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– Considéralo hecho -dijo Zeb.

Toby fue a su dormitorio y guardó sus elementos más necesarios: los extractos embotellados, las hierbas secas, los hongos. La miel de Pilar, los últimos tres tarros.

Dejó un poco de cada cosa para quien ocupara su lugar de Eva Seis.

Se acordó de cuando quería dejar el Jardín, por aburrimiento y claustrofobia, y por el deseo de tener lo que pensaba que sería una vida propia, pero en el momento en que se estaba marchando, lo sintió como una expulsión. No: más como una dislocación, como una mutilación, como si le arrancaran la piel. Se resistió a la urgencia de tomar un poco de adormidera para calmarse. Tenía que mantenerse alerta.

Otro dolor: estaba fallándole a Pilar. ¿Tendría tiempo de despedirse de las abejas, y si no, morirían en las colmenas? ¿Quién la sucedería como apicultora? ¿Quién poseía la capacidad? Se cubrió la cabeza con una bufanda y se apresuró hacia las colmenas.

– Abejas -dijo en voz alta-. Tengo noticias.

¿Las abejas hicieron una pausa en el aire? ¿Estaban escuchando? Muchas fueron a investigarla; chocaron contra su rostro, explorando sus emociones a través de las sustancias químicas de su piel. Toby esperaba que la perdonaran por tirar sus colmenas.

– Tenéis que decirle a vuestra reina que he de irme -dijo-. No tiene nada que ver con vosotras; vosotras habéis cumplido con vuestros deberes a la perfección. Mi enemigo me obliga a irme. Lo siento. Espero que cuando volvamos a vernos sea en circunstancias más felices.

Toby siempre se sorprendía utilizando un estilo formal con las abejas.

Las abejas zumbaron y burbujearon; parecía que lo estaban discutiendo. Toby deseaba poder llevárselas consigo como si fueran una enorme mascota de piel dorada.

– Os echaré de menos, abejas -dijo.

A modo de respuesta, una de ellas empezó a subirle por el orificio nasal. Toby la expulsó sacando con fuerza el aire por la nariz. «Tal vez llevamos sombreros en estas entrevistas -pensó- para que las abejas no nos entren por las orejas.»

Toby volvió a su cubículo y al cabo de una hora Adán Uno y Zeb se reunieron con ella.

– Será mejor que te lleves esto, querida Toby -dijo Adán Uno.

Tenía en la mano un peluche anuncio: un pato rosa con pies de aleta rojos y un billete de plástico amarillo sonriente.

– El cono nasal está incorporado. Es la última tela. Neobiopiel de mohair. Respira por ti, o eso asegura la etiqueta.

Los dos esperaron a ambos lados de la cortina del cubículo mientras Toby se quitaba el vestido oscuro de Jardinera y se ponía el disfraz. De neobiopiel o no, hacía calor ahí dentro. Y estaba oscuro. Sabía que estaba mirando a través de un par de ojos blancos redondos con grandes pupilas negras, pero se sentía como si estuviera mirando a través de una cerradura.

– Bate las alas -dijo Zeb.

Toby levantó los brazos dentro de los brazos de piel y el traje de pato hizo cuac. Sonaba como un hombre mayor sonándose la nariz.

– Si quieres que se menee la cola, pisa fuerte con el pie izquierdo.

– ¿Cómo hablo? -preguntó Toby. Tuvo que decirlo otra vez, en voz más alta.

– Por el auricular derecho -dijo Adán Uno.

Oh, genial, pensó Toby. Haces cuac con el pie, hablas por el auricular. No preguntaré cómo hacer otras necesidades corporales.

Volvió a ponerse su vestido, y Zeb metió el disfraz en una mochila.

– Te llevaré en la furgoneta -dijo-. Está en la puerta.

– Muy pronto estaremos en contacto, querida -dijo Adán Uno-. Lamento… es desafortunado que… mantén la luz en torno…

– Lo intentaré -dijo Toby.

La furgoneta de aire comprimido de los Jardineros ahora tenía un logo que decía: Fiestas. Toby se sentó delante con Zeb. Pez Martillo iba en la parte de atrás, disfrazada de caja de globos: Zeb dijo que estaba matando dos pájaros de un tiro.

– Lo siento -añadió.

