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Toby le hizo el favor. Dijo lo valiente que había sido Pez Martillo, lo cual era verdad, y lo lista que había sido al seguir un camino serpenteante e intrincado, y lo mucho que apreciaban la información que les había traído. En realidad nos les había dicho nada que no supieran ya -era el viejo material sobre trasplante de neocórtex de humano a cerdo-, pero no habría sido muy amable decirlo. Hemos de echar una red bien grande, decía Adán Uno, aunque parte de los peces puedan ser pequeños. También hemos de ser un faro de esperanza, porque si le dices a la gente que no hay nada que ellos puedan hacer, harán algo peor que nada.

Toby le dio a Pez Martillo un vestido azul oscuro de Jardinera, añadiendo un cono nasal para taparle la cara. Sin embargo, la mujer estaba nerviosa e inquieta, y no paraba de preguntar si podía fumarse un cigarrillo. Toby dijo que los Jardineros no fumaban -al menos tabaco-, así que si la veían fumando traicionaría su disfraz. Además, no había cigarrillos en el Tejado.

Pez Martillo caminó de un lado a otro y se mordió las uñas hasta que Toby sintió ganas de arrearle. No te pedimos que vinieras ni nos jugamos el cuello por una cucharadita de mierda rancia, quería soltarle. Al final, le dio a la mujer una infusión de manzanilla con adormidera, sólo para desintonizarla.

46

Al día siguiente era el Día de San Aleksander Zawadzki de Galitzia. Era un santo menor, pero uno de los predilectos de Toby. Había vivido en tiempos turbulentos -¿cuándo hubo tiempos no turbulentos en Polonia?-, pero había seguido sus propios impulsos pacíficos y ligeramente descabellados de todos modos, catalogando las flores de Galitzia, identificando sus escarabajos. A Rebecca también le gustaba: se había puesto su delantal de mariposas bordadas y había hecho galletas en forma de escarabajo para el aperitivo de los más pequeños, adornando cada una de ellas con una A y una Z. Los niños habían compuesto una cancioncita sobre éclass="underline" «Aleksander, Aleksander, te sube un escarabajo por la nariz. Échalo en tu pañuelo, no seas infeliz.»

Era media mañana. Pez Martillo seguía durmiendo bajo los efectos de la adormidera del día anterior: Toby se había pasado, pero no se sentía demasiado culpable, y así disponía de un rato para sus tareas habituales. Se había ataviado con los guantes y el sombrero con velo de apicultura y había encendido el brasero con su fuelle: como había explicado a las abejas, pretendía pasar la mañana extrayendo panales enteros. Sin embargo, antes de que empezara el ahumado, apareció Zeb.

– Malas noticias -dijo-. Tu colega de Painball ha salido otra vez.

Como todos los demás Jardineros, Zeb conocía la historia del rescate de Toby de las garras de Blanco por parte de Adán Uno y los Capullos y Flores: formaba parte de la historia oral. Zeb también percibía el temor de Toby, aunque habían hablado de ello.

Toby sintió un escalofrío. Se levantó el velo.

– ¿En serio?

– Más viejo y más peligroso -dijo Zeb-. Ese capullo retorcido debería haber sido pasto de los buitres hace mucho. Pero debe de tener amigos en las altas esferas, porque otra vez está dirigiendo el SecretBurgers de la Alcantarilla.

– Mientras se quede allí -dijo Toby. Trató de que su voz sonara más fuerte.

– Las abejas pueden esperar -dijo Zeb. La cogió del brazo-. Has de sentarte. Fisgonearé. Tal vez se haya olvidado de ti.

Se llevó a Toby a la cocina.

– Cariño, pareces hecha polvo -dijo Rebecca-. ¿Qué te pasa?

Toby se lo contó.

– Oh, mierda -dijo Rebecca-. Te prepararé un poco de Rescue Tea, tienes pinta de necesitarlo. No te preocupes, el karma de ese tío lo matará algún día.

Sin embargo, Toby pensó que «algún día» era un momento demasiado distante.

