De modo que se puso a preparar lociones y cremas de hierbas. No había que cortar mucho y tenía un brazo fuerte para el mortero y la mano del almirez. Poco después, Adán Uno le pidió que compartiera su talento con los niños, y así añadió varias clases diarias a su rutina.
Para entonces estaba acostumbrada a la vestimenta oscura, a esa especie de sacos que llevaban las mujeres.
– Déjate crecer el pelo -le dijo Nuala-. Olvídate de ese aspecto rapado. Todas las mujeres Jardineras llevamos el pelo largo.
Cuando Toby preguntó por qué, se le hizo saber que la preferencia estética correspondía a Dios. Esa clase de mojigatería de sonrisa mandona era demasiado penetrante para Toby, sobre todo en el caso de las componentes femeninas de la secta.
De vez en cuando pensaba en desertar. Para empezar, sentía poderosas aunque bochornosas ansias de proteína animal.
– ¿Alguna vez tienes ganas de comerte un SecretBurger? -le preguntó a Rebecca.
Rebecca formaba parte de su mundo anterior y Toby podía discutir esas cosas con ella.
– Debo admitirlo -dijo Rebecca-. Tengo esas ideas. Les ponían algo, ha de ser eso. Alguna sustancia adictiva.
La comida era bastante agradable -Rebecca hacía todo lo posible con los escasos ingredientes disponibles-, pero resultaba repetitiva. Además, las plegarias eran tediosas y la teología rara: ¿por qué ser tan quisquilloso con los detalles del estilo de vida si creías que pronto todo el mundo sería barrido de la faz del planeta? Los Jardineros estaban convencidos de la inminencia de un desastre, aunque Toby no veía ninguna prueba sólida. Tal vez estaban leyendo las entrañas de las aves.
Iba a producirse en cualquier momento una mortandad masiva de la raza humana, debido a la superpoblación y la maldad, pero los Jardineros se excluían: pretendían navegar en el Diluvio Seco, con la ayuda de la comida que estaban almacenando en lugares ocultos que llamaban Ararats. En cuanto a los dispositivos de flotación en los cuales huirían del Diluvio, ellos mismos serían sus propias arcas, llenas de sus propias colecciones de animales, o al menos los nombres de esos animales. Por consiguiente, sobrevivirían para repoblar la tierra. O algo por el estilo.
Toby le preguntó a Rebecca si de verdad creía en el discurso de desastre total de los Jardineros, pero Rebecca no cedía. «Son buena gente -era lo único que decía-. Lo que ha de pasar, pasará, así que calma.» Y a continuación le daba a Toby un donut de soja y miel.
Buena gente o no, Toby no se imaginaba ocultándose de la realidad entre esos fugitivos por mucho tiempo. Sin embargo, no podía marcharse abiertamente. Eso habría sido demasiado descarado e ingrato: al fin y al cabo, esas personas le habían salvado el pellejo. De modo que se imaginó que se escabullía por la escalera de incendios -pasando el piso de los dormitorios y el antro de pachinko y el salón de masaje en los pisos inferiores- y salía corriendo al abrigo de la oscuridad para hacer autostop a un coche solar que la llevara a alguna ciudad situada más al norte. Los aviones estaban descartados porque eran demasiado caros y se hallaban bajo vigilancia de Corpsegur. Y aunque hubiera tenido dinero para ello no podía tomar el tren bala: allí comprobaban la identidad y ella no tenía ninguna.
No sólo eso, sino que Blanco seguiría buscándola en las calles de la plebilla, él y sus dos matones. Alardeaba de que ninguna mujer había escapado de él. Tarde o temprano la encontraría y se lo haría pagar. Esa patada suya le costaría cara. Para hacer borrón y cuenta nueva haría falta una violación en grupo o su cabeza clavada en una pértiga.
¿Era posible que él no supiera dónde estaba? No: las bandas de las plebillas seguro que tenían alguna idea, del mismo modo que captaban cualquier rumor y se lo vendían. Toby había estado evitando las calles, pero ¿qué iba a impedir que Blanco subiera al tejado por la escalera de incendios? Al final, Toby compartió sus temores con Adán Uno. Él conocía a Blanco y lo que era capaz de hacer: lo había visto en acción.
