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Después de eso, tomamos más champán, y se me ocurrió otra idea festiva, así que subí arriba. Sólo había una habitación con una persona en ella: Starlite, en nuestra vieja habitación. Me sentí fatal por ella, pero metí sábanas en los resquicios de la puerta para que no saliera el olor, y esperaba que los microbios siguieran con su trabajo y la convirtieran en otra cosa deprisa. Cogí los integrales de biofilm y vestidos de la habitación vacía de Savona y Crimson Petal, y los llevé al piso de abajo en una brazada gigante, y empezamos a probárnoslos.

Hubo que rociar los biofilms con agua y lubricante comestible de piel -estaban secos-, pero en cuanto lo hicimos se deslizaron como de costumbre. Sentías la agradable succión cuando sus capas de células vivas interactuaban con tu piel, y luego la sensación cálida de cosquilleo cuando empezaban a respirar. No entraba nada salvo el oxígeno, y no salía nada salvo tus secreciones naturales, aseguraban las etiquetas. La unidad facial incluso te sonaba la nariz. Un montón de clientes del Scales habrían preferido membrana si eso hubiera sido completamente seguro, pero al menos con los biofilms podían relajarse, porque sabían que no iban a pillar ninguna infección.

– Esto se siente genial -dijo Amanda-. Casi te hace un masaje.

– Recomendado para el cutis -dije, y reímos un poco más.

Entonces Amanda se puso un traje de flamenco con plumas rosas y yo me puse uno de pavoceta, y encendimos la música y los focos de colores y subimos a bailar al escenario. Amanda seguía siendo una gran bailarina, sabía cómo agitar esas plumas. Pero yo ya era mejor que ella, por todo el entrenamiento que había tenido y el trabajo en el trapecio; y ella lo sabía. Y eso me complacía.

Fue una estupidez por nuestra parte, todo el episodio del baile: habíamos subido mucho la música, el sonido salía por la puerta abierta, y si había alguien en el vecindario seguramente lo oiría. Pero yo no estaba pensando en eso. «Ren, no eres la única persona del planeta», me decía Toby cuando yo era una niña. Era una forma de decirnos que tuviéramos consideración. En ese momento realmente pensaba que era la única persona en el planeta. O Amanda y yo. Así que allí estábamos con nuestros vestidos de flamenco rosa y pavoceta azul y nuestro nuevo esmalte de uñas, bailando juntas en el escenario del Scales con la música a tope, bum, bum, babadabum, bam, ba, kalam. Cantando como si no tuviéramos ninguna preocupación en el mundo.

De pronto, el número llegó a su final y oímos aplausos. Nos quedamos allí petrificadas. Sentí que me recorría un escalofrío: tuve una imagen fugaz de Crimson Petal colgada de la cuerda del trapecio con una botella incrustada, y no pude respirar.

Habían entrado tres tipos -debían de haberse colado con mucho sigilo- y allí estaban.

– No corras -me dijo Amanda en voz baja.

Luego dijo:

– ¿Estáis vivos o muertos? -Sonrió-. Porque si estáis vivos… ¿a lo mejor queréis una copa?

– Bonito baile -dijo el más alto-. ¿Cómo es que no habéis pillado este virus?

– A lo mejor lo pillamos -dijo Amanda-. A lo mejor somos contagiosas y no lo sabemos todavía. Ahora voy a encender las luces del escenario para poder veros.

– ¿Hay alguien más aquí? -dijo el más alto-. ¿Algún tío?

– No que yo sepa -dijo Amanda. Atenuó las luces-. Quítate la careta -me dijo.

Se refería a las lentejuelas verdes, al biofilm. Bajó la escalera del escenario.

– Queda un poco de whisky, o podemos preparar un café.

Se estaba quitando el casco de biofilm, y sabía lo que estaba pensando: establece contacto visual directo, como nos había enseñado Zeb. No te des la vuelta, es más probable que te enganchen desde atrás. Y cuanto menos pareciéramos pájaros animados en lugar de personas, menos posibilidades de que nos cazaran.

Ahora vi mejor a los tres. Uno alto, uno bajo, otro alto. Iban con trajes de camuflaje, muy sucios, y tenían pinta de haber pasado demasiado tiempo al sol. El sol, la lluvia, el viento.

