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Yo pensaba lo mismo, pero dije:

– ¿Cómo lo sabes?

En los complejos vivía la gente de las corporaciones: todos esos científicos y gente de negocios que Adán Uno decía que estaban destruyendo las viejas especies y creando nuevas y arruinando al mundo, aunque yo no podía creer que mi verdadero padre estuviera haciendo eso en HelthWyzer; en cualquier caso, ¿por qué Pilar saludaba siquiera a alguien de allí?

– Sólo es una sensación -dijo Amanda.

Cuando regresamos con el vaso de agua, Pilar volvía a tener los ojos cerrados. El chico estaba sentado a su lado; había movido unas pocas piezas de ajedrez. La reina blanca estaba encerrada: un movimiento más y estaría muerta.

– Gracias -dijo Pilar, cogiendo el vaso de agua de Amanda-. Y gracias por venir, querido Glenn -le dijo al chico.

El joven se levantó.

– Bueno, adiós -dijo con torpeza.

Y Pilar le sonrió. Su sonrisa era brillante aunque débil. Tuve ganas de abrazarla, se la veía muy pequeña y frágil.

Volviendo al Árbol de la Vida, Glenn caminó junto a nosotras.

– Está muy mal, ¿verdad? -dijo Amanda.

– La enfermedad es un defecto de diseño -dijo el chico-. Podría corregirse.

Sí, decididamente era de un complejo. Sólo los cerebritos de los complejos hablaban así: sin responder a tu pregunta, sino diciendo algo general, como si lo supieran todo a ciencia cierta. ¿Era así como hablaba mi verdadero padre? Quizás.

– Entonces, si estuvieras haciendo el mundo, ¿lo harías mejor? -dije.

Mejor que Dios, era lo que quería decir. De repente, me sentía piadosa, como Bernice. Como un Jardinero.

– Sí -dijo-. La verdad es que sí.

29

Al día siguiente, pasamos a recoger a Bernice por el Buenavista Condos, como de costumbre. Creo que las dos nos sentíamos avergonzadas por lo que habíamos hecho el día anterior: al menos, yo lo estaba, pero cuando llamamos a la puerta y dijimos «pom, pom» Bernice no dijo «¿quién es?». No dijo nada.

– Peli -dijo Amanda en voz alta-. Peligroso.

Todavía nada. Casi podía sentir su silencio.

– Vamos, Bernice -dije-. Abre la puerta. Somos nosotras.

Abrieron la puerta, pero no fue Bernice quien lo hizo, sino Veena.

Estaba mirándonos a los ojos, y no parecía en barbecho para nada.

– Largaos -dijo, y cerró la puerta.

Nos miramos la una a la otra. Tenía una sensación muy mala. ¿Y si habíamos causado algún trauma permanente a Bernice, con nuestra historia sobre Burt y Nuala? ¿Y si ni siquiera era cierto? Al principio, sólo había sido una broma. Pero ya no lo parecía.

Cualquier otra Semana de San Euell habríamos ido al Heritage Park a buscar setas con Pilar y Toby. Era emocionante, porque nunca sabías con qué te ibas a encontrar. Había familias de las plebillas cocinando al aire libre y peleándose, y nos tapábamos la nariz para evitar el hedor de la carne chisporroteante; había parejas revolcándose en los arbustos, o gente sin hogar bebiendo o roncando bajo los árboles, o locos de pelo alborotado hablando entre ellos o gritando, o drogados disparando. Si llegábamos hasta la playa, podía haber chicas tomando el sol en biquini, y Shackie y Croze les decían «cáncer de piel» para recabar su atención.

O podía haber varios tipos de Corpsegur en patrulla de servicio público para decir a la gente que echara la basura en los contenedores, aunque en realidad -decía Amanda- estaban buscando pequeños camellos que hacían negocio sin dar la parte correspondiente a sus amigos de la mafia. En esos casos oías el chisporroteo de un pulverizador y algunos gritos. Ha ofrecido resistencia, decían a los que pasaban al llevarse al tipo a rastras.

Sin embargo, nuestra excursión a Heritage Park se canceló ese día por la enfermedad de Pilar. Así que en lugar de eso tuvimos Botánica Silvestre con Burt el Pelón, en el solar de detrás del Scales and Tails.

Llevábamos pizarras y tiza porque siempre dibujábamos las hierbas silvestres para memorizarlas mejor. Luego borrábamos nuestros dibujos, y la planta seguía en nuestras cabezas. No hay nada como dibujar una cosa para verla de verdad, decía Burt.