– No quiero poner en peligro a los Jardineros -fue la forma de expresarlo de Toby.
– Querida -dijo Adán Uno-, estás a salvo con nosotros. O moderadamente a salvo.
Le explicó que Blanco pertenecía a la mafia de la Alcantarilla, y los Jardineros eran vecinos, del Sumidero.
– Diferentes plebillas, diferentes mafias -explicó Adán Uno-. No pasan los límites a no ser que haya una guerra de mafias. Además, Corpsegur controla las mafias y, según nuestra información, nos han declarado en zona vedada.
– ¿Por qué iban a molestarse en hacerlo? -preguntó Toby.
– Sería malo para su imagen extirpar algo que lleva el nombre de Dios -dijo Adán Uno-. Las corporaciones no lo aprobarían, considerando la influencia de los Petrobautistas y los Frutos Conocidos. Aseguran que respetan el Espíritu y favorecen la tolerancia religiosa, siempre que la religión no vuele nada por los aires: tienen aversión a la destrucción de la propiedad privada.
– No es posible que les gustemos -dijo Toby.
– Por supuesto que no -dijo Adán Uno-. Nos ven como fanáticos retorcidos que combinan el extremismo alimentario con un pésimo sentido de la moda y una actitud puritana frente a las compras. Pero no tenemos nada que les interese, por eso no nos califican de terroristas. Duerme tranquila, querida Toby. Los ángeles te protegen.
Curiosos ángeles, pensó Toby. No todos ellos eran ángeles de luz. Aun así, durmió más tranquila en su camastro de farfolla.
El Banquete de Adán y Todos los Primates
De la metodología de Dios en la creación del hombre.
Narrado por Adán Uno
Queridos compañeros Jardineros en la Tierra que es el Jardín de Dios:
¡Qué maravilloso es veros a todos reunidos aquí en nuestro hermoso Jardín del Edén en el Tejado! He disfrutado viendo el excelente Árbol de los Animales creado por nuestros niños con objetos de plástico que ellos mismos han recogido -¡un ejemplo excelente de reciclaje de materiales inicuos!- y espero con muchas ganas la inminente comida de hermandad: el delicioso pastel que Rebecca prepara con los nabos que reservamos de la última cosecha, por no mencionar el revuelto de setas encurtidas cortesía de Pilar, nuestra Eva Seis. También celebramos el ascenso de Toby a la categoría de docente. Con su tesón y dedicación, Toby nos ha enseñado que una persona puede superar infinidad de experiencias dolorosas y obstáculos internos una vez que atisba la luz de la verdad. Estamos muy orgullosos de ti, Toby.
En el Banquete de Adán y Todos los Primates, reivindicamos a nuestros ancestros primates: una afirmación que nos ha acarreado la ira de aquellos que persisten de un modo arrogante en el negacionismo. Pero afirmamos, también, la actuación divina que causó que fuéramos creados en la forma en que lo fuimos, y esto ha enrabietado a los científicos necios convencidos de que Dios no existe. Aseguran la inexistencia de Dios porque no pueden ponerlo en un tubo de ensayo ni pesarlo ni medirlo. Pero Dios es Espíritu puro; por lo tanto ¿cómo puede alguien razonar que la imposibilidad de medir lo que no es mensurable prueba su no existencia? Dios es de hecho la no cosa, la no cosidad, mediante la cual y por la cual existen todas las cosas materiales; porque si no hubiera la no cosidad, la existencia estaría tan repleta de materialidad que ninguna cosa podría distinguirse de otra. La mera existencia de objetos materiales distintos es una prueba de la no cosidad de Dios.
¿Dónde estaban los científicos necios cuando Dios colocó los cimientos de la Tierra interponiendo su propio Espíritu entre una gota de materia y otra, dando así lugar a las formas? ¿Dónde estaban «cuando clamaban a coro todas las estrellas del alba»? Pero perdonémosles de corazón, porque nuestra tarea de hoy no es la reprimenda, sino contemplar nuestro propio estado terrenal con toda humildad.