Выбрать главу

– Vamos a ver qué pasa ahí fuera.

La clave de la afinidad de nuestros ocho caracteres era que ambas habíamos nacido en el año del caballo y, por tanto, probablemente teníamos espíritu aventurero. Flor de Nieve volvió a mirarme evaluando el alcance de mi valor, que, he de admitirlo, no era mucho. Respiré hondo y me senté a su lado; ella retiró la cortina. Entonces pude poner caras a las voces que había oído, pero por lo demás mis ojos captaron imágenes asombrosas. Los yao habían montado puestos decorados con piezas de tela de colores mucho más llamativos que los que jamás habían empleado mi madre o mi tía. Un grupo de músicos ataviados con trajes extravagantes pasó a nuestro lado, camino de un espectáculo de ópera. Un hombre caminaba cerca de allí con un cerdo atado de una correa. Nunca se me había ocurrido pensar que alguien pudiera llevar su cerdo a una feria para venderlo. Cada pocos segundos otro palanquín nos esquivaba; dedujimos que en ellos iban mujeres que acudían a hacer una ofrenda a Gupo. Había muchas por la calle -hermanas de juramento que al casarse se habían marchado de su pueblo y se reunían allí con motivo de la feria-; llevaban sus mejores faldas y unos tocados con complejos bordados. Caminaban juntas sobre sus lotos dorados, meneando las caderas. Había infinidad de imágenes hermosas que absorber, y todas se veían realzadas por un olor increíblemente dulce que llegaba hasta el palanquín, seducía mi olfato y calmaba mi estómago.

– ¿Habías estado antes aquí? -preguntó Flor de Nieve. Negué con la cabeza, y ella continuó-: Yo he venido varias veces con mi madre. Nos lo pasamos muy bien. Visitamos el templo. ¿Crees que hoy iremos al templo? Yo creo que no, tendríamos que caminar demasiado, pero espero que pasemos por el puesto de taro. Mi madre siempre me lleva allí. ¿No lo hueles? El viejo Zuo, el dueño del puesto, hace los mejores dulces del condado. -¿Cómo podía ser que Flor de Nieve hubiera estado allí muchas veces?-. Lo hace así: fríe unos dados de taro hasta que quedan blandos por dentro pero duros y crujientes por fuera. Entonces derrite azúcar en un gran wok puesto al fuego. ¿Has probado el azúcar, Lirio Blanco? Es lo mejor del mundo. Una vez que se pone marrón, echa el taro frito y lo remueve hasta que queda bien recubierto. Después coloca los dados en una bandeja y la lleva a tu mesa, junto con un cuenco de agua fría. No te imaginas lo caliente que está el taro recubierto de azúcar derretido. Si intentaras comértelo así, te harías un agujero en la lengua; por eso hay que coger un trozo con los palillos y sumergirlo en el agua. ¡Crac, crac, crac! Ese es el ruido que hace el azúcar cuando se endurece. Cuando le hincas el diente, notas el crujido de la capa de azúcar, lo crocante del taro frito y por último el interior blando. Mi tía tendría que llevarnos allí, ¿no estás de acuerdo?

– ¿Tu tía?

– ¡Pero si hablas! Creía que sólo sabías escribir palabras bonitas.

– Quizá no hable tanto como tú -repuse con voz queda, un tanto dolida. Ella era la bisnieta de un funcionario imperial y mucho más culta que la hija de un vulgar campesino.

Flor de Nieve me cogió una mano. La suya tenía un tacto seco y caliente, señal de que tenía el chi muy alto.

– No te preocupes. No me importa que hables poco. Yo siempre me meto en líos por hablar demasiado, porque no pienso las cosas antes de decirlas. En cambio, tú serás una esposa ideal, pues siempre elegirás tus palabras con cuidado.

¿Lo entendéis? Allí mismo, el primer día, nos comprendimos la una a la otra, pero ¿impediría eso que cometiéramos errores en el futuro?

La señora Wang abrió la portezuela del palanquín.

– Venid, niñas. Está todo arreglado. Sólo tendréis que dar diez pasos para llegar a vuestro destino. Si os hiciera andar más, rompería la promesa que he hecho a vuestras madres.

