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– ¿No tienes miedo de que una corporación extranjera secuestre a tu padre y le saque los secretos del cerebro? -le pregunté.

Eso ocurría cada vez con más frecuencia: no salía en las noticias, pero en HelthWyzer corrían esos rumores. En ocasiones devolvían a los científicos secuestrados, y otras veces no. La seguridad era cada vez más firme.

Después de hacer los deberes, Jimmy y yo dábamos una vuelta por el centro comercial de HelthWyzer, nos divertíamos con los videojuegos y tomábamos Happi-cappuccinos. La primera vez le dije que Happicuppa era un brebaje de maldad y que no podía tomarlo, y él se rio de mí. La segunda vez hice un esfuerzo. Tenía un gusto delicioso, y enseguida dejé de pensar en la maldad.

Al cabo de un rato, Jimmy me habló de Wakulla Price. Dijo que había sido la primera chica de la que se había enamorado, pero cuando le había pedido ir en serio con ella, Wakulla le había dicho que sólo podían ser amigos. Ya conocía esa parte, pero le dije que era una lástima, y Jimmy me contó que había sido un charco de vómito de perro durante semanas y que aún no lo había superado.

Luego me preguntó si tenía novio en las plebillas y le dije que sí -aunque no era verdad-, pero que como no tenía forma de volver allí había decidido olvidarlo, porque era lo mejor que podías hacer si querías a alguien que no podías tener. Jimmy fue muy compasivo por mi novio perdido y me apretó la mano. Me sentí culpable por contarle semejante trola, pero no lamentaba el apretón.

Para entonces escribía un diario. Todas las chicas de la escuela lo hacían, era una moda retro: la gente te podía piratear el ordenador, pero no un diario de papel. Yo anotaba todo en mi diario. Era como hablar con alguien. Ni siquiera pensaba que escribir cosas fuera tan peligroso: supongo que eso demuestra lo mucho que me había alejado ya de los Jardineros. Guardaba mi diario en el armario, dentro de un oso de peluche, porque no quería que Lucerne me espiara. Los Jardineros tenían razón en esa parte: leer los secretos de una persona te daba poder sobre ella.

Entonces vino un chico nuevo al instituto de HelthWyzer. Se llamaba Glenn, y en cuanto lo vi supe que era el mismo Glenn que había venido al Árbol de la Vida en la Semana de San Euell, cuando Amanda y yo lo habíamos acompañado con ese tarro de miel a visitar a Pilar.

Creo que me hizo una señal con la cabeza, ¿me reconoció? Esperaba que no, porque no quería que empezara a hablar de dónde me había visto por última vez. ¿Y si Corpsegur aún estaba tratando de investigar la fingida esclavitud sexual de Lucerne? ¿Y si descubrían a Zeb a través de mí y aparecía sin sus vísceras dentro de un congelador? Era una idea aterradora.

Seguramente, Glenn no hablaría aunque me recordara, porque no querría que descubrieran nada de Pilar y los Jardineros y lo que hubiera estado haciendo con ellos. Estaba segura de que era algo ilegal, ¿si no por qué nos había hecho salir Pilar a Amanda y a mí? Tuvo que ser para protegernos.

Glenn actuaba como si no le importara nadie, él y sus camisetas negras. Pero al cabo de poco Jimmy empezó a salir con él, y entonces yo ya no veía tanto a Jimmy.

– ¿Qué haces con ese Glenn? Da miedo -dije una tarde cuando estábamos haciendo los deberes en los ordenadores de la biblioteca de la escuela.

Jimmy dijo que sólo jugaban a ajedrez tridimensional o a videojuegos en línea en su casa o en la de Glenn. Pensaba que probablemente estaban viendo porno -la mayoría de los chicos lo hacían, y también muchas chicas-, así que le pregunté qué juegos. Campaña Bárbara, dijo, era un juego de guerra. Sangre y Rosas era como el Monopoly, sólo que tenías que acaparar el mercado del genocidio y la atrocidad. Extintaton era un juego de preguntas que jugabas con animales extinguidos.

– Quizá yo también pueda ir a jugar algún día -dije.

Pero él no me invitó, así que supuse que en realidad estaban mirando porno.

