La primera pregunta que formuló mi madre nos demostró a mí y a las demás mujeres presentes no sólo que no había olvidado lo que la señora Wang había apuntado el día de su primera visita, sino también que desde entonces había estado cavilando y evaluando esa posibilidad.
– ¿Y los ocho caracteres? -La dulzura de su voz no logró disimular su determinación-. No veo motivo para una unión a menos que los ocho caracteres estén en plena armonía.
– Madre, no habría venido si los ocho caracteres no estuvieran bien alineados -respondió la señora Wang, imperturbable-. Lirio Blanco y Flor de Nieve nacieron en el año del caballo, en el mismo mes y, si es cierto lo que me han dicho sus madres, también el mismo día y a la misma hora. Lirio Blanco y Flor de Nieve tienen el mismo número de hermanos y hermanas, y ambas son el tercer vastago…
– Pero…
La señora Wang levantó una mano para cortar a mi madre.
– Responderé a tu pregunta antes de que la formules: sí, la tercera hija de la familia Lu también reposa con sus antepasados. Las circunstancias de esas tragedias no vienen al caso, pues a nadie le gusta pensar en la pérdida de un retoño, aunque se trate de una niña. -La miró con severidad, como desafiándola a hablar. Cuando mi madre desvió la vista, la señora Wang agregó-: Lirio Blanco y Flor de Nieve tienen idéntica estatura e igual belleza y, más importante aún, les vendaron los pies el mismo día. El bisabuelo de Flor de Nieve era jinshi, de modo que su posición social y económica no es pareja a la vuestra. -No hacía falta que explicara que si esa famüia tenía un funcionario imperial del más alto nivel entre sus antepasados debía de estar muy bien relacionada y ser muy adinerada-. A la madre de Flor de Nieve no parece importarle esa diferencia, dado que las dos niñas tienen muchas otras cosas en común.
Mi madre, como buen mono, asintió en silencio mientras asimilaba toda la información; yo, en cambio, me moría de ganas de saltar de la silla, ir corriendo a la orilla del río y ponerme a gritar de entusiasmo. Miré a mi tía con la esperanza de verla esbozar una sonrisa, pero advertí que apretaba los labios para ocultar su emoción. Todo su cuerpo -excepto los dedos, que no paraban de moverse y parecían un puñado de crías de anguila- era la viva imagen de la serenidad, la buena educación y el decoro. Entendía mejor que ninguna de nosotras la importancia de aquella reunión. Miré con disimulo a Luna Hermosa y Hermana Mayor, y en sus ojos brillaba la alegría que sentían por mí. No veía la hora de que llegara el anochecer para hablar con ellas cuando el resto de la familia se hubiera acostado.
– Pese a que suelo hacer esta propuesta el día de la Fiesta de Otoño, cuando las niñas tienen ocho o nueve años -aclaró la señora Wang-, en este caso intuyo que una unión inmediata resultaría especialmente beneficiosa para tu hija. La niña es perfecta en muchos aspectos, pero su aprendizaje doméstico podría mejorar y necesita mucho refinamiento para encajar en una familia de posición más elevada.
– Mi hija deja mucho que desear -convino mi madre con indiferencia-. Es testaruda y desobediente. No estoy segura de que esto sea buena idea. Es mejor ser una uva imperfecta en el racimo de una hermandad que decepcionar a una sola muchacha de buena familia.
La felicidad que me embargaba desapareció en un instante y dejó paso a un negro abismo. Conocía bien a mi madre, pero no era lo bastante mayor para entender que sus amargas palabras formaban parte de la negociación, ni sabía que, cuando mi padre y la casamentera se sentaran a hablar de mi matrimonio, expresarían sentimientos parecidos. El hecho de presentarme como algo de escaso valor protegía a mis padres en caso de que la familia de mi esposo o de mi laotong tuvieran en el futuro alguna queja de mí. Por otra parte, contribuía a reducir el pago que tenían que hacer a la casamentera, así como el importe de mi dote.
La señora Wang no se inmutó.
– Es natural que pienses así. Yo también tengo mis dudas. Pero por hoy ya hemos hablado suficiente. -Hizo una pausa, como si deliberara, aunque todas sabíamos que había planeado y practicado meticulosamente cada uno de sus actos y sus palabras. Metió una mano dentro de la manga, sacó un abanico y me pidió que me acercara. Al dármelo, la señora Wang habló a mi madre por encima de mi cabeza-. Necesitas tiempo para decidir el destino de tu hija.
Abrí el abanico, que hizo un ruidito seco, y observé las palabras que recorrían un pliegue y la guirnalda de hojas que adornaban el borde superior.
Mi madre, adoptando una expresión severa, preguntó:
– ¿Por qué le das esto a mi hija, si todavía no hemos hablado de tus honorarios?
La señora Wang rechazó ese comentario con un gesto de la mano, como si fuera un mal olor.
– Haremos lo mismo que con la boda. No cobraré nada a la familia Yi. Ya me pagará la familia de la otra niña. Si ahora incremento el valor de tu hija convirtiéndola en laotong, la familia del novio me pagará más por ella. Estoy satisfecha con este arreglo.