Estábamos cerca de un puesto de artículos de papel decorado con cintas rojas, pareados de la buena fortuna, símbolos de doble felicidad carmesíes y dorados e imágenes pintadas de la diosa Gupo. Delante había una mesa donde se amontonaban diversas mercancías de colores chillones. A ambos lados del puesto, que estaba protegido del barullo de la calle por tres largas mesas colocadas en los costados, se abrían sendos pasillos por donde entraban los clientes. En el centro había una mesita con tinta, pinceles y dos sillas. La señora Wang nos indicó que escogiéramos un trozo de papel donde escribir nuestro contrato. Como cualquier niña de mi edad, yo estaba acostumbrada a decidir ciertas cosas (qué hortaliza cogería del cuenco después de que mi padre, mi tío, Hermano Mayor y los otros miembros de la familia hubieran metido sus palillos en él, por ejemplo), pero en ese momento me sentí incapaz de decidirme; mis manos querían tocar todas las mercancías, mientras Flor de Nieve, que sólo tenía siete años y medio, utilizaba el sentido crítico, con lo que daba muestras de mayor madurez.

La señora Wang dijo:

– Recordad, niñas, que hoy lo pago todo yo. Esto sólo es una decisión. Tendréis que tomar otras, así que no os entretengáis demasiado.

– Sí, tiíta -repuso Flor de Nieve hablando por las dos. A continuación me preguntó-: ¿Cuál te gusta?

Señalé una hoja de papel grande que, por su tamaño, parecía la más apropiada, dada la importancia de la ocasión.

Flor de Nieve pasó el índice por el borde dorado.

– El oro es de mala calidad -sentenció. Acto seguido levantó la hoja y la examinó a contraluz-. El papel es delgado y transparente como un ala de insecto. ¿No ves cómo lo atraviesa la luz del sol? -Dejó la hoja en la mesa y me miró con esa franqueza que la caracterizaba-. Necesitamos algo que demuestre eternamente el valor y la perdurabilidad de nuestra relación.

Yo apenas entendía sus palabras; Flor de Nieve hablaba un dialecto ligeramente distinto del de Puwei, pero ésa no era la única razón. Yo era ordinaria y estúpida; ella era refinada y ya superaba los conocimientos de mi madre e incluso los de mi tía.

Me empujó hacia el interior del puesto y me susurró:

– Lo mejor siempre lo guardan ahí detrás. -Y añadió con naturalidad-: ¿Qué te parece éste, alma gemela?

Era la primera vez que alguien me pedía que mirara algo y expresara mi opinión, y lo hice. Pese a mi escaso refinamiento, me di cuenta de la diferencia entre la hoja que yo había elegido y la que me estaba enseñando Flor de Nieve, más pequeña y con unos adornos menos chabacanos.

– Examínala -dijo.

Cogí la hoja, cuyo peso noté de inmediato, y la miré a contraluz, como había hecho ella con la otra. El papel era tan grueso que sólo lo atravesaba un pálido resplandor rojizo.

No hizo falta que dijéramos nada, era evidente que estábamos de acuerdo, así que tendimos la hoja al comerciante. La señora Wang pagó por ella y para que redactáramos nuestro contrato en la mesa que había en el centro del puesto, Flor de Nieve y yo nos sentamos una frente a la otra.

– ¿Cuántas niñas crees que se habrán sentado en estas sillas para redactar sus contratos? -preguntó Flor de Nieve-. Hemos de redactar el mejor contrato que se haya escrito jamás. -Frunció un poco el entrecejo y me consultó-: ¿Qué crees que deberíamos poner?

Pensé en lo que me habían aconsejado mi madre y mi tía.

– Somos niñas -contesté-, y debemos obedecer las normas…

– Sí, sí, lo de siempre -me interrumpió Flor de Nieve con cierta impaciencia-, pero ¿no quieres que esto hable de nosotras dos?

Yo me sentía muy insegura, mientras que ella parecía saber muchas cosas. Había estado allí en otras ocasiones, mientras que yo nunca había salido de mi pueblo. Ella sabía lo que había que escribir en nuestro contrato, y yo sólo podía confiar en lo que mi tía y mi madre imaginaban que debíamos poner en él. Todas las propuestas que yo formulaba sonaban como preguntas.

– ¿Seremos laotong para siempre? ¿Siempre seremos sinceras? ¿Haremos las tareas domésticas juntas en la habitación de arriba?

Flor de Nieve me observó con la misma franqueza con que lo había hecho en el palanquín, y yo no supe qué estaba pensando. ¿Había dicho algo inoportuno? ¿Lo había expresado de un modo incorrecto?

Al cabo de un instante cogió un pincel y lo mojó en la tinta. Aquel día, Flor de Nieve había descubierto todos mis defectos; por otra parte, ya sabía, por nuestro abanico, que mi caligrafía no era tan perfecta como la suya. Sin embargo, cuando empezó a escribir, comprobé que había aceptado mis propuestas. Mis sentimientos se enroscaban en su hermosa caligrafía, expresando un único pensamiento compartido por ambas.

Creímos que los sentimientos manifestados en aquella hoja de papel durarían para siempre, pero no podíamos prever las complