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Ahora unámonos a nuestro Coro de Capullos y Flores para cantar nuestro himno tradicional del Día de los Topos.

Alabamos los topos perfectos

Alabamos los topos perfectos, jardineros del subsuelo; la hormiga, el gusano y el nematodo, dondequiera que se encuentren.
En la oscuridad viven su vida, al ojo humano invisibles; la tierra es aire para ellos y su día es nuestra noche.
Revuelven el suelo y lo labran, las plantas hacen crecer; nuestra Tierra sería un desierto si ellos no estuvieran vivos.
Los escarabajos carroñeros, que en sitios extraños buscan, nos devuelven a los elementos y los lugares ordenan.
Por las diminutas criaturas bajo los campos y bosques, demos gracias hoy con alegría porque Dios vio que eran buenas.

Del Libro Oral de Himnos

de los Jardineros de Dios

31

Toby. Día de los Topos

Año 25

Cuando el Diluvio desate su cólera tenéis que contar los días, decía Adán Uno. Tenéis que observar las salidas del sol y los cambios de la luna, porque hay una estación para cada cosa. En las meditaciones, no os alejéis en exceso en vuestros viajes interiores, no sea que entréis en lo eterno antes de tiempo. En vuestros estados de barbecho, no descendáis a un nivel demasiado profundo para volver a salir, o llegará la noche en que todas las horas serán iguales para vosotros, y entonces ya no habrá esperanza.

Toby ha estado contando los días en una libreta vieja del AnooYoo Spa-in-the-Park. Cada página rosa tiene en la parte superior dos ojos de largas pestañas -uno de ellos guiñado- y un beso de pintalabios. A ella le gustan esos ojos y esas bocas sonrientes: le hacen compañía. Encima de cada página nueva apunta la festividad de los Jardineros o el santo del día. Aún puede recitar la lista completa de memoria: san E. F. Schumacher, santa Jane Jacobs, santa Sigurdsdottir de Gullfoss, san Wayne Grady de los Buitres; san James Lovelock, el bendito Gauthama Buda, santa Bridget Stutchbury del Café Arábigo, san Lineo de la Nomenclatura Botánica, la Fiesta de los Cocodrilos, san Stephen Jay Gould del Esquisto Jurásico, san Gilberto Silva de los Murciélagos. Y el resto.

Bajo el nombre de cada santo, Toby escribe sus notas de agricultura: lo que se ha plantado, lo que se ha cosechado, la fase lunar, los insectos huéspedes.

«Día de los Topos -escribe hoy-. Año 25. Hacer la colada. Luna creciente.» El Día de los Topos formaba parte de la Semana de San Euell. No era un buen aniversario.

En el lado positivo, ya debería haber algunas polibayas maduras. La fuerza del gen híbrido de las polibayas es que da fruto en todas las estaciones. Quizás a última hora de la tarde irá a recogerlas.

Dos días antes -en San Orlando Garrido de los Lagartos- hizo una anotación que no estaba relacionada con la agricultura. «¿Alucinación?», había escrito. Ahora cavila sobre esa anotación. En ese momento pareció una alucinación.

Fue después de la tormenta del día. Toby se hallaba en el tejado, comprobando las conexiones entre los cubos: del único grifo que había dejado abierto abajo no salía agua. Encontró el problema -un ratón ahogado que atascaba la toma- y se estaba volviendo hacia la escalera cuando oyó un extraño sonido. Era como un canto, pero no un canto que hubiera oído antes.

Examinó con los prismáticos. Al principio no vio nada, pero luego en el extremo del campo, apareció una extraña procesión. Parecía formada únicamente por gente desnuda, aunque un hombre que iba delante llevaba ropa, y una especie de sombrero rojo y, ¿podía ser?, gafas de sol. Detrás de él había hombres, mujeres y niños, de todos los colores de piel conocida; al concentrarse, vio que varias de las personas desnudas tenían abdómenes azules.

Por eso había decidido que tenía que ser una alucinación: por el azul. Y por el canto cristalino sobrenatural. Había visto las figuras sólo un momento. Estaban allí, luego se desvanecieron como humo. Debían de haberse internado entre los árboles para seguir aquel sendero.

Había dado saltos de alegría: no pudo evitarlo. Había tenido ganas de bajar corriendo por la escalera, de salir corriendo del edificio, de ir tras ellos. Pero era una esperanza demasiado grande, esperar que vivieran otras personas, tantas otras personas. Otras personas que parecían muy sanas. No podía ser real. Si se dejaba cautivar por esos espejismos, si permitía que esos cantos de sirena la atrajeran al bosque de los cerdos, podría ser la primera persona en la historia en ser destruida por las proyecciones excesivamente optimistas de su propia mente.

Al enfrentarse a un vacío excesivo, decía Adán Uno, el cerebro inventa. La soledad crea compañía igual que la sed crea agua. ¿Cuántos marineros habían naufragado en busca de islas que no eran más que un resplandor?

Toby coge el lápiz y tacha el signo de interrogación. «Alucinación», dice ahora. Claro. Simple. No cabe duda.

Toby deja el lápiz, recoge el palo de la fregona, sus prismáticos y el rifle, y sube al tejado por la escalera para examinar su territorio. Todo está tranquilo esta mañana. No hay movimiento en el campo: no hay animales grandes, no hay cantantes desnudos teñidos de azul.

32

¿Cuánto tiempo ha pasado desde ese Día de los Topos, el último antes de la muerte de Pilar? En el año 12 tuvo que ser.

Justo antes de eso se había producido el desastre de la detención de Burt. Después de que se lo llevaran los hombres de Corpsegur y después de que Veena y Bernice se marcharan del solar, Adán Uno había convocado a todos los Jardineros a una reunión de emergencia en el Jardín del Tejado. Les había contado la noticia, y los Jardineros se habían quedado de piedra al comprenderla. La revelación era demasiado dolorosa, demasiado bochornosa. ¿Cómo se las había arreglado Burt para tener una plantación en el Buenavista sin que nadie sospechara?

Gracias a la confianza, por supuesto, piensa Toby. Los Jardineros desconfiaban de todos en el mundo exfernal, pero confiaban en los suyos. Se habían unido a la larga lista de confesiones religiosas que se habían despertado una mañana para descubrir que el vicario se había largado con los fondos de la iglesia, dejando atrás un rastro de niños víctimas de abusos sexuales. Al menos, Burt no había abusado de los niños del coro, o nadie tenía noticia. Había cotilleos entre los niños -comentarios crudos de los que suelen hacer los niños-, pero no era respecto a niños. Sólo niñas, y sólo manoseos.

El único de los Jardineros al que no había sorprendido y al que no había horrorizado la plantación era a Philo el Niebla, aunque a él nunca le sorprendía ni le horrorizaba nada.

– Me gustaría probar esa hierba, a ver si es tan buena -fue todo cuanto tenía que decir.