Condujeron a Burt hacia el hueco en la valla. Todos fuimos en silencio detrás de éclass="underline" no entendíamos lo que estaba ocurriendo.
Cuando llegaron a Veena y Bernice, Burt separó los brazos.
– ¡Veena! ¿Cómo ha ocurrido esto?
– ¡Eres un hijo de puta degenerado! -le soltó-. ¡Hipócrita! ¡Fornicador! ¿Te crees que soy idiota?
– ¿De qué estás hablando? -dijo Burt en tono de súplica.
– Supongo que pensabas que estaba tan colocada con esa hierba venenosa tuya que no podía ver -dijo Veena-. Pero lo descubrí. ¡Qué estás haciendo con esa vaca de Nuala! Aunque ella no es la más culpable. Capullo retorcido.
– No -dijo Burt-. ¡Lo juro! Nunca he… Sólo…
Yo estaba mirando a Bernice y no tenía ni idea de lo que estaba sintiendo. Ni siquiera estaba colorada. Estaba pálida como la tiza. Blanco nieve.
Adán Uno se coló por un hueco en la valla. Daba la sensación de que siempre sabía cuándo ocurría algo inusual. Amanda decía que era como si tuviera un teléfono. Puso la mano sobre la mantita amarilla de Veena.
– Veena, querida, has salido del barbecho -dijo-. Qué maravilloso. Hemos estado rezando por eso. Pero dime, ¿qué está pasando?
– Apártese, por favor, señor -dijo el primer hombre de Corpsegur.
– ¿Por qué me has hecho esto? -le gritó Burt a Veena cuando se lo llevaban.
Adán Uno respiró hondo.
– Esto es lamentable -dijo-. Tal vez sería sensato reflexionar sobre las fragilidades humanas que compartimos…
– Eres idiota -le soltó Veena-. Burt tiene un enorme cultivo en el Buenavista, justo debajo de vuestras sagradas narices de Jardineros. También ha estado traficando en vuestras narices, en ese estúpido mercado vuestro. Esas barritas de jabón envueltas en hojas: ¡no todo era jabón! Se ha estado forrando.
Adán Uno parecía apesadumbrado.
– El dinero es una tentación horrible -dijo-. Es una enfermedad.
– Estúpido -le dijo Veena-. Botánica orgánica, ¡vaya chiste!
– Te dije que había un cultivo en el Buenavista -me susurró Amanda-. El Cabolo está bien jodido.
Adán Uno dijo que todos deberíamos irnos a casa, y eso fue lo que hicimos. Me sentía francamente mal por Burt. Lo único que se me ocurría era que, después de que nos pasáramos tanto con ella ese día en el Árbol de la Vida, Bernice había vuelto y le había contado a Veena que Burt y Nuala tenían un lío, y también le había hablado de que sobaba axilas, y eso había puesto a Veena tan celosa y cabreada que había contactado con Corpsegur y lo había acusado. Los de Corpsegur te animaban a delatar a vecinos y familiares. Incluso podías ganar dinero así, decía Amanda.
Yo no quería causar ningún daño, o al menos no esa clase de daño, pero ahí estaban las consecuencias.
Pensaba que deberíamos acudir a Adán Uno y contarle lo que habíamos hecho, pero Amanda dijo que no sacaríamos nada bueno, que eso no arreglaría las cosas y nos causaría más problemas. Tenía razón. Pero eso no me hizo sentir mejor.
– Anímate -dijo Amanda-. Robaré algo para ti. ¿Qué quieres?
– Un teléfono -dije-. Morado. Como el tuyo.
– Vale -dijo Amanda-. Me encargaré de eso.
– ¡Qué detalle! -exclamé. Traté de poner mucha energía en mi voz para que entendiera que se lo agradecía, pero ella se dio cuenta de que estaba fingiendo.
30
Al día siguiente, Amanda dijo que tenía una sorpresa que seguro que me animaría. La sorpresa me esperaba en el centro comercial del Sumidero. Y la verdad es que lo fue, porque cuando llegamos allí Shackie y Croze estaban haciendo tiempo cerca de la cabina rota del holocentrifugador. Sabía que los dos estaban colgaditos de Amanda -todos los chicos lo estaban-, aunque ella nunca iba con ellos, salvo en grupo.
– ¿Lo tenéis? -les preguntó.