Se levantó y avanzó unos pasos hacia la escalera. Entonces se volvió, puso una mano en el hombro de mi tía y, dirigiéndose a todas las presentes, anunció:
– Hay algo más que todas deberíais plantearos. Esta mujer ha hecho un buen trabajo con su hija, y me he fijado en que Luna Hermosa y Lirio Blanco son muy buenas amigas. Si nos ponemos de acuerdo respecto a esta relación de laotong para Lirio Blanco, que ayudaría a acrecentar sus posibilidades de casarse con alguien de Tongkou; creo que sería conveniente buscar esposo también allí a Luna Hermosa.
La propuesta nos pilló desprevenidas. Olvidando el decoro, me volví hacia mi prima, que estaba tan emocionada como yo.
La señora Wang levantó una mano y trazó un arco en forma de luna en cuarto creciente.
– Claro que puede que ya os hayáis comprometido con la señora Gao. No quisiera inmiscuirme en sus asuntos… locales -añadió, y con eso quería decir «inferiores».
Aquello dejaba claro, para empezar, que mi madre no podía competir con la experiencia negociadora de la señora Wang, que en ese momento se dirigió directamente a ella:
– Considero que esto es una decisión de mujeres, una de las pocas que puedes tomar respecto a la vida de tu hija, y quizá también a la de tu sobrina. Sin embargo, el padre también debe estar de acuerdo para que podamos seguir adelante. Madre, antes de marcharme te daré un último consejo: aprovecha tus encantos femeninos para defender tus intereses.
Mientras mi madre y mi tía acompañaban a la casamentera hasta el palanquín, Hermana Mayor, Luna Hermosa y yo, muy emocionadas, nos quedamos de pie en medio de la habitación, abrazándonos y comentando lo ocurrido. ¿Cómo era posible que me sucedieran cosas tan maravillosas? ¿Se casaría también Luna Hermosa con alguien de Tongkou? ¿De verdad pasaríamos juntas el resto de nuestra vida? Hermana Mayor, que tenía motivos para lamentar su destino, expresó sus más sinceros deseos de que todo cuanto había propuesto la casamentera se hiciera realidad, consciente de que la familia se beneficiaría de ello.
Eramos muy jóvenes y estábamos locas de alegría, pero sabíamos cómo teníamos que comportarnos. Luna Hermosa y yo volvimos a sentarnos para dar descanso a nuestros pies. Hermana Mayor ladeó la cabeza hacia el abanico que yo todavía tenía en la mano.
– ¿Qué pone?
– No sé leerlo todo. Ayúdame.
Abrí el abanico. Hermana Mayor y Luna Hermosa miraron por encima de mis hombros. Examinamos juntas los caracteres y reconocimos algunos: «niña», «buen carácter», «tareas domésticas», «hogar», «tú», «yo».
Mi tía, sabedora de que era la única que podía ayudarme, fue la primera en volver a la habitación de las mujeres. Señaló los caracteres uno a uno con un dedo. Yo memoricé de inmediato las palabras: «Me han dicho que en vuestra casa hay una niña de buen carácter y hábil en las tareas domésticas. Esa niña y yo nacimos el mismo año y el mismo día. ¿No podríamos ser almas gemelas?»
Antes de que yo respondiera a aquella niña, Flor de Nieve, mi familia debía analizar y sopesar muchos detalles. Aunque Hermana Mayor, Luna Hermosa y yo no podíamos influir en decisiones como ésa, pasamos horas escuchando desde la habitación del piso de arriba cómo mi madre y mi tía evaluaban las hipotéticas consecuencias de que yo tuviera una laotong. Mi madre era muy perspicaz, pero mi tía procedía de una familia más culta que la nuestra y sus conocimientos eran más profundos. Con todo, como era la mujer de rango inferior de la casa, debía hablar con prudencia, sobre todo teniendo en cuenta que mi madre controlaba por completo su vida.
– Una unión con una laotong es tan importante como un buen matrimonio -afirmaba mi tía para iniciar la conversación. Repetía muchos de los argumentos de la casamentera, pero siempre volvía al único elemento que consideraba verdaderamente relevante-: La relación con una laotong se establece por decisión propia, con el objetivo de lograr una camaradería emocional y una fidelidad eterna. En cambio, la boda no se celebra por decisión propia y sólo tiene un objetivo: engendrar hijos varones.
Al oír esa referencia a los hijos, mi madre intentaba consolar a su cuñada.
– Tú tienes a Luna Hermosa. Es una niña muy buena y todos están muy contentos con ella…
– Y me dejará para siempre cuando se case y se marche a otro pueblo. En cambio, tus dos hijos vivirán contigo el resto de tu vida.
Las dos mujeres llegaban todos los días a ese mismo punto de la conversación, y todos los días mi madre trataba de encauzarla hacia aspectos más prácticos.
– Si Lirio Blanco se convierte en laotong, no tendrá hermandad. Todas las mujeres de nuestra familia… -«la han tenido», pensaba decir mi madre, pero mi tía terminaba la frase de otro modo.
– … pueden actuar como hermanas de juramento en las ocasiones en que sea preciso. Si crees que necesitamos a más muchachas cuando llegue el momento de Sentarse y Cantar en la Habitación de Arriba antes de la boda de Lirio Blanco, puedes invitar a las hijas solteras de nuestros vecinos para que la ayuden.