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– Esos tipos de las corpos son idiotas -dijo Crozier, sonriendo. Él también llevaba una camiseta: «A las strippers les encanta mi barra»-. Pasaremos por delante de sus narices.

– No me chupo el dedo -dijo Oates, dándole una patada en la espinilla a Crozier.

Crozier le arreó en la sien.

– Volamos por debajo de su radar -dijo Shackleton-. Ni siquiera nos verán.

– Comecerdos -dijo Oates.

– Oates, ya has soltado bastantes palabrotas -le reprendió Toby-. Tú puedes ayudarme a alimentar a los gusanos. Y vosotros largaos -les dijo a los otros dos-. Aquí está la botella. Que no se os caiga dentro del taller, y sobre todo que no caiga en la madera, o algún pobre desgraciado tendrá que vivir con ese olor mucho tiempo. -Y dirigiéndose a Shackleton añadió-. Dependemos de vosotros.

Era bueno dejar que los chicos de esa edad creyeran que hacían trabajo de hombres, siempre y cuando no se emocionaran demasiado.

– Adiós, mojacolchones -dijo Crozier.

– Das asco -dijo Oates.

34

A la mañana siguiente, Toby estaba dando una clase en la Clínica de Estética: Hierbas Afectivas, para chicos de entre doce y quince años. Botánica Maníaca, lo llamaban los chicos, que era mejor de cómo llamaban a algunas otras asignaturas: Caca de Vaca a las normas de uso del biodoro violeta, Bosta y Boñiga al Apilado de Compost.

– Sauce -dijo-. Analgésico. A-N-A-L-G-É-S-I-C-O, deletreadlo en vuestras pizarras.

Hubo chirriar de tiza, demasiados chirridos.

– Basta con eso, Crozier -dijo Toby, sin mirar.

Crozier era un chirriador crónico. ¿Había oído que susurraban «Bruja Seca»?

– He oído eso, Shackleton -dijo.

La clase estaba más inquieta que de costumbre: réplicas del terremoto causado por Veena.

– Analgésico, ¿qué significa?

– Calmante -dijo Amanda.

– Exacto, Amanda -dijo Toby.

Amanda, que siempre se comportaba sospechosamente bien en clase, se estaba portando aún mejor. Amanda se las sabía todas. Estaba demasiado versada en las artimañas del mundo exfernal. Sin embargo, Adán Uno creía que los Jardineros habían sido de gran beneficio para ella, y ¿quién iba a decir que Amanda no estaba experimentando un cambio vital?

Aun así, era desafortunado que Ren hubiera sido atraída a la órbita hiperatractiva de Amanda. Ren era muy maleable: se arriesgaba a estar siempre bajo el dominio de alguien.

– ¿Qué parte del sauce usamos para fabricar el analgésico? -continuó Toby.

– ¿Las hojas? -dijo Ren.

Demasiado ansiosa por complacer, y respuesta equivocada de todos modos, e incluso más ansiosa de lo habitual. Ren debía de estar sintiendo la pérdida de Bernice, o quizá la culpa: de qué forma tan despiadada habían dejado de lado a Bernice en cuanto apareció Amanda. Se creen que no los vemos, pensó Toby. Suponen que no sabemos lo que pretenden. Sus presuntuosidades, sus crueldades, sus tramas.

Nuala asomó la cabeza por la puerta.

– Toby, querida -dijo-, ¿puedo hablar un momento contigo?

Su tono era lúgubre. Toby salió al pasillo.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Has de ir a ver a Pilar -dijo Nuala-. Ahora mismo. Ha elegido su hora.

Toby sintió que se le encogía el corazón. Así que Pilar le había mentido. No, no mentido; simplemente no le había contado toda la verdad. Había sido algo que había comido, pero no por accidente. Nuala apretó el brazo de Toby para mostrarle su compasión. Aparta tus manos húmedas de mí, pensó Toby. No soy un hombre.

– ¿Puedes ocuparte de mi clase? -le pidió-. Por favor. Estoy enseñando las propiedades del sauce.

– Por supuesto, Toby, querida -dijo Nuala-. Haré el sauce llorón con ellos.

Esa canción almibarada era una de las favoritas de Nuala; la había compuesto para niños pequeños. Toby se imaginaba las caras que le pondrían los chicos más mayores. Pero como Nuala no sabía mucho de botánica, hacerles cantar al menos ocuparía el tiempo.

Toby se apresuró a alejarse al oír el sonido de la voz de Nuala:

– Toby ha tenido que ir a hacer una misión caritativa, así que ¡vamos a ayudarla cantando la canción del sauce llorón!

Su voz intensa y un poco desafinada de contralto se elevó por encima de las voces carentes de lustre de los niños:

Sauce llorón, sauce llorón, ramas que ondean como el mar, mientras descanso en mi cama, ven y quítame el penar…

El infierno sería una eternidad de las letras de Nuala, pensó Toby. De todos modos, no se trataba del sauce llorón sino del sauce blanco, Salix alba, con su ácido salicílico. Eso era lo que calmaba el dolor.

Pilar estaba tumbada en su cubículo, en su cama, con una vela de cera de abeja ardiendo todavía en su recipiente de lata. Estiró sus delgados dedos marrones.

– Querida, Toby -dijo-. Gracias por venir. Quería verte.

– ¡Lo has hecho tú! -dijo Toby-. ¡No me lo dijiste! -De tan triste, estaba enfadada.

– No quería hacerte perder tiempo preocupándote -dijo Pilar. Su voz había menguado a un susurro-. Quería que tuvieras una buena vigilia. Ahora ven a sentarte a mi lado y cuéntame lo que viste anoche.

– Un animal -dijo Toby-. Una especie de león, pero no un león.

– Bueno -susurró Pilar-. Es una buena señal. Tendrás la ayuda de la fortaleza cuando la necesites. Estoy contenta de que no fuera un gusano. -Se rio por lo bajo; luego su rostro se contorsionó de dolor.

– ¿Por qué? -preguntó Toby-. ¿Por qué lo has hecho?

– Recibí el diagnóstico -dijo Pilar-. Es cáncer. Muy avanzado. Así que es mejor irse ahora mientras todavía sé lo que estoy haciendo. ¿Para qué demorarlo?

– ¿Qué diagnóstico? -dijo Toby.

– Envié unas muestras de biopsia -dijo Pilar-. Katuro me la hizo, tomó las muestras de tejido. Las escondimos en un tarro de miel y las llevamos clandestinamente a los laboratorios de diagnóstico de HelthWyzer West, bajo una identidad diferente, por supuesto.

– ¿Quién las pasó? -dijo Toby-. ¿Fue Zeb?

Pilar sonrió como si disfrutara de un chiste privado.

– Un amigo -dijo-. Tenemos muchos amigos.

– Podemos llevarte a un hospital -dijo Toby-. Estoy segura de que Adán Uno lo autorizaría…

– No reincidas, mi Toby -dijo Pilar-. Conoces nuestra opinión de los hospitales. Es lo mismo que si me arrojaran a un pozo ciego. Además, no hay cura para lo que me he tomado. Ahora, por favor, pásame ese vaso, el azul.

– ¡Todavía no! -exclamó Toby. ¿Cómo posponerlo, retrasarlo? ¿Cómo mantener a Pilar con ella?

– Es sólo agua, y un poco de sauce y adormidera -susurró Pilar-. Alivia el dolor sin dejarte fuera de combate. Quiero mantenerme despierta lo máximo posible. Estaré bien durante un rato.

Toby observó a Pilar mientras ésta bebía.

– Dame otra almohada -pidió Pilar.

Toby le pasó uno de los sacos rellenos de farfolla que había a los pies de la cama.

– Has sido mi familia aquí -dijo-. Más que los demás.

Le costaba hablar, pero se resistía a llorar.

– Y tú has sido la mía -dijo Pilar con sencillez-. Acuérdate de cuidar del Ararat del Buenavista. Mantenlo renovado.

Toby no quiso contarle que habían perdido el Ararat del Buenavista por culpa de Burt. ¿Para qué disgustarla? Apoyó a Pilar en la almohada: era extrañamente pesada.

– ¿Qué has usado? -preguntó. Se le estaba cerrando la garganta.