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– Vente, querida -dijo Adán Uno, cogiéndola del codo-. Será mejor. De todas maneras, has perdido el trabajo.

Los dos matones de Blanco ya habían aparecido y estaban echando a golpes a los mocosos. Aunque él estaba aturdido, tenía los ojos abiertos y clavados en Toby. Le había dolido esa patada; peor, había quedado humillado por ella en público. Lo había desprestigiado. En cualquier momento se levantaría y la pulverizaría.

– ¡Zorra! -dijo con voz ronca-. ¡Te cortaré las tetas!

Entonces Toby se vio rodeada por una multitud de niños. Dos de ellos la cogieron de las manos y los demás formaron en guardia de honor, por delante y por detrás.

– Deprisa, deprisa -iban diciendo mientras tiraban de ella y la empujaban por la calle.

Sonaba un rugido a sus espaldas.

– Vuelve aquí, zorra.

– Deprisa, por aquí -dijo el chico más alto.

Con Adán Uno cubriendo la retaguardia, Toby y los chiquillos trotaron por las calles de la Alcantarilla. Era como un desfile: la gente miraba. Además de su pánico, Toby se sentía irreal y un poco mareada.

Las multitudes empezaron a disolverse y los olores se tornaron menos acres; había menos tiendas cerradas con tablones.

– Más deprisa -dijo Adán Uno.

Corrieron por un callejón y doblaron varias esquinas en rápida sucesión hasta que los gritos se desvanecieron.

Llegaron a una fábrica de ladrillo rojo de la edad moderna. Delante había un cartel que rezaba: Pachinko, encima de otro más pequeño en el que se leía: «Masaje personal Stardust, segundo piso, se consienten todos los caprichos, arreglos de nariz extra.» Los niños corrieron hasta el lateral del edificio y empezaron a subir por la escalera de incendios, y Toby los siguió. Estaba sin aliento, pero ellos trepaban como monos. Cuando llegaron al tejado, cada uno de ellos le dijo «Bienvenida a nuestro jardín» y la abrazó, y Toby quedó envuelta por el olor dulce y salado de niños que no se han lavado.

Toby no recordaba que la abrazara un niño. Para los niños debía de ser una formalidad, como abrazar a una tía lejana, pero para ella fue algo que no sabía definir: desconcertante, suavemente íntimo. Como ser acariciada por el hocico de un conejo. Pero un conejo de Marte. Sin embargo, le resultaba emocionante: estaba emocionada, de una forma impersonal pero amable que no era sexual. Considerando cómo había estado viviendo últimamente, teniendo en cuenta que las manos de Blanco eran las únicas que la habían tocado, parte de la sensación de extrañeza tenía que deberse a eso.

También había adultos, extendiendo las manos a modo de saludo -las mujeres con vestidos holgados, los hombres con monos de trabajo- y allí, de repente, estaba Rebecca.

– Lo has logrado, corazón -dijo-. ¡Se lo dije! ¡Sabía que te sacarían!

El Jardín no era para nada como Toby lo había imaginado por los rumores. No se trataba de una marisma recocida llena de desechos vegetales podridos, sino más bien de todo lo contrario. Miró a su alrededor, admirada: era muy hermoso, con plantas y flores de muchos tipos que ella jamás había visto antes. Había mariposas de colores intensos; se percibía el zumbido cercano de las abejas. Cada pétalo, cada hoja rebosaban vida, brillaban como si fueran conscientes de su presencia. Incluso el aire del Jardín era diferente.

Se dio cuenta de que estaba llorando de alivio y gratitud. Era como si una mano grande, benevolente, se hubiera dignado a rescatarla y sacarla a flote. Después, oiría con frecuencia a Adán Uno hablando de «ser inundado con la luz de la Creación de Dios», y sin saberlo todavía era así como se sentía en ese momento.

– Estoy encantado de que hayas tomado esta decisión, querida -dijo Adán Uno.

Pero Toby no creía que hubiera tomado ninguna decisión en absoluto. Las circunstancias lo habían hecho por ella. A pesar de todo lo que ocurrió después, ése fue un momento que nunca olvidó.

