Recordamos en este día que la Happicuppa Corp estaba en contravención directa del espíritu de santa Rachel. Sus productos crecidos al sol, pulverizados con pesticidas, destructores de hábitat forestal eran la mayor amenaza de las criaturas emplumadas de Dios en nuestros tiempos, igual que el DDT fue su mayor amenaza en los tiempos de santa Rachel Carson. Fue en el espíritu de santa Rachel que algunos de nuestros antiguos miembros más radicales se unieron a campañas militantes contra Happicuppa. Otros grupos estaban protestando por el tratamiento de los trabajadores indígenas, pero aquellos ex jardineros protestaban por sus políticas contrarias a la vida de las aves. Aunque no podíamos aprobar los métodos violentos, respaldamos la intención.
Santa Rachel consagró su vida a los que tienen plumas, y por lo tanto al bienestar de todo el planeta, porque cuando las aves enfermaban y se extinguían, ¿no indicaba esto el agravamiento de la enfermedad de la vida en sí? Imaginad la pena de Dios al contemplar el sufrimiento de Sus más exquisitas y melodiosas creaciones emplumadas.
Santa Rachel fue atacada por las poderosas corporaciones químicas de la época, y desdeñada y puesta en la picota por decir la verdad, pero su campaña prevaleció al fin. Por desgracia, la campaña contra Happicuppa no tuvo el mismo éxito, pero ese problema lo ha solucionado ahora un poder mayor: Happicuppa no ha sobrevivido al Diluvio Seco. Como lo expresaban las Palabras Humanas de Dios en Isaías 34: «De generación en generación quedará arruinada, y nunca jamás habrá quien pase por ella… Allí anidará la víbora, pondrá, incubará y hará salir del huevo. También allí se juntarán los buitres.» Y así ha ocurrido. Ahora mismo, amigos, la selva debe estar regenerándose.
Cantemos.
Cuando Dios despliegue sus alas lucientes
Del Libro Oral de Himnos
de los Jardineros de Dios
68
Año 25
Caminamos por el prado relumbrante. Hay un zumbido como de un millar de minúsculas vibraciones; enormes mariposas rosas flotan alrededor. El aroma de trébol es muy fuerte. Toby anda a tientas con el palo de su fregona. Yo trato de fijarme en dónde piso, pero hay muchos baches y tropiezo, y cuando miro veo que es una bota. Se escabullen los escarabajos.
Más adelante hay algunos animales. No estaban allí hace un minuto. Me pregunto si habían estado tumbados en la hierba y luego se habían levantado. Me quedo atrás, pero Toby dice:
– No pasa nada, sólo son mohair.
Nunca he visto uno vivo antes, sólo en la red. Se quedan allí mirándonos, moviendo las mandíbulas de un lado a otro.
– ¿Me dejarán que los acaricie? -digo.
Son azules y rosa y plateados y violeta; parecen caramelo o nubes en un día soleado. Muy alegres y pacíficos.
– Lo dudo -dice Toby-. Hemos de caminar más deprisa.
– No nos tienen miedo -digo.
– Deberían tenerlo -dice Toby-. Venga, vámonos.
Los mohair nos vigilan. Cuando estamos más cerca de ellos, se reúnen y se alejan lentamente.
Al principio, Toby dice que vamos a la puerta oriental. Luego, después de que caminamos un rato por el camino pavimentado, dice que está más lejos de lo que pensaba. Empiezo a marearme, porque hace mucho calor, sobre todo dentro del mono, así que Toby dice que nos dirigiremos hacia los árboles que hay al final del prado porque se estará más fresco allí. No me gustan los árboles, está demasiado oscuro, pero sé que no puedo quedarme en el prado.
Hay más sombra bajo los árboles, pero no hace más frío. Hay humedad, y no hay brisa, y el aire es denso, como si contuviera más aire que otro aire. Pero al menos estamos protegidas del sol, así que nos quitamos los monos y caminamos por el sendero. Noto ese rico olor profundo de la madera podrida, el olor a hongo que recuerdo de los Jardineros, cuando íbamos al parque por San Euell. Las enredaderas han ganado terreno a la grava, pero hay muchas ramas rotas y pisadas, y Toby dice que alguien más ha pasado por allí; aunque no hoy, porque las hojas se han mustiado.
Hay cuervos más adelante, armando bulla.
Llegamos a un arroyo con un puentecito. El agua se riza sobre las piedras, y veo pececitos de agua dulce. En la orilla opuesta hay signos de tierra removida. Toby se queda quieta, gira el cuello para escuchar. Luego cruza el puente y observa el agujero cavado.
– Jardineros -dice- o alguien listo.
Los Jardineros te enseñaban que nunca hay que beber directamente de un arroyo, y menos de uno que esté cerca de una ciudad: había que hacer un agujero al lado, así el agua se filtraba al menos un poco. Toby tiene una botella vacía, de la que hemos estado bebiendo. La llena en el abrevadero, de manera que sólo la capa superior del agua entra en la botella: no quiere lombrices ahogadas.
Delante, en un pequeño claro, hay setas. Toby dice que son lengua de vaca (Hydnum repandum) y que eran una variedad otoñal, cuando todavía había otoño. Las cogemos, y Toby las guarda en una de las bolsas de tela, y cuelga la bolsa fuera de la mochila para que las setas no se aplasten. Luego continuamos.
Lo olemos antes de verlo.
– No grites -dice Toby.
Por esto han estado graznando los cuervos.