– ¿Por qué? -preguntó Toby. ¿Lamentaba que se fuera? Sintió una palpitación.

– Por matar dos pájaros. No está bien mencionar la muerte de los pájaros.

– Ah, vale -dijo Toby-. No importa.

– Enviaremos a Pez Martillo por los canales habituales -dijo Zeb-. Tenemos contactos entre los mozos de estación; puede ir como mercancía en el tren bala, la marcaremos como frágil. Tenemos una célula trufa en Oregón, la mantendrán escondida.

– ¿Y yo? -preguntó Toby.

– Adán Uno te quiere más cerca del Jardín -dijo Zeb-, por si Blanco termina otra vez en Painball y tú puedes volver. Tenemos un sitio exfernal para ti, pero necesitaremos unos días para prepararlo. Entretanto, espera con tu disfraz. En la Calle de los Sueños, donde trafican con genes personalizados; ese sitio está lleno de peluches anuncio, nadie se fijará en ti. Ahora será mejor que te agaches, vamos a cruzar la Alcantarilla.

Zeb entregó a Toby en el taller, donde los Jardineros que residían allí la sacaron de la furgoneta y la metieron en el antiguo hueco del ascensor hidráulico, que cubrieron con una trampilla. Allí respiró viejos humos de aceite de motor y se tomó un almuerzo frugal de bocaditos de soja y puré de nabos, acompañada de una bebida de zumaque. Durmió en un futón viejo, usando su disfraz como almohada. No había biodoro allí, sólo una lata oxidada de café Happicuppa. «Usa lo que tengas a mano» era uno de los lemas más admirados por los Jardineros.

Descubrió que no todos los miembros de la colonia de ratas del taller habían sido realojados con éxito en el Buenavista, pero los que quedaban no eran abiertamente hostiles.

A la mañana siguiente empezó con su trabajo falso: pasear por la Calle de los Sueños, dentro de un disfraz de piel falsa, graznando de cuando en cuando y meneando la cola, con una doble tabla de anuncio colgada al cuello, y entregando folletos. En la parte delantera de la tabla decía: «Los patitos feos se vuelven cisnes en AnooYoo Spa-in-the-Park. Sube tu autoestima.» En la parte de atrás: «Do it for Yoo: AnooYoo.» En los folletos, decía: «Mejoras de epidermis a bajo coste.» «¡Evita errores genéticos!» «¡Completamente reversible!» AnooYoo no vendía terapia génica (nada tan radical o permanente), sino tratamientos superficiales. Elixires de hierbas, purificación orgánica; inyecciones de nanocélulas vegetales, reafirmante de fórmula de mildiu de malla extrafina, cremas faciales potentes, bálsamos rehidratantes. Cambios de tono a base de iguanas, eliminación de manchas cutáneas, eliminación de verrugas con sanguijuelas.

Entregó muchos folletos, pero también la acosaron algunos de los dueños de establecimientos de genoestética: en la Calle de los Sueños un sueño se comía a otro sueño. Había varios peluches anuncio más trabajando en la calle: un león, una oveja mohair, dos osos y otros tres patos. Toby se preguntó cuántos de ellos serían realmente lo que afirmaban ser: si ella se estaba escondiendo a la vista de todos, otros con necesidad de invisibilidad tenían que haber descubierto la misma solución.

Si de verdad hubiera estado trabajando de peluche anuncio como había hecho años atrás, habría marcado las horas al final del día, se habría quitado el disfraz y se habría guardado el recibo de su paga electrónica. Lo que ocurrió fue que Zeb la recogió en su furgoneta. Su logo decía ahora: Publicidad selvática. Toby se arrebujó en la parte trasera, todavía dentro de su disfraz, y Zeb la trasladó a otro enclave Jardinero: un banco abandonado en la Alcantarilla. Las diversas corporaciones bancadas habían pagado a las mafias de las plebillas para que les brindaran protección, pero los Tex-Mex especialistas en robo de identidades no tardaron en entrar y salir como Pedro por su casa. Al final, los bancos renunciaron y levantaron campamento, porque ningún empleado considera un buen día de trabajo que te obliguen a tumbarte en el suelo con cinta aislante en la boca mientras un chorizo de identidades vaciaba las cuentas, después de cortarte el pulgar y acceder con tu huella dactilar.