Era por la tarde. Muchos de los miembros ordinarios de los Jardineros se habían reunido en el tejado. Algunos estaban volviendo a atar las tomateras y a levantar las matas de calabacín que había tumbado la tormenta, una más violenta de lo habitual. Otros se habían sentado a la sombra, ocupados tejiendo, atando, arreglando. Los Adanes y las Evas estaban inquietos, como siempre sucedía cuando albergaban a un fugado, ¿y si habían seguido a Pez Martillo? Adán Uno había apostado centinelas; él mismo estaba al borde del tejado en pose de meditación, con una pierna apoyada en la pared, manteniendo la mirada en la calle de abajo.

Pez Martillo se había despertado, y Toby la había puesto a trabajar cogiendo caracoles de las lechugas; les había dicho a las bases de los Jardineros que era una nueva conversa, y tímida. Habían visto ir y venir a muchos nuevos conversos.

– Si tenemos una visita -dijo Toby a Pez Martillo-, cualquier cosa como una inspección, bájate el sombrero y continúa con los caracoles. Actúa como si estuvieras en segundo plano.

Ella estaba ahumando las abejas, basándose en la teoría de que era mejor seguir actuando como si tal cosa.

Entonces Shackleton, Crozier y el joven Oates llegaron haciendo ruido por la escalera de incendios, seguidos por Amanda y luego por Zeb. Fueron directos hacia Adán Uno. Éste hizo un gesto con la barbilla a Toby: ven con nosotros.

– Ha habido una escaramuza en la Alcantarilla -dijo Zeb después de que se agruparan en torno a Adán Uno.

– ¿Escaramuza? -dijo Adán Uno.

– Sólo estábamos mirando -dijo Shackleton-. Pero él nos vio.

– Nos llamó putos ladrones de carne -dijo Crozier-. Estaba borracho.

– Borracho no, colocado -dijo Amanda con autoridad-. Trató de golpearme, pero le hice un satsuma.

Toby sonrió un poco: era un error subestimar a Amanda. Se había convertido en una amazona alta y fibrosa, y había estado estudiando Limitación de Derramamiento de Sangre Urbana con Zeb. Igual que sus dos esbirros devotos. Tres si se contaba a Oates, aunque éste se hallaba simplemente en el nivel de enamoramiento imposible.

– ¿De quién estáis hablando? -preguntó Adán Uno-. ¿Dónde ha sido eso?

– En SecretBurgers -dijo Zeb-. Estábamos comprobándolo, oímos que Blanco había vuelto.

– Zeb le hizo un unagi -dijo Shackleton-. ¡Impecable!

– ¿Tenías que ir personalmente? -dijo Adán Uno, un poco de mala manera-. Tenemos otras formas de…

– Entonces lo rodearon los Asían Fusión -continuó Oates con excitación-. ¡Tenían botellas!

– Él sacó una navaja -dijo Croze-. Hirió a un par.

– Espero que no haya daño duradero -dijo Adán Uno-. Igual que deploramos la existencia de SecretBurgers y las depredaciones de este…, de este desgraciado individuo, desaprobamos la violencia.

– El puesto tumbado, carne por el suelo… Las únicas heridas que tiene son cortes y hematomas -dijo Zeb.

– Esto es desafortunado -dijo Adán Uno-. Es cierto que en ocasiones hemos de defendernos, y hemos tenido problemas con este…, hemos tenido problemas con él antes. Pero en esta ocasión, ¿me da la impresión de que hemos atacado primero? -Frunció el ceño mirando a Zeb-. ¿O hemos provocado un ataque? ¿Es correcto?

– El capullo se lo merecía -dijo Zeb-. Deberían ponernos una medalla.

– Nuestras maneras son las maneras de la paz -dijo Adán Uno, torciendo aún más el gesto.

– La paz no lleva a ninguna parte -dijo Zeb-. Hay al menos cien especies más extinguidas desde el mes pasado. ¡Se las comen! No podemos quedarnos aquí sentados viendo cómo se van apagando las luces. Había que empezar en alguna parte. Hoy SecretBurgers, mañana esa puta cadena de restaurantes gourmet. Rarity. Eso ha de terminar.

– Nuestro papel respecto a los animales es dar testimonio -dijo Adán Uno-. Y salvaguardar el recuerdo y los genomas de los difuntos. No puedes combatir a la sangre con sangre. Pensaba que estábamos de acuerdo en eso.

Hubo un silencio. Shackleton, Crozier, Oates y Amanda estaban mirando a Zeb. Zeb y Adán Uno estaban mirándose el uno al otro.