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– Da igual, ahora es demasiado tarde -dijo Zeb-. Blanco está furioso.

– ¿Cruzará los límites de las plebillas? -preguntó Toby-. ¿Hará una incursión aquí, en el Sumidero?

– Con el humor que gasta ahora, no cabe duda -dijo Zeb-. Los tipos comunes de las mafias ya no le dan miedo. Es un painballer reincidente.

Zeb advirtió a los Jardineros reunidos, apostó una fila de observadores en torno al tejado, y situó a los más fuertes al pie de la escalera de incendios. Adán Uno protestó, diciendo que actuar como tus enemigos era ponerse a su altura. Zeb dijo que si Adán Uno quería organizar las cuestiones de defensa de alguna otra manera era libre de hacerlo, pero en caso contrario debería mantenerse al margen.

– Hay movimiento -dijo Rebecca, que estaba vigilando-. Me parece que vienen tres.

– Pase lo que pase -le dijo Toby a Pez Martillo-, no eches a correr. No hagas nada que llame la atención. -Se acercó al borde del tejado para mirar.

Había tres pesos pesados mostrando músculos en la acera. Llevaban bates de béisbol, pero no pulverizadores. No eran de Corpsegur, pues, sólo matones de las plebillas buscando venganza por el destrozo en SecretBurgers. Uno de los tres era Blanco: Toby podía localizarlo desde cualquier ángulo. ¿Qué iba a hacer? Machacarla allí mismo hasta matarla, o llevársela a rastras para matarla más lentamente en otro sitio.

– ¿Qué pasa, querida? -dijo Adán Uno.

– Es él -dijo Toby-. Si me ve, me matará.

– No te aflijas -dijo-. No te va a hacer nada malo.

Pero, puesto que Adán Uno pensaba que incluso las peores cosas ocurrían por razones en última instancia excelentes aunque insondables, a Toby no le resultó tranquilizador.

Zeb le dijo que era mejor que escondiera a su invitada especial, por si acaso, así que se llevó a Pez Martillo a su cubículo y le dio una bebida calmante, con mucha manzanilla y un poco de adormidera. Pez Martillo se quedó dormida, y Toby se sentó a su lado con la esperanza de que no terminaran las dos arrinconadas. Se dio cuenta de que estaba buscando armas. Supongo que puedo atizarles con la botella de adormidera, pensó. Pero no es muy grande.

Volvió al tejado. Todavía llevaba su traje de apicultora. Se ajustó los pesados guantes, cogió el fuelle y se bajó el velo.

– Quedaos a mi lado -dijo a las abejas-. Sed mis mensajeras.

Como si pudieran oír.

La lucha no duró mucho. Después, Toby oyó a Shackleton, Crozier y Oates narrando la historia completa a los más pequeños, a los que se había llevado Nuala. Según ellos, había sido épico.

– Zeb estuvo brillante -dijo Shackleton-. ¡Lo tenía todo planeado! Debieron de pensar que como somos tan pacifistas y tal, podían venir y… En fin, fue como una emboscada: retrocedimos por la escalera, con ellos persiguiéndonos.

– Y entonces, y entonces -dijo Oates.

– Y entonces, arriba, Zeb dejó que el primer tipo se le echara encima, y entonces cogió el extremo del bate de béisbol del tipo y lo lanzó, y el tipo casi aplastó a Rebecca, y ella tenía esa horca de dos dientes, y bueno, el tío cayó gritando desde el borde del tejado.

– ¡Así! -dijo Oates, agitando los brazos.

– Entonces Stuart pulverizó al siguiente con el hidratante de plantas -dijo Crozier-. Dice que funciona con los gatos.

– Amanda le hizo algo, ¿no? -le dijo Shackleton con cariño-. Como algún movimiento de Limitación de Derramamiento de Sangre, un hamachi o, no sé lo que hizo, pero también se cayó por encima de la barandilla. ¿Le diste en los huevos o qué?

– Lo realojé -dijo Amanda recatadamente-. Como a un caracol.

– Luego el tercero echó a correr -dijo Oates-. El tipo más grande. Todo rodeado de abejas. Eso lo hizo Toby, fue genial. Adán Uno no nos dejó perseguirlo.

– Zeb dice que la cosa no ha terminado -dijo Amanda.

