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Un día me preguntó si creía que Dios era un clúster de neuronas, y si era así, si la gente que tenía ese clúster lo había heredado por selección natural, porque les confería una ventaja competitiva, o si quizás era sólo un tímpano como ser pelirrojo, que no afectaba ni de una forma ni de otra tus posibilidades de supervivencia. Muchas veces estando con él sentía que no hacía pie, así que decía: «Tú qué crees.» Él siempre tenía una respuesta.

Jimmy nos vio juntos en el centro comercial y pareció desconcertado, pero no por mucho tiempo, porque lo pillé haciéndole una señal a Glenn con los pulgares hacia arriba, como diciendo: «Adelante, colega, te invito.» Como si yo fuera de su propiedad y me estuviera compartiendo.

Jimmy y Glenn se graduaron dos años antes que yo y fueron a la universidad. Glenn fue a WatsonCrick con todos los cerebritos y Jimmy fue a la Martha Graham Academy, que era para chicos sin potencial matemático o científico. Así que al menos ya no tuve que ver más a Jimmy en el instituto, acercándose a esta chica o a aquélla. Pero casi era peor sin Jimmy allí que con Jimmy.

De algún modo pasé los dos años siguientes. Mis notas eran malas, y yo no pensaba que pudiera ir a la universidad: terminaría como una esclava de salario mínimo, trabajando en SecretBurgers o en un sitio por el estilo. Pero Lucerne movió algunos hilos. La oí hablar de ello con uno de sus amigos del club de golf: «No es estúpida, pero la experiencia en la secta ha arruinado su motivación. Así que la Martha Graham es lo mejor que podemos conseguir.» De manera que compartiría el mismo espacio con Jimmy: eso me puso tan nerviosa que me mareé.

La noche anterior a salir en el tren bala releí mi viejo diario, y entonces supe lo que querían decir los Jardineros con «ten cuidado con lo que escribes». Eran mis propias palabras de cuando había sido tan feliz, salvo que ahora leerlas era una tortura. Me llevé el diario calle abajo, doblé la esquina y lo tiré en un contenedor de basuróleo. Se convertiría en aceite y todos esos corazones rojos que había dibujado se alzarían en humo, pero servirían para algo.

Parte de mí pensaba que volvería a encontrarme con Jimmy en la Martha Graham, y él diría que siempre me había querido y que volveríamos a estar juntos, y yo le perdonaría y todo volvería a ser maravilloso como al principio. Pero la otra parte de mí se daba cuenta de que las posibilidades de que eso pasara eran nulas. Adán Uno decía que la gente puede creer dos cosas opuestas al mismo tiempo, y en ese momento supe que era verdad.

Banquete de la Sabiduría de la Serpiente

Año 18

De la importancia del conocimiento instintivo. Narrado por Adán Uno

Queridos amigos, compañeros mortales, compañeros animales:

Hoy es nuestro Banquete de la Sabiduría de la Serpiente, y nuestros niños una vez más han sobresalido en su decoración. Hemos de agradecer a Amanda y Shackleton por el apasionante mural de la serpiente del este ingiriendo una rana, adecuado recordatorio de la naturaleza entrelazada de la danza de la vida. En esta fiesta es tradición que utilicemos el calabacín, una hortaliza con forma de serpiente. Damos gracias a Rebecca, nuestra Eva Once, por su innovador postre de calabacín y rábano. Ya tenemos ganas de probarlo.

Sin embargo, primero debo alertaros del hecho de que ciertos individuos están investigando de manera no oficial a Zeb, nuestro Adán Siete de talentos múltiples. En el Jardín de Nuestro Padre hay muchas especies, y hacen falta de todo tipo para formar un ecosistema, y Zeb ha elegido la opción no violenta; así que si os preguntan, recordad que «No lo sé» es siempre la mejor respuesta.