Entonces, de repente, lo supe.

– ¿Shackie? -dije-. ¡Shackie! ¡Amanda, son Shackie y Croze!

El alto volvió su rostro hacia mí.

– ¿Quién coño eres? -dijo.

No estaba enfadado, sólo asombrado.

– Soy Ren -dije-. ¿Eres el pequeño Oates? -Me eché a llorar.

Los cinco nos acercamos como en una melé de rugby en televisión, en cámara lenta. Nos abrazamos. Sólo abrazos y abrazos, sin soltarnos.

Había un zumo de color naranja en el congelador, así que Amanda mezcló mimosas con el champán que quedaba. Abrimos unas nueces de soja saladas y pusimos al microondas un paquete de sucedáneo de pescado, y los cinco nos sentamos delante de la barra. Los tres chicos -todavía los consideraba chicos- engulleron la comida. Amanda les hizo beber agua, pero no demasiado deprisa. No estaban famélicos: habían estado entrando en supermercados e incluso en casas, viviendo de lo que podían cosechar e incluso atraparon un par de conejos y asaron los trozos, igual que hacíamos en los Jardineros durante la Semana de San Euell. Aun así, estaban delgados.

Luego nos contamos los unos a los otros lo que habíamos estado haciendo cuando se produjo el Diluvio Seco. Les hablé del Cuarto Pringoso, y Amanda de los huesos de vaca en Wisconsin. Estúpida suerte para las dos, dije, que no estuviéramos con otra gente cuando ocurrió. Aunque Adán Uno decía que la suerte no era estúpida porque suerte era sólo otra palabra para hablar de milagro.

A Shackie, Croze y Oates les había ido de un pelo. Estaban encerrados en el Painball Arena. Equipo Rojo, dijo Oates, enseñándome el tatuaje del pulgar; parecía orgulloso de él.

– Nos metieron allí por lo que habíamos estado haciendo -dijo Shackie- con el Loco Adán.

– ¿El Loco Adán? -dije-. ¿Zeb de los Jardineros?

– Más que Zeb. Éramos un grupo: él y nosotros, y algunos más -dijo Shackie-. Científicos de alto niveclass="underline" ingenieros genéticos que huyeron de las corpos y se escondieron porque odiaban lo que estaban haciendo allí. Rebecca y Katuro estaban en el grupo: ayudaban a distribuir el producto.

– Teníamos una web -dijo Croze-. Podíamos compartir nuestra información de esa manera, en la sala de chat oculta.

– ¿Producto? -dijo Amanda-. ¿Estabais pasando supermaría? ¡Guay! -Rio.

– Ni hablar. Estábamos haciendo resistencia con bioformas -dijo Croze dándose importancia-. Los ingenieros preparaban las bioformas, y Shackie, Croze, Rebecca, Katuro y yo teníamos identidades top: seguros e inmobiliarias, cosas con las que puedes viajar. Así que llevábamos las bioformas a los lugares elegidos y las soltábamos.

– Las activábamos -explicó Oates-. Como, bueno, como bombas de relojería.

– Algunos de esos engendros eran geniales -dijo Shackie-. Los microbios que se comían el asfalto, los ratones que atacaban coches…

– Zeb suponía que si lográbamos destruir la infraestructura -explicó Croze-, el planeta podría repararse por sí solo. Antes de que fuera demasiado tarde y se extinguiera todo.

– Así que esta pandemia, ¿fue cosa del Loco Adán? -preguntó Amanda.

– Ni hablar -dijo Shackie-. Zeb no creía en matar a la gente, sólo quería impedir que lo desperdiciaran todo y la cagaran.

– Quería hacerlos pensar -dijo Oates-. Aunque algunos de esos ratones se descontrolaron. Se confundieron. Atacaban zapatos. Hubo heridas en los pies.

– ¿Dónde está ahora? -pregunté. Sería muy tranquilizador que Zeb estuviera ahí. Él sabría qué hacer a continuación.

– Sólo hablábamos con él online -dijo Shackie-. Iba por libre.

– Aunque Corpsegur pescó nuestros híbridos del Loco Adán -dijo Croze-. Nos localizaron. Supongo que algún asqueroso de nuestra sala de chat era un infiltrado.