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El rumor era la noticia diaria entre los Jardineros. Los chicos mayores enseguida se enteraron de la batalla de Zeb -ya se había convertido en una batalla- y la tarde siguiente Shackleton y Crozier fueron a verlo. Estaba dormido -Toby le había colado un poco de adormidera en su té de sauce-, de manera que los chicos pasaron de puntillas, hablando en voz baja y tratando de hurtar una mirada a la herida.

– Una vez se comió un oso -dijo Shackleton-. Cuando estaba volando para Bearlift, esa vez que estaban tratando de salvar los osos polares. Su avión se estrelló y él se largó caminando; ¡se pasó meses!

Los chicos mayores conocían esos cuentos heroicos de Zeb.

– Dijo que los osos parecen un hombre cuando los despellejas.

– Se comió al copiloto. Pero después de que hubiera muerto -dijo Crozier.

– ¿Podemos ver los gusanos?

– ¿Ha tenido gangrena?

– ¡Aj! ¡Aliento de carne!

– Ahora largo -dijo Toby-. Zeb… Adán Siete necesita descansar.

Adán Uno insistía en pensar que Shackleton y Crozier y el joven Oates saldrían adelante, pero Toby tenía sus dudas. Se suponía que Philo el Niebla tenía que ser su padre postizo, pero no siempre estaba mentalmente disponible.

Pilar se ocupó de las guardias nocturnas: de todos modos no dormía mucho de noche, dijo. Nuala se presentó voluntaria para las mañanas. Toby se encargó de las tardes. Echaba un vistazo a los gusanos cada hora. Zeb no tenía fiebre, y no había sangre fresca.

En cuanto empezó a curarse, se puso inquieto, de modo que Toby jugó con él al dominó, a cartas y finalmente al ajedrez. El juego de ajedrez era de Pilar: las negras eran hormigas, y las blancas, abejas; había tallado las piezas ella misma.

– Pensaban que la abeja reina era un rey -dijo Pilar-. Porque si matabas a esa abeja, el resto perdía su propósito. Por eso el rey de ajedrez apenas se mueve por el tablero: porque la abeja reina siempre se queda dentro de la colmena.

Toby no estaba segura de que eso fuera cierto: ¿la abeja reina estaba siempre dentro de la colmena? Salvo cuando se enjambraban, por supuesto, y para vuelos nupciales… Miró al tablero, tratando de entender la posición. Desde fuera de la Cabaña de Recuperación del Barbecho llegaba el sonido de la voz de Nuala que se mezclaba con el gorjeo de los niños más pequeños.

– Los cinco sentidos mediante los cuales percibimos el mundo… vista, oído, tacto, olfato y gusto… ¿Para qué usamos el gusto? Muy bien… Oates, no hace falta que lamas a Melissa. Ahora volved a guardar las lenguas en vuestros contenedores de lengua y cerrar la tapa.

Toby tuvo una imagen; no, un gusto. Podía saborear el brazo de Zeb, la sal…

– Jaque mate -dijo Zeb-. Las hormigas vuelven a ganar. -Zeb siempre jugaba con las hormigas para dar a Toby la ventaja de la apertura.

– Oh -dijo Toby-. No lo había visto.

En ese momento se estaba preguntando -una idea inútil- si había algo entre Nuala y Zeb. Nuala, aunque ampulosa, era lozana y extrañamente aniñada. A algunos hombres eso les resultaba seductor.

Zeb barrió las piezas del tablero y empezó a colocarlas otra vez.

– ¿Me haces un favor? -dijo.

No esperó un sí. Contó que Lucerne estaba teniendo muchos dolores de cabeza. Su voz era neutra, pero con cierto tonillo, por lo cual Toby entendió que los dolores de cabeza tal vez no fueran reales; o bien eran reales pero a Zeb le resultaban igualmente aburridos.

¿Toby podía pasarse con algunos de sus frascos la siguiente vez que Lucerne tuviera migraña y ver qué podía solucionar? Porque él mismo estaba más que convencido de que no podía hacer nada por las hormonas de Lucerne si era de eso de lo que se trataba.

– Me está dando mucho la lata -dijo-. Por estar demasiado tiempo fuera. Se pone celosa. -Sonrió como un tiburón-. Quizá contigo atienda a razones.

Bueno. La rosa se ha marchitado, pensó Toby. Y a la rosa no le gusta.