Burt dio vueltas por el solar, recogió algo, lo levantó para que lo viésemos.

– Portulaca oleracea -dijo-. Nombre común: verdolaga. Se encuentra cultivada y silvestre. Prefiere la tierra revuelta. Fijaos en el tallo rojo, las hojas alternas. Es una buena fuente de omega-3. -Hizo una pausa y torció el gesto-. La mitad no estáis mirando y la otra mitad no estáis dibujando -dijo-. ¡Esto podría salvaros la vida! Aquí estamos hablando de sustento. Sustento. ¿Qué es el sustento?

Miradas en blanco, silencio.

– Sustento -dijo el Pelón- es lo que sostiene el cuerpo de una persona. Es comida. ¡Comida! ¿De dónde sale la comida? ¿Clase?

Recitamos juntos:

– Toda la comida sale de la tierra.

– Exacto -dijo Burt-. ¡De la tierra! Y luego la mayoría de la gente la compra en el supermercado. ¿Qué ocurriría si de repente no hubiera más supermercados? ¿Shackleton?

– Cultivaríamos en el tejado -dijo Shackie.

– Supongamos que no hay tejados -dijo el Pelón, empezando a sonrosarse-. ¿De dónde la sacaríais entonces?

Otra vez miradas inexpresivas.

– Iríais a recolectar -dijo el Pelón-. ¿Qué quiere decir recolectar, Crozier?

– Encontrar cosas -dijo Croze-. Cosas que no has de pagar. Como robar.

Reímos.

El Pelón no hizo caso.

– ¿Y dónde buscaríais esas cosas? ¿Quill?

– ¿En el centro comercial? -dijo Quill-. Por detrás. Donde tiran cosas como botellas viejas y…

Quill era un poco corto, pero también se lo hacía.

Los chicos se hacían el tonto para que el Pelón perdiera los nervios.

– ¡No, no! -gritó el Pelón-. ¡No habrá nadie que tire nada! ¿Nunca habéis salido de esta plebilla? ¡Nunca habéis visto un desierto, nunca habéis sufrido una hambruna! Cuando llegue el Diluvio Seco, aunque lo sobreviváis, moriréis de hambre. ¿Por qué? ¡Porque no estáis prestando atención! ¿Por qué pierdo mi tiempo con vosotros?

Cada vez que el Pelón daba una clase, tropezaba con algún obstáculo invisible y empezaba a gritar.

– Bueno, pues -dijo, calmándose-. ¿Qué es esta planta? Verdolaga. ¿Qué podéis hacer con ella? Comerla. Pues, venga, seguid dibujando. ¡Verdolaga! ¡Fijaos en las formas ovaladas de las hojas! ¡Fijaos en su brillo! ¡Fijaos en el tallo! ¡Memorizadlo!

Yo estaba pensando que no podía ser verdad. No imaginaba que nadie -ni siquiera Nuala, la Bruja Húmeda- pudiera tener relaciones sexuales con Burt el Pelón. Era muy calvo y sudaba un montón.

– Cretinos -murmuraba para sus adentros-. ¿Para qué me preocupo?

Entonces se quedó muy quieto. Estaba mirando algo que había detrás de nosotros. Nos volvimos: Veena estaba allí de pie, al lado del hueco en la valla. Debía de haberse colado. Todavía iba en zapatillas; y se cubría la cabeza con la mantita amarilla, como si fuera un chal. Bernice estaba a su lado.

Se limitaron a quedarse allí. No se movieron. Enseguida dos hombres de Corpsegur también cruzaron la valla. Eran Combat; sus trajes grises brillaban y les hacían parecer un espejismo. Habían sacado los pulverizadores. Noté que me ponía pálida; pensaba que iba a vomitar.

– ¿Qué pasa? -gritó Burt.

– ¡Quieto! -dijo uno de los hombres de Corpsegur-. Su voz sonó muy alta por el micrófono que llevaba en el casco. Avanzaron.

– Atrás -nos dijo Burt. Tenía aspecto de que le hubieran disparado con una pistola aturdidora.

– Acompáñenos, señor -dijo el primer hombre de Corpsegur cuando nos alcanzaron.

– ¿Qué? -dijo Burt-. ¡Yo no he hecho nada!

– Cultivo ilegal de marihuana para su venta en el mercado negro, señor -dijo el segundo-. Será mejor que no se resista a la detención.