Выбрать главу

Se le eriza el vello en los brazos, la sangre se le agolpa en la cabeza.

El montón en el suelo es definitivamente humano, cubierto con una especie de manta horripilante. Ahora atisba la cúpula de una cabeza calva, unos pelos. Da un empujoncito en la manta con el palo de la fregona, manteniendo el bulto enfocado con la linterna. Un gemido. Otro empujoncito más fuerte: hay un pequeño retorcimiento en la ropa. Ahora hay unas rendijas de ojos, y una boca, labios con costras y ampollas.

– Qué coño -dice la boca-. ¿Quién coño eres?

– ¿Estás enfermo? -pregunta Toby.

– Un capullo me disparó -dice el hombre.

Sus ojos parpadean a la luz.

– Apaga la puta linterna.

No hay signos de sangre goteando de la nariz, boca u ojos. Con un poco de suerte, no está infectado.

– ¿Dónde te disparó? -pregunta Toby.

La bala ha tenido que ser la suya, de aquella vez en el prado. Aparece una mano: venas rojas y azules. Aunque está consumido y sucio, con los ojos hundidos por la fiebre, no cabe duda de que es Blanco. Ella tenía que saberlo porque lo había visto de cerca.

– La pierna -dice-. Me fue como el culo. Los cabrones me han dejado aquí.

– ¿Dos hombres? -dice Toby-. ¿Tenían una mujer con ellos? -logra que su voz suene firme.

– Dame un poco de agua -dice Blanco.

Hay una botella vacía en el rincón, cerca de su cabeza. Dos botellas, tres. Costillas mordisqueadas: ¿el mohair lavanda?

– ¿Quién más está fuera? -dice él con voz ronca. Le cuesta respirar-. ¿Más zorras? He oído más.

– Deja que te vea la pierna -dice Toby-. Quizá pueda ayudarte.

No será la primera persona que ha fingido una herida.

– Me estoy muriendo, coño -dice Blanco-. ¡Apaga esa luz!

Toby ve varios cursos de acción en forma de pequeñas arrugas en la frente de él. ¿La ha reconocido? ¿Tratará de agredirla?

– Quita la manta -dice Toby- y te traeré un poco de agua.

– Quítala tú -ruge Blanco.

– No -dice Toby-. Si no quieres ayuda te encerraré aquí.

– La cerradura está rota -dice-. Zorra flaca. ¡Dame agua!

Toby localiza el otro olor: el problema, se está descomponiendo.

– Tengo Zizzy Froot -dice-. Eso te gustará más.

Sale por la puerta y cierra tras de sí, pero no antes de que Ren eche un vistazo.

– Es él -susurra-. El tercero, el peor de todos.

– Respira hondo -dice Toby-. Estás a salvo. Tú tienes el rifle y él no. Pero apunta al suelo.

Toby hurga en su mochila, encuentra lo que queda de Zizzy Froot, se bebe un cuarto del líquido tibio, azucarado y con gas: «No desperdicies.» Luego llena la botella con adormidera y añade un buen chorro de amanita en polvo por si acaso. El Ángel de la Muerte, garante de oscuros deseos. Si tienes dos malas opciones, elige la menos mala, habría dicho Zeb.

Abre la puerta con el palo de la fregona e ilumina el interior con la linterna. Sin duda Blanco se está arrastrando por el suelo, haciendo una mueca por el esfuerzo. En una mano tiene el cuchillo: lo más probable era que intentara acercarse al máximo para poder agarrarla por los tobillos cuando entrara. Llevársela por delante con él o usarla como moneda de cambio para conseguir a Ren.

Los lobos rabiosos muerden. ¿Qué más hay que saber?

– Toma -dice Toby.

Le pasa rodando el Zizzy Froot. El cuchillo de Blanco cae haciendo un ruido cuando agarra la botella, la abre con manos temblorosas, bebe. Toby espera para asegurarse de que se lo traga todo.

– Ahora te sentirás mejor -le dice con voz amable. Cierra la puerta.

– ¡Saldrá! -dice Ren. Está pálida.

– Si sale, le dispararemos -dice Toby-. Le he dado unos calmantes para que se tranquilice. -Dice en silencio palabras de disculpa y liberación, las mismas que usa en el caso de un escarabajo.

