– No exactamente. Con ésta, obtendrás algún tipo de respuesta. Nunca falla. La naturaleza jamás nos traiciona. ¿Eso lo sabes?
Toby no lo sabía. Contó las gotas en una de las tazas de té astilladas de Pilar y volvió a guardar los frascos.
– ¿Estás segura de que estás mejor? -preguntó.
– Estoy bien -dijo Pilar-, por ahora. Y el ahora es el único momento en que podemos estar bien. Bueno, querida Toby, vete y que tengas una buena vigilia. Hoy hay luna creciente. Disfrútala.
A veces, cuando repartía los viajes mentales, Pilar parecía el supervisor de una rúa infantil.
Toby eligió la sección de tomates del Jardín del Edén en el Tejado como ubicación para su vigilia. Anotó el lugar en la pizarra de Aviso de Vigilias cumpliendo con el requisito: los que estaban de vigilia en ocasiones se iban de paseo, y resultaba útil conocer su posición teórica para poder encontrarlos.
Adán Uno recientemente se había ocupado de apostar porteros en todas las plantas, al lado de los rellanos. Así que no puedo bajar del Jardín sin que alguien me vea, pensó Toby. A no ser que me caiga del tejado.
Aguardó hasta el anochecer, antes de tomarse las gotas con un té de flor de saúco y frambuesa para disimular el sabor: las pociones de vigilia de Pilar siempre tenían gusto a mantillo. Luego se sentó en posición de meditación, junto a una gran tomatera que a la luz de la luna parecía una bailarina contorsionada o un insecto grotesco.
La planta pronto empezó a brillar y a retorcer sus ramas, y los tomates empezaron a latir como corazones. Había grillos cerca, hablando en sus lenguas: quarkit, quarkit, ibbit, ibbit, arkit, arkit…
Gimnasia neuronal, pensó Toby. Cerró los ojos.
¿Por qué no puedo creer?, se preguntó en la oscuridad.
Detrás de sus párpados vio un animal. Tenía el pelaje dorado, con ojos verdes y amables, dientes caninos y una lana rizada en lugar de piel. El animal abrió la boca, pero no habló. Sólo bostezó.
La miró. Ella lo miró.
– Eres el efecto de una mezcla de toxinas vegetales cuidadosamente calibrada -le dijo, y se quedó dormida.
33
A la mañana siguiente, Adán Uno vino a interesarse por cómo había ido la vigilia de Toby.
– ¿Obtuviste una respuesta? -preguntó.
– Vi un animal -dijo Toby.
Adán Uno estaba encantado.
– ¡Qué fantástico resultado! ¿Qué animal? ¿Qué te dijo?
Pero antes de que Toby tuviera tiempo de responder, Adán Uno miró por encima del hombro de ella.
– Tenemos un mensajero -dijo.
En su neblinoso estado de posvigilia, Toby pensó que se refería a algún tipo de ángel de los hongos o a un espíritu botánico, pero era sólo Zeb, que respiraba con dificultad después de haber subido por la escalera de incendios. Todavía llevaba su disfraz de plebilla: chaleco negro de polipiel, tejanos sucios, botas de motero solar ajadas. Parecía resacoso.
– ¿Has pasado la noche en vela? -preguntó Toby.
– Parece que tú también -dijo Zeb-. Me va a costar una buena, a Lucerne no le gusta que trabaje de noche. -No parecía demasiado preocupado por eso-. Quieres convocar una asamblea general -le dijo a Adán Uno- o prefieres conocer primero tú solo la mala noticia.
– Primero la mala noticia -dijo Adán Uno-. A lo mejor hemos de editarla para el consumo más amplio. -Hizo un gesto hacia Toby-. Ella no tiene pánico.
– Bueno -dijo Zeb-. Ésta es la historia.
Sus fuentes de información eran extraoficiales, dijo: se había visto obligado a sacrificarse en aras de la verdad, pasando una noche observando a las chicas danzando en el Scales and Tails, donde los tipos de Corpsegur pasaban el rato cuando no estaban de servicio. No le gustaba acercarse demasiado a los tipos de Corpsegur, dijo: tenía un historial, y podrían reconocerlo a pesar de las alteraciones que se había hecho. Pero conocía a algunas de las chicas, así que les había sonsacado rumores.
– ¿Les pagaste? -dijo Adán Uno.
– Nada es gratis -dijo Zeb-. Pero no pagué demasiado.