Toby tenía su propia versión, en la cual todo se había movido muy rápido y muy despacio al mismo tiempo. Ella se había situado detrás de las colmenas, y luego los tres aparecieron justo allí, emergiendo del último rellano de la escalera. Un hombre de rostro pálido con un mentón oscuro y bate de béisbol, un Redfish con cicatrices, y Blanco. Blanco la había localizado inmediatamente.

– Te he visto, culoseco -gritó-. ¡Te haré carne picada!

Su velo de apicultora no era ningún disfraz. Blanco había sacado el cuchillo; estaba riendo.

El primer hombre se había enredado con Rebecca y había pasado de algún modo por encima de la barandilla, gritando en la caída, pero el segundo todavía estaba acercándose. Entonces Amanda -que se había quedado a un lado, con aspecto etéreo e inofensivo- había levantado el brazo. Toby había visto un destello de luz, ¿era cristal? Pero Blanco casi estaba encima de ella: no había nada entre ambos salvo las colmenas.

Toby derribó las colmenas, tres. Ella llevaba el velo, pero Blanco no. Las abejas salieron zumbando con rabia y fueron a por él como flechas. Blanco huyó corriendo por la escalera de incendios, aleteando y dando palmadas, seguido por una nube de abejas.

Toby tardó un rato en volver a poner las colmenas derechas. Las abejas estaban furiosas y picaron a varios Jardineros. Toby pidió disculpas a las víctimas, y ella y Katuro las trataron con calamina y manzanilla; pero ella se disculpó más profusamente con las abejas, una vez que las hubo ahumado lo suficiente para adormilarlas: habían sacrificado a muchas de las suyas en la batalla.

47

Los Adanes y las Evas tuvieron una reunión tensa en la sala oculta detrás de las cubas de vinagre.

– Ese mierda no nos habría atacado sin autorización -dijo Zeb-. Corpsegur está detrás: se han enterado de que estamos ayudando a algunos tipos, así que están trabajando para catalogarnos de terroristas fanáticos, como los Lobos de Isaías.

– No. Es algo personal -dijo Rebecca-. Ese tipo es peligroso como una serpiente, sin faltar al respeto a las serpientes, y va detrás de Toby, nada más. Una vez que mete su pértiga en un agujero, cree que es suyo. -Cuando Rebecca se cabreaba tendía a recuperar su antiguo vocabulario, aunque luego lo lamentaba-. No es mi intención ofender, Toby -dijo.

– Seguramente la causa inmediata está entre nosotros -dijo Adán Uno-. Los jóvenes lo provocaron. Y Zeb. No deberíamos haber levantado la liebre.

– La liebre se lo merecía -dijo Rebecca-. Sin falta de respeto a la liebre.

– Dos cadáveres en la acera no beneficiarán mucho nuestra reputación pacífica -opinó Nuala.

– Accidentes. Se cayeron del tejado -dijo Zeb.

– Y a uno le cortaron la garganta y al otro le arrancaron un ojo en la caída -dijo Adán Uno-. Como mostrará cualquier investigación forense.

– Las paredes de ladrillo son peligrosas -manifestó Katuro-. Las cosas se pegan. Uñas. Cristal roto. Cosas afiladas.

– ¿Tal vez preferirías que hubieran muerto unos cuantos Jardineros? -inquirió Zeb.

– Si tu premisa es correcta -dijo Adán Uno- y esto es una trama de Corpsegur, ¿se te ha ocurrido que esos tres podrían haber sido enviados para provocar exactamente un incidente así? ¿Para hacernos infringir la ley y darles una excusa para las represalias?

– ¿Cuál era tu alternativa? -preguntó Zeb-. ¿Dejar que nos aplastaran como gusanos? Y no es que nosotros aplastemos a los gusanos -agregó.

– Volverá -dijo Toby-. Fuera cual fuese la razón, tanto si es cosa de Corpsegur como si no, mientras esté aquí, seré un objetivo.

– Creo -dijo Adán Uno- que será mejor para tu seguridad, querida Toby, y también para la seguridad del Jardín, que te coloquemos en una de las células trufa en el mundo exfernal. Podrías sernos muy útil allí. Pediremos a nuestros contactos en las plebillas que extiendan el rumor de que ya no estás entre nosotros. Quizás entonces tu enemigo pierda motivación y quedemos protegidos de la agresión desde ese lado, al menos por el momento. ¿Cuándo podremos moverla? -le preguntó a Zeb.