patrulla los «atrapará»…

—No puedo decirle más de lo que ha deducido —protestó—. No podría ni aunque me torturase hasta la muerte.

—Cuando un hombre juega a un juego peligroso —contestó Merau Varagan— debería estar preparado para los imprevistos. Admito que no previmos su presencia. Pensamos que la cámara del tesoro estaría desierta por la noche a excepción de los guardias apostados en el exterior. Sin embargo, siempre hemos tenido en la cabeza la posibilidad de un encuentro con la Patrulla. Raor, el quiradex.

Antes de que Tamberly pudiese interrogarse sobre el significado de la palabra, la mujer estaba a su lado. El horror lo atravesó al adivinar su propósito. Empezó a ponerse en pie, para luchar por liberarse, para hacer que lo matasen, lo que fuese.

La pistola disparó. Estaba ajustada a poca potencia. Sus músculos se rindieron y cayó de nuevo sobre la silla. Sólo el abrazo le impidió caer sobre la alfombra.

Ella fue al armario y volvió con un objeto: una caja y una especie de casco luminoso, unidos por cables. El hemisferio fue colocado sobre su cabeza. Los dedos de Raor bailaron sobre puntos luminosos que debían de ser controles. En el aire aparecieron unos símbolos. ¿Medidas? Un zumbido se apoderó de Tamberly. Creció y creció hasta ser todo lo que había, se perdió en él, se hundió en la noche de su corazón.

Lentamente volvió a ascender. Recuperó el uso de los músculos y se enderezó en el asiento. Estaba completamente relajado, como después de un buen sueño. Parecía apartado de sí mismo, un observador externo, sin emociones. Pero estaba completamente despierto. Cada detalle sensorial estaba destacado, los olores de su hábito sin lavar y de su cuerpo, el aire de las montañas que penetraba por la entrada, el rostro sardónico de Varagan como un césar, Raor con la caja en las manos, el peso del casco, un mosca en la pared como si quisiese recordarle que era tan mortal como ella.

Varagan se echó atrás, cruzó las piernas, juntó los dedos y dijo con extraña cortesía.

—Su nombre y origen, por favor.

—Stephen John Tamberly. Nacido en San Francisco, California, Estados Unidos de América, el veintitrés de junio de 1937.

Contestó con toda sinceridad. Debía hacerlo. O, más bien, sus recuerdos, nervios y boca debían hacerlo. El quiradex era el interrogador definitivo. Ni siquiera podía sentir lo horroroso de la situación. En lo más profundo, algo gritaba, pero su mente consciente se había convertido en una máquina.

—¿Y cuándo fue reclutado por la Patrulla?

—En 1968. —Fue demasiado gradual para concretar una fecha. Un colega le presentó a varios amigos, tipos interesantes que, comprendió después, lo sondearon; luego aceptó realizar ciertas pruebas, supuestamente como parte de un proyecto de investigación psicológica; después se le reveló la situación; se le invitó a alistarse y aceptó deseoso, como ellos ya sabían que haría. Bien, estaba en lo peor del divorcio. La decisión hubiese sido más difícil si hubiese tenido que vivir constantemente una doble vida. Sin embargo, sabía que lo hubiese hecho, porque le daba mundos a explorar que hasta entonces no habían sido más que textos, ruinas, fragmentos y huesos muertos.

—¿Cuál es su posición en la organización?

—No soy policía ni hago rescates, o nada similar. Soy historiador de campo. En casa era antropólogo, había realizado investigaciones entre los quechua modernos, luego me adentré en la arqueología de la región. Eso me convirtió en una elección natural para el periodo de la Conquista. Me hubiese gustado más investigar las sociedades precolombinas pero, por supuesto, era imposible; hubiese llamado demasiado la atención.

—Comprendo. ¿Cuánto ha durado hasta ahora su carrera en la Patrulla?

—Como unos sesenta años de tiempo de vida. —Podías durar siglos, dando vueltas por el tiempo. Un tremendo privilegio de ser miembro era el proceso de longevidad de una era futura. Claro está, eso traía el dolor de ver a la gente que querías envejecer y morir, sin saber nunca lo que tú sabías. Para escapar de eso, generalmente te apartabas de sus vidas, que creyesen que te habías mudado, haciendo que los contactos con ellos se redujesen gradualmente hasta la nada. Porque no debían percibir que los años no te afectaban a ti como a ellos.

—¿De dónde y cuándo partió para esta última misión?

—De California, en 1986. —Había mantenido sus relaciones más tiempo que la mayoría de los agentes. Su edad en línea vital podía ser de noventa años, su edad biológica de treinta, pero la tensión y la pena se cobraban su precio, y en 1986 podía reclamar la edad de cincuenta años en el calendario, aunque la gente comentaba a menudo lo joven que se conservaba. Dios sabía que había mucha miseria en los días de un patrullero, así como aventuras. Veías demasiadas cosas.

—Humm —dijo Varagan—. Después lo examinaremos con más detalle. Primero describa su misión. ¿Qué hacía el siglo pasado en Cajamarca?