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Adán Uno era consciente de estas señales. Toby había comprendido con el tiempo que sería un error subestimarlo. Aunque su barba había adquirido un color blanco inocente y sus ojos azules eran redondos y cándidos como los de un bebé, aunque parecía muy confiado y vulnerable, Toby sentía que nunca encontraría a nadie con una determinación tan fuerte. No blandía esa determinación como un arma, simplemente flotaba en ella y se dejaba llevar por ella. Sería duro de atacar: como enfrentarse a la marea.

– Ahora está en Painball, querida -le dijo un bonito Día de San Mendel-. Puede que nunca lo suelten. Quizá volverá a los elementos allí.

El corazón de Toby palpitaba con fuerza.

– ¿Qué hizo?

– Mató a una mujer -dijo Adán Uno-. De las que no puedes matar. Una mujer de una de las corporaciones que estaba buscando excitación en las plebillas. Ojalá no lo hicieran. Esta vez Corpsegur se ha visto obligado a actuar.

Toby había oído hablar de Painball. Era un centro para criminales condenados, tanto políticos como comunes: les daban a elegir entre ser ejecutados con un pulverizador o cumplir condena en el Painball Arena, que no era ningún estadio sino un bosque cerrado. Tenías comida suficiente para dos semanas más la pistola de Painball. Ésta disparaba pintura como una pistola normal de paintball, pero un impacto en los ojos te cegaría y si entraba en contacto con la piel empezabas a corroerte, y entonces serías un objetivo fácil para los cortagargantas del otro equipo. Porque cualquiera que entrara era asignado a uno de los dos equipos: el Rojo o el Dorado.

Las mujeres criminales casi nunca elegían Painball; preferían el pulverizador. Lo mismo hacían la mayoría de los políticos. Sabían que no tendrían oportunidad allí y preferían acabar de una vez. Toby podía entenderlo.

Durante mucho tiempo mantuvieron el secreto del Painball Arena, como las luchas de gallos y la Rendición Interna, pero comentaban que ya podía verse en pantalla. En el bosque de Painball había cámaras ocultas en árboles e incrustadas en rocas, aunque con frecuencia no había mucho que ver salvo una pierna, un brazo o una sombra desdibujada, porque, como es lógico, los painballers se escondían. Sin embargo, de cuando en cuando se producía un disparo justo en pantalla. El que sobrevivía un mes, era bueno; más que eso, era muy bueno. Algunos se quedaban enganchados a la adrenalina y no querían salir cuando se les acababa el tiempo. Incluso los profesionales de Corpsegur tenían miedo de los painballers de larga duración.

Algunos equipos colgaban sus presas de un árbol, otros mutilaban los cuerpos. Les cortaban la cabeza, les arrancaban el corazón y los riñones. Lo hacían para intimidar al otro equipo. Se comían una parte si se estaba agotando la comida, o sólo para mostrar lo pérfidos que eran. Al cabo de un rato, pensaba Toby, no sólo cruzarías la línea, sino que olvidarías que había líneas. Harías lo que hiciera falta.

Tuvo una visión fugaz de Blanco, decapitado, colgando cabeza abajo. ¿Qué sintió al verlo? ¿Placer? ¿Pena? No sabría decirlo.

Pidió hacer una vigilia, y la pasó de rodillas, tratando de fundirse mentalmente con una planta de guisantes. Las parras, las flores, las hojas, las vainas. ¡Tan verde y balsámico! Casi funcionó.

Un día, la vieja Pilar cara de nuez -Eva Seis- le preguntó a Toby si quería aprender a cuidar de las abejas. Abejas y hongos eran las especialidades de Pilar. A Toby le caía bien Pilar, quien parecía amable y poseía una serenidad envidiable, de manera que aceptó.

– Bien -dijo Pilar-. Siempre puedes contarles tus problemas a las abejas.

De manera que Adán Uno no era la única persona que había registrado las preocupaciones de Toby. Pilar se la llevó a visitar las colmenas y la presentó a las abejas por su nombre.