Esa primera tarde, hubo una modesta celebración en honor de la llegada de Toby. Se formó un gran alboroto sobre la abertura de un frasco de ciertos elementos morados en conserva -fue la primera vez que probó las bayas de saúco- y sacaron un pote de miel como si del Santo Grial se tratara.

Adán Uno dio un pequeño sermón sobre los salvamentos providenciales. Se mencionó el tizón rescatado del fuego y la oveja extraviada -había oído hablar de ello antes, en la iglesia-, pero también se utilizaron otros ejemplos de rescates que no le resultaban familiares: el caracol realojado, la pera caída del árbol. Luego comieron una especie de panqueque de lentejas y un plato llamado revuelto de setas encurtidas de Pilar, seguido de rebanadas de pan de soja con las bayas moradas y la miel.

Pasada la euforia inicial, Toby estaba aturdida e inquieta. ¿Cómo había llegado ahí, a ese enclave inverosímil y en cierto modo inquietante? ¿Qué estaba haciendo entre aquella gente rara pero cordial, de religión extravagante y, en ese momento, dientes morados?

10

Las primeras semanas de Toby con los Jardineros no resultaron tranquilizadoras. Adán Uno no le dio ninguna instrucción: simplemente la observaba, por lo cual comprendió que se hallaba en libertad vigilada. Ella trató de integrarse, de ayudar cuando se la necesitaba, pero demostró su ineptitud en las tareas rutinarias. No sabía dar puntadas minúsculas como quería Eva Nueve (Nuala) y, después de sangrar sobre unas pocas ensaladas, Rebecca le pidió que dejara de cortar la verdura.

– Si quiero que parezca remolacha, pondré remolacha -le dijo.

Burt -Adán Trece, a cargo del huerto- la desalentó de arrancar malas hierbas después de que arrancara por error varias alcachofas. A cambio, la dejaron limpiar los biodoros violetas. Era una tarea simple que no requería ninguna preparación especial. De manera que se dedicó a eso.

Adán Uno era más que consciente de todos sus esfuerzos.

– Los biodoros no son tan malos, ¿no? -le dijo un día-. Al fin y al cabo, aquí somos vegetarianos estrictos.

Toby se preguntó qué quería decir, pero enseguida se dio cuenta: menos oloroso. Más vaca que perro.

Tardó un tiempo en formarse una idea de la jerarquía de los Jardineros. Adán Uno insistía en que todos los Jardineros eran iguales en lo espiritual; sin embargo, eso no valía en cuanto a lo materiaclass="underline" los Adanes y las Evas ocupaban los rangos más altos, mientras que sus números indicaban áreas de experiencia y no un orden de importancia. Pensó que en muchos sentidos era como un monasterio. El capítulo interno, luego los hermanos seglares. Y las hermanas seglares, desde luego. Salvo que no se requería castidad.

Puesto que estaba aceptando la hospitalidad jardinera y fingiendo -Toby no era una auténtica conversa-, sentía que tenía que pagarlo trabajando con tesón. A la limpieza de los biodoros violeta añadió otras labores. Subía tierra fresca al tejado por la escalera de incendios -los Jardineros tenían reservas de tierra que sacaban de solares y construcciones abandonadas- para mezclarla con compost, y con subproductos de los biodoros violeta. Fundía los últimos trozos de pastillas de jabón y trasvasaba y etiquetaba vinagre. Empaquetaba gusanos del Árbol de la Vida de Intercambio de Productos Naturales, fregaba la cinta de gimnasio Corre hacia la Luz, barría los dormitorios del piso de debajo del tejado, donde los solteros del grupo pernoctaban en futones rellenos con material de plantas secas.

Al cabo de varios meses, Adán Uno le propuso que pusiera en acción sus otros talentos.

– ¿Qué otros talentos? -preguntó Toby.

– ¿No estudiaste Medicina Holística? -dijo Adán Uno-. ¿En la Martha Graham?

– Sí -respondió Toby. No tenía sentido preguntar cómo Adán Uno sabía eso de ella. Él simplemente sabía cosas.