Nuestro texto de la Sabiduría de la Serpiente es de Mateo 10:16: «Sed, pues, sabios como las serpientes e inofensivos como las palomas.» A los antiguos biólogos que se encuentran entre nosotros que hayan hecho un estudio de las serpientes o de las palomas, esta cita les resultará desconcertante. Las serpientes son cazadoras expertas, que paralizan a su presa, o la estrangulan y la aplastan. Ese don para la caza les permite depredar a muchos ratones y ratas. Sin embargo, a pesar de su tecnología natural, por lo general no llamamos a las serpientes «sabias». Y las palomas, aunque inofensivas para nosotros, son extremadamente agresivas con otras palomas: un macho acechará y matará a otro macho menos dominante si se le brinda la ocasión. El Espíritu de Dios en ocasiones se representa como una paloma, lo cual simplemente nos informa de que este espíritu no siempre es pacífico: también tiene un lado feroz.

La serpiente posee una gran carga simbólica en las Palabras Humanas de Dios, aunque de muy distintas maneras. En ocasiones, se muestra como un malvado enemigo de la humanidad, quizá porque, cuando nuestros ancestros primates dormían en los árboles, las constrictor se contaban entre sus escasos depredadores nocturnos. Y para estos ancestros -descalzos como iban- pisar una víbora significa muerte segura. Sin embargo, la serpiente también se equipara con el Leviatán, esa gran bestia marina que Dios creó para humillar a la humanidad, y es mencionada a Job como ejemplo sobrecogedor de Su inventiva.

Entre los antiguos griegos, las serpientes eran sagradas para el dios de la curación. En otras religiones, la serpiente con su cola en la boca se refiere al ciclo de la vida, y al principio y el fin del tiempo. Como mudaban sus pieles, las serpientes también simbolizaban renovación: el alma desembarazándose de su viejo ser, desde el que emerge resplandeciente. Es un símbolo complicado, sin duda. Por consiguiente, ¿cómo vamos a ser «sabios como serpientes»? ¿Hemos de comernos nuestras propias colas, o tentar a la gente a hacer el mal, o enrollarnos en torno a nuestros enemigos y matarlos por asfixia? Seguramente no, porque en la misma frase se nos dice que seamos tan inofensivos como palomas.

Sabiduría de serpiente -propongo- es la sabiduría de sentir directamente, igual que la serpiente percibe las vibraciones de la tierra. La serpiente es sabia por cuanto vive en la inmediatez, sin la necesidad de los elaborados esquemas intelectuales que la humanidad está construyendo para sí misma de un modo incesante. Porque lo que en nosotros es creencia y fe, en las otras criaturas es conocimiento innato. Ningún humano puede conocer la mente completa de Dios. La razón humana es un alfiler danzando en la cabeza de un ángel, tan pequeña es en comparación con la inmensidad divina que nos envuelve.

Como se expresaba en las Palabras Humanas de Dios: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven.» Ésta es la cuestión: que no se ven. No podemos conocer a Dios por razón y medida; de hecho, el exceso de razón y medida conduce a la duda. A través de ellas, sabemos que los cometas y los holocaustos nucleares están entre los mañanas posibles, por no mencionar el Diluvio Seco, que tememos que ocurra muy pronto. Este temor diluye nuestra certeza, y a través de este canal llega la pérdida de fe; y luego la tentación de actuar con malevolencia impregna nuestras almas; porque si nos aguarda la aniquilación, ¿por qué tomarnos la molestia de esforzarnos por hacer el bien?

Nosotros los humanos hemos de trabajar para creer, mientras que las demás criaturas no han de hacerlo. Saben que el amanecer llegará. Lo perciben: esa ondulación en la penumbra, el horizonte espabilándose. No sólo cada gorrión, cada mofache, sino también cada nematodo, cada molusco, cada pulpo y cada mohair y cada leonero: todos se aguantan en la palma de Su mano. A diferencia de nosotros, no necesitan la fe.