Era verdad que Burt tenía una plantación en el Buenavista, explicó. Con el método habituaclass="underline" apartamentos desocupados, ventanas ennegrecidas, electricidad pirateada. Luces de invernadero de pleno espectro, sistemas de riego automático, todo de primera. Pero no se trataba de la marihuana habitual, ni siquiera de la supermaría de la Costa Oeste. Era un híbrido estratosférico, con algunos genes de peyote y psilocibina, e incluso un poco de ayahuasca: la parte buena de la ayahuasca, aunque no habían eliminado por completo la parte que te hace vomitar hasta la bilis. Mucha gente que la había probado mataría por volver a hacerlo, y todavía no habían fabricado mucha, lo cual disparaba el precio en el mercado.
Por supuesto, era una operación de Corpsegur. Los laboratorios HelthWyzer habían desarrollado el híbrido y los hombres de Corpsegur eran los vendedores al por mayor. Lo dirigían del modo en que dirigían todo lo que era ilegal, por medio de las mafias. Pensaron que era un chiste poner a uno de los Adanes de tapadera y plantar el cultivo en un edificio que controlaban los Jardineros. Habían pagado muy bien a Burt, pero él había tratado de engañarlos vendiendo por su cuenta. Se estaba saliendo con la suya también eso, explicó Zeb, hasta que Corpsegur recibió una llamada anónima. La llamada los condujo a un teléfono móvil arrojado en un vertedero. No encontraron ADN. Era una voz de mujer, una mujer muy cabreada.
Veena, pensó Toby. ¿De dónde sacó el teléfono? Corría la voz de que se había llevado a Bernice a la Costa Oeste con el dinero que Corpsegur le había pagado.
– ¿Dónde está ahora Adán Trece? -dijo Adán Uno-. El antiguo Adán Trece. ¿Sigue vivo?
– No puedo decírtelo -dijo Zeb-, no se sabe nada.
– Recemos -dijo Adán Uno-. Hablará de nosotros.
– Si estaba tan metido con ellos, ya lo habrá hecho -dijo Zeb.
– ¿Sabía lo de las muestras de tejido de Pilar? -preguntó Adán Uno-. ¿Y nuestro contacto en HelthWyzer? ¿Nuestro joven correo con el tarro de miel?
– No -dijo Zeb-. Eso sólo lo sabíamos tú, yo y Pilar. Nunca lo discutimos en el consejo.
– Por fortuna -dijo Adán Uno.
– Esperemos que tenga un accidente con un cuchillo de destripar -dijo Zeb-. Tú no has oído nada de esto -le dijo a Toby.
– ¡No temas! -dijo Adán Uno-. Ahora Toby es de verdad una de las nuestras. Va a ser una Eva.
– ¡No he obtenido respuesta! -protestó Toby. Un bostezo animal no era muy definitivo en lo que a visiones se refería.
Adán Uno sonrió con benignidad.
– Has tomado la decisión correcta -dijo.
Toby pasó el resto de la tarde preparando una combinación de aromas que sería irresistible para las ratas y que podía sembrarse como un camino desde el taller de coches hasta el Buenavista Condos. El objetivo era eliminar las ratas del primer lugar y realbergarlas en el segundo sin pérdida de vidas: a los Jardineros no les gustaba reubicar a especies compañeras sin ofrecerles un alojamiento de igual valor.
Usó trozos de carne del montón que Pilar guardaba para los gusanos, un poco de miel, un poco de mantequilla de cacahuete -había enviado a Amanda al supermercado a comprarla-, un poco de queso rancio; restos de cerveza como elemento líquido. Cuando estuvo preparado, envió a Shackleton y Crozier y les dio instrucciones.
– Es realmente pútrido -exclamó Shackleton, olisqueando con admiración.
– ¿Crees que puedes soportarlo? -preguntó Toby-. Porque si no puedes…
– Lo haremos -dijo Crozier, enderezando los hombros.
– ¿Puedo ir yo también? -preguntó el pequeño Oates, con intención de acompañarlos.
– No queremos a nadie que se chupe el dedo -dijo Crozier.
– Tened cuidado -les advirtió Toby-. No queremos encontraros muertos en un solar. Sin riñones.
– Sé lo que hago -dijo Shackleton, orgulloso-. Zeb nos ayudará. Llevamos ropa de las plebillas, ¿ves? Se abrió la camisa de Jardinero: debajo llevaba una camiseta negra que decía: «Muerte: ¡la mejor manera de perder peso!» Debajo del eslogan había una calavera y unas tibias cruzadas, en color plata.