Espera hasta que la adormidera haya hecho efecto y vuelve a entrar en la habitación. Blanco respira con dificultad: si la adormidera no acaba con él, lo hará el Ángel de la Muerte. Levanta la manta: tiene el muslo hecho un asco; la carne en descomposición y la ropa en descomposición se han mezclado. Le hace falta contenerse mucho para no vomitar.

Luego revisa la habitación en busca de productos inflamables, recogiendo lo que puede: papel, restos de sillas rotas, una pila de cedés. Hay una segunda planta, pero Blanco está bloqueando la puerta a lo que ha de ser la escalera y ella no está preparada para acercarse tanto a él. Busca ramas secas bajo los árboles: con el mechero de barbacoa, el papel y los cedés, al final prende. Prepara una sopa de huesos con la pata del mohair, añadiendo las setas y un poco de verdolaga del lecho de flores; comen sentadas junto al humo del fuego, por los mosquitos.

Duermen en la terraza, usando un árbol para trepar. Toby arrastra las mochilas arriba, y las otras tres patas de mohair, para que nada ni nadie se las robe durante la noche. La terraza de guijarros es húmeda: se tumban en los plásticos. Las estrellas brillan más; la luna es invisible. Justo antes de que se vayan a dormir, Ren susurra:

– ¿Y si se despierta?

– No volverá a despertarse -dice Toby.

– Oh -dice Ren en voz baja.

¿Es admiración por Toby o simplemente temor ante la muerte? No habría sobrevivido con una pierna en ese estado, se dice Toby a sí misma. Tratar de curarla habría sido un desperdicio de gusanos. Aun así, acaba de cometer un asesinato. O un acto de clemencia: al menos no murió sediento.

No te engañes, cielo, dice la voz de Zeb en su cabeza. Tenías la venganza en mente.

– Que su espíritu marche en paz -dice en voz alta. Sea como sea, el cerdo cabrón.

70

Toby. Santa Rachel y Todas las Aves

Año 25

Toby se despierta justo antes del alba. En la distancia hay un leonero, con su extraño rugido quejumbroso. Ladran los perros. Toby mueve los brazos, luego las piernas: está rígida como una losa de cemento. La humedad de la niebla le cala hasta la médula.

Aquí llega el sol, una rosa ardiente que se eleva de las nubes de color melocotón. Las hojas de los árboles están cubiertas de gotitas de rocío que brillan bajo una luz rosa cada vez más intensa. Todo tiene un aspecto muy fresco, como recién creado: las piedras en el tejado, los árboles, las telas de araña que cuelgan de rama en rama. La dormida Ren parece luminosa, como bañada en plata. Con el mono rosa en torno a su cara oval y la niebla goteando en sus largas pestañas, se la ve frágil y espiritual, como si estuviera hecha de nieve.

La luz se proyecta directamente sobre Ren, que abre los ojos.

– Oh, mierda, mierda -dice-. ¡Llego tarde! ¿Qué hora es?

– No llegas tarde a nada -dice Toby, y por alguna razón las dos se echan a reír.

Toby explora con los prismáticos. Al este, adonde van a dirigirse, no hay movimiento; en cambio, al oeste hay un grupo de cerdos, la mayor reunión que Toby ha visto hasta la fecha: seis adultos, dos crías. Están estirados a la vera del camino como perlas de carne redondas en un collar; tienen la cabeza baja y resoplan como si estuvieran siguiendo una pista.

Siguiendo nuestra pista, piensa Toby. Quizá son los mismos cerdos: los cerdos enfadados, los cerdos del funeral. Se levanta, agita el rifle y les grita:

– ¡Alejaos! ¡Largo!

Al principio se quedan mirando, pero cuando Toby baja el rifle y les apunta se mueven con torpeza hacia los árboles.

– Es casi como si supieran lo que es un rifle -dice Ren.

Está mucho más firme esta mañana. Más fuerte.

– Oh, lo saben -dice Toby.

Bajan del árbol, y Toby enciende el Kelly. Aunque no hay señales de nadie alrededor, no quiere arriesgarse a hacer un fuego mayor. Está preocupada por el humo, ¿alguien lo olerá? La regla de Zeb era: los animales huyen del fuego, a los humanos los atrae.