22

San Allan Sparrow del Aire Puro: hasta el momento el día no había hecho honor a su nombre. Toby se abrió camino por entre las calles repletas de las plebillas, con su bolsa de hierbas secas y botellas de medicamentos ocultos bajo su mono de trabajo. Pese a que la tormenta de la tarde había limpiado un poco el aire de humos y partículas, ella llevaba un cono negro en la nariz en honor de san Sparrow. Como era costumbre.

Se sentía más segura en la calle desde que habían puesto a Blanco en Painball; aun así, nunca paseaba ni se entretenía, aunque -recordando las instrucciones de Zeb- tampoco corría. Era mejor mostrarse decidida, como si estuviera en una misión. No hacía caso de las miradas de los viandantes ni de las difamaciones anti-Jardineras, pero permanecía atenta a cualquier movimiento repentino o cuando alguien se acercaba demasiado. Una banda de plebiquillos le había robado los hongos en cierta ocasión; por fortuna para ellos, no llevaba nada letal en ese momento.

Se dirigía al edificio de la Quesería para cumplir con la solicitud de Zeb. Era la tercera vez que iba. Si los dolores de cabeza de Lucerne eran reales y no sólo una llamada de atención, un analgésico somnífero sin receta de HelthWyzer le habría solucionado el problema, o bien curándola o bien matándola. Sin embargo, las pastillas de las corporaciones eran tabú entre los Jardineros, así que había estado dándole extracto de sauce, seguido de valeriana, con un poco de adormidera añadida; aunque no demasiada adormidera, porque tenía efectos adictivos.

– ¿Qué lleva esto? -preguntaba Lucerne cada vez que Toby le daba algo-. Sabe mejor cuando lo prepara Pilar.

Toby se guardaba de decir que lo había hecho Pilar, e instaba a Lucerne a tragar la dosis. Luego le ponía una compresa fría en la frente y se sentaba a la vera de su cama, tratando de desconectar de los silbidos de Lucerne.

Se esperaba de los Jardineros que evitaran cualquier difusión de sus problemas personales: endilgarle a otro tu basura mental no estaba bien visto. Nuala enseñaba a los niños que para beber Vida había dos copas. Lo que hay en ellas puede ser exactamente lo mismo, pero vaya, el gusto es muy diferente.

La Copa del No es amarga, la Copa del Sí es buena.

Dime tú con cuál prefieres tener la barriga llena.

Éste era un credo básico de los Jardineros. Ahora bien, aunque Lucerne podía pronunciar los eslóganes, no había interiorizado las enseñanzas: Toby sabía detectar a un farsante en cuanto lo veía, porque también ella lo era. En cuanto Toby se situaba en la posición de pastor espiritual, todo lo que se estaba pudriendo dentro de Lucerne salía a borbotones. Toby asentía en silencio, con la esperanza de dar la impresión de compasión, aunque en realidad estaba considerando cuántas gotas de adormidera hacían falta para dejar a Lucerne inconsciente antes de que ella, Toby, cediera a sus peores impulsos y la estrangulara.

Mientras recorría las calles con paso ligero, Toby anticipó las quejas de Lucerne. Si seguían el modelo habitual serían sobre Zeb: ¿por qué no estaba nunca presente cuando lo necesitaba? ¿Cómo había terminado ella en esa fosa séptica antihigiénica con ese puñado de soñadores («No me refiero a ti, Toby. Tú tienes sentido común») que no tenían ni la menor idea de cómo funcionaba el mundo? Ella estaba enterrada viva ahí con un monstruo de egoísmo, con un hombre que sólo se preocupaba de sus necesidades. Hablar con él era como hablar con una patata; no, con una piedra. No te oía, nunca te decía lo que estaba pensando, era duro como el pedernal.

No es que Lucerne no lo hubiera intentado. Quería ser una persona responsable, creía de verdad que Adán Uno tenía razón respecto a muchas cosas, y nadie amaba a los animales tanto como ella, pero había un límite y Lucerne no creía ni por un instante que las babosas tuvieran sistema nervioso central, y decir que tenían alma era burlarse de la idea misma del alma, y ella lo lamentaba, porque nadie tenía más respeto por las almas que ella, que siempre había sido una persona espiritual. En cuanto a salvar el mundo, nadie deseaba salvar el mundo tanto como ella, pero por más que los Jardineros se privaran de comer y vestirse como es debido, y hasta de ducharse como es debido, por el amor de Dios, y por más que se sintieran más elevados y poderosos y virtuosos que todos los demás, la verdad era que no cambiarían nada. Eran como aquellas personas que se azotaban durante la Edad Media, esos flagrantes.