– Han de saber que eres una amiga -dijo-. Pueden olerte. Tú muévete despacio -la advirtió cuando las abejas envolvieron el brazo desnudo de Toby como una piel dorada-. Te conocerán la próxima vez. Ah, si te pican no les des un manotazo. Sólo arráncate el aguijón. Pero no te picarán si no están asustadas, porque picar las mata.

Pilar tenía todo un caudal de charla apícola. Una abeja en la casa significa la visita de un desconocido, y si matas la abeja, la visita no será buena. Si el apicultor muere, hay que decírselo a las abejas o se irán volando. La miel cura una herida abierta. Un enjambre de abejas en mayo augura un día frío. Un enjambre de abejas en junio indica luna nueva. Un enjambre de abejas en julio no vale ni una mosca aplastada. Todas las abejas de una colmena son una abeja: por eso mueren por la colmena.

– Como los Jardineros -dijo Pilar.

Toby no supo si estaba bromeando o no.

Al principio las abejas estaban agitadas por la presencia de Toby, pero al cabo de un rato la aceptaron. Le permitieron extraer la miel por sí misma y sólo la picaron dos veces.

– Las abejas se equivocaron -le dijo Pilar-. Has de pedir permiso a la reina y explicarles que no quieres hacerles daño.

Pilar decía que había que hablarles en voz alta, porque las abejas no podían leerte la mente con precisión, no más que una persona. Así que Toby habló, aunque se sentía un poco estúpida. ¿Qué pensaría alguien que pasara por la acera si la veían hablando a un enjambre de abejas?

Según Pilar, las abejas de todo el mundo llevaban décadas con problemas. Era por los pesticidas, o el clima cálido o por una enfermedad, quizá por todo ello, nadie lo sabía a ciencia cierta. No obstante, las abejas del Jardín en el Tejado estaban bien. De hecho, estaban flamantes.

– Saben que las queremos -dijo Pilar.

Toby lo ponía en entredicho. Dudaba de muchas cosas. Pero se guardaba las dudas para su coleto, porque «duda» no era una palabra que los Jardineros usaran mucho.

Al cabo de un rato, Pilar llevó a Toby a las bodegas húmedas que estaban debajo del Buenavista Condos y le mostró dónde se cultivaban las setas. Abejas y hongos iban de la mano, decía Pilar: las abejas estaban a buenas con el mundo invisible, porque eran las mensajeras de los muertos. Pilar dejó caer esa idea delirante como si se tratara de algo que todo el mundo sabía, y Toby simuló no hacer caso. Los hongos eran las rosas en el jardín de ese mundo invisible, porque la verdadera planta del hongo está bajo tierra. La parte visible, lo que la mayoría de la gente llamaba champiñón, era sólo una aparición fugaz. Una flor en forma de nube.

Había champiñones para comer, hongos para usos medicinales y hongos para tener visiones. Estos últimos sólo se usaban en los retiros y en las semanas de aislamiento, aunque a veces podían ser buenos para ciertas afecciones médicas, e incluso para aliviar a personas en estado de barbecho, cuando el alma se estaba refertilizando. Pilar explicó que todo el mundo entraba en barbecho en ocasiones. Pero era peligroso quedarse demasiado tiempo en ese estado.

– Es como bajar por la escalera -dijo- y no volver a subir nunca. Pero los hongos pueden ayudarte con eso.

Había tres clases de hongos, según Pilar: no venenosos; usar con precaución y consejo, y alerta. Había que memorizarlos todos. Pedos de lobo, cualquier especie: no venenosos. Psilocibes: emplear con precaución y consejo. Todas las amanitas y en especial la Amanita phalloides, el Ángel de la Muerte: alerta.

– ¿No son muy peligrosos? -preguntó Toby.

Pilar asintió.

– Ah, sí, muy peligrosos.

– Entonces ¿por qué los cultivas?

– Dios no habría hecho venenosos los hongos a no ser que pretendiera usarlos en ocasiones -explicó Pilar.

Pilar era tan educada y amable que Toby no podía creer lo que acababa de oír.

– ¡No envenenarías a nadie! -dijo.

Pilar la miró con seriedad.

– Nunca se sabe, querida, cuándo podrías necesitarlos.