Le sonrieron con timidez. Shackie había crecido mucho últimamente: era alto y larguirucho, con las cejas oscuras. Croze había crecido también, pero tanto a lo ancho como a lo alto; tenía una barba incipiente de color pajizo. Hasta entonces yo no había pensado demasiado en lo mucho que se parecían -no en detalle-, pero en ese momento caí en la cuenta de que los veía de un modo diferente.
– Vamos adentro -dijeron.
No parecían exactamente asustados, sino alerta. Comprobaron que nadie los estaba observando, y entonces todos nos apiñamos en la cabina donde la gente centrifugaba su imagen en el centro comercial. Estaba diseñada sólo para dos, así que estábamos apiñados.
Hacía calor allí. Notaba el calor de nuestros cuerpos, como si estuviéramos infectados y con fiebre, y percibía el sudor seco y el olor a algodón viejo, a mugre y a aceite del cuero cabelludo de Shackie y Croze -que era como olíamos todos- mezclado con su olor de chicos mayores, una mezcla de hongos y restos de vino; y el olor floral de Amanda, con un matiz de almizcle y un rastro de sangre.
No sé cómo les olía yo a ellos. Dicen que nunca puedes percibir bien tu propio olor, porque te acostumbras a él. Ojalá hubiera conocido la sorpresa por adelantado, porque podría haber usado uno de mis restos de jabón de rosa. Esperaba que no oliera a ropa interior sucia o a pies encerrados.
¿Por qué queremos gustar a otras personas, aunque estas personas no nos importen demasiado? No sé por qué, pero es así. Me di cuenta de que estaba allí de pie, oliendo todos esos olores y deseando que Shackie y Croze pensaran que era guapa.
– Aquí está -dijo Shackie. Sacó un trozo de tela con algo envuelto en él.
– ¿Qué es? -pregunté. Oí mi propia voz: de niña y chillona.
– Es la sorpresa -dijo Amanda-. Tienen parte de esta superyerba para nosotras. De la que cultivaba Burt el Pelón.
– ¡Ni hablar! -exclamé-. ¿La has comprado? ¿De Corpsegur?
– La birlé -dijo Shackie-. Nos colamos en la parte de atrás del Buenavista, lo hemos hecho montones de veces. Los tipos de Corpsegur estaban entrando y saliendo por la puerta principal, no nos prestaron atención.
– Hay unos barrotes sueltos en una de las ventanas de la bodega: nos metíamos allí para hacer fiestas en la escalera -dijo Croze.
– Han puesto bolsas de hierba en la bodega -dijo Shackie-. Deben de haber recogido toda la cosecha. Te colocas sólo de respirar.
– A verla -dijo Amanda.
Shackie desenrolló la tela: hojas secas picadas.
Conocía la opinión de Amanda respecto a las drogas: perdías el control de la mente, y eso era arriesgado porque daba ventaja a los demás. También te podías pasar, como le había ocurrido a Philo el Niebla, y entonces no te quedaba ni mente de la que perder el control. Y sólo podías fumar con gente de confianza. ¿Ella confiaba en Shackie y Croze?
– ¿Tú la has probado? -le susurré a Amanda.
– Todavía no -me respondió Amanda en otro susurro.
¿Por qué estábamos susurrando? Los cuatro estábamos tan cerca que Shackie y Croze podían oírlo todo.
– Entonces, no quiero -dije.
– Pero he pasado -dijo Amanda. Sonó feroz-. ¡He pasado un montón!
– Yo he probado esta mierda -dijo Shackie. Usó su voz más dura para decir «mierda»-. ¡Es alucinante!
– Yo también. Es como si volaras -dijo Croze-. Como un puto pájaro.
Shackie ya estaba enrollando las hojas picadas, ya lo estaba encendiendo, ya estaba dando una calada.
Noté en mi trasero la mano de alguien, no supe de quién. Estaba subiendo, tratando de encontrar una vía de entrada bajo mi vestido de Jardinera de una pieza. Quería decir basta, pero no lo hice.
– Tú pruébalo -dijo Shackie.
Me agarró por la barbilla, metió su boca en la mía y me sopló una bocanada de humo. Yo tosí, y él lo hizo otra vez y me sentí muy mareada. Entonces vi una clara imagen fluorescente, cegadora y brillante del conejo que nos habíamos comido esa semana. Me estaba mirando con sus ojos sin vida, pero los ojos eran de color naranja.