Entonces ocurrió algo realmente malo: la madre de Jimmy desapareció. Dijeron que no la habían secuestrado: se había ido por su cuenta. Oí que Lucerne se lo contaba a Frank: parecía que la madre de Jimmy se había largado con un montón de datos cruciales, así que Corpsegur estaba en casa de Jimmy como un sarpullido. Y como Jimmy era tan colega mío, pronto estarían también en la nuestra. No es que yo tuviera nada que esconder, pero sería un incordio.

Le mandé enseguida un mensaje de texto a Jimmy y le dije que sentía mucho lo de su madre, y le pregunté si podía hacer algo por él. Él no estaba en la escuela, pero me contestó con un mensaje esa misma semana y luego vino a mi casa. Estaba muy deprimido. Ya era bastante malo que su madre se hubiera ido, dijo, pero encima Corpsegur había pedido a su padre que les ayudara con sus investigaciones, lo cual significaba que se habían llevado a su padre en una furgoneta solar negra; y ahora había dos mujeres de Corpsegur poniendo la casa patas arriba y haciéndole un montón de preguntas estúpidas. Lo peor de todo, la madre de Jimmy había robado a Matón para dejarlo suelto en el bosque: le había dejado una nota al respecto. Pero el bosque no era un buen lugar para Matón, porque lo habían criado como a un garito.

– Oh, Jimmy -dije-. Es terrible.

Puse los brazos en torno a él y lo abracé: estaba casi llorando. Yo también me eché a llorar, y nos acariciamos con cautela, como si los dos tuviéramos un brazo roto o enfermedades, y luego nos echamos con ternura en mi cama, todavía abrazándonos como si nos estuviéramos hundiendo, y empezamos a besarnos. Sentí que estaba ayudando a Jimmy y que él me estaba ayudando a mí al mismo tiempo. Era como un día de fiesta con los Jardineros, cuando hacíamos todo de un modo especial porque era en honor de algo. Así es como fue: fue en honor.

– No quiero hacerte daño -dijo Jimmy.

Oh, Jimmy, pensé. Estoy rodeándote de luz.

42

Después de esa primera vez me sentí muy feliz, como si estuviera cantando. No una canción compungida, sino más bien el canto de un pájaro. Me encantaba estar en la cama con Jimmy, tener sus brazos en torno a mí, me hacía sentir segura, y me resultaba asombroso lo resbaladiza y sedosa que se siente la propia piel en contacto con la de otro. El cuerpo tiene su propia sabiduría, decía Adán Uno: él se refería al sistema inmunológico, pero también era cierto en otro sentido. Esa sabiduría no era sólo como cantar, era como bailar, pero mejor. Estaba enamorada de Jimmy, y tenía que creer que Jimmy estaba igual de enamorado de mí.

Escribí en mi diario: Jimmy. Luego lo subrayé en rojo y puse un corazón rojo. Todavía desconfiaba de escribir lo suficiente para no poner todo lo que estaba ocurriendo, pero cada vez que teníamos sexo dibujaba otro corazón y lo pintaba.

Quería llamar a Amanda y contárselo, aunque Amanda había dicho una vez que la gente que te habla de sexo es tan aburrida como la gente que te cuenta sus sueños. Pero cuando fui a mi armario y saqué mi tigre de peluche, el teléfono morado ya no estaba allí.

Sentí un escalofrío. Mi diario aún estaba dentro del oso, donde lo había escondido. Pero no tenía teléfono.

Entonces Lucerne entró en mi habitación. Me dijo que si no sabía que todos los teléfonos que había dentro del complejo tenían que estar registrados para que la gente no pudiera comunicar secretos industriales. Era un delito tener un teléfono sin registrar y Corpsegur podía seguir la pista de esos teléfonos. ¿No lo sabía?

Negué con la cabeza.

– ¿Pueden saber a quién he llamado? -pregunté.

Dijo que podían investigar los números, lo cual podía ser una pésima noticia a ambos lados de la línea. No dijo «pésima noticia», dijo «consecuencias desafortunadas».

Luego dijo que a pesar de mi obvia creencia de que era una mala madre, ella guardaba mis intereses de corazón. Por ejemplo, si encontraba un teléfono morado con un número llamado frecuentemente, ella podía enviar un mensaje de texto que dijera: tíralo. Así que si localizaban ese segundo teléfono, sería dentro de un contenedor. Y ella misma se desharía del morado. Y ahora se iba a jugar a golf, y esperaba que reflexionara sobre lo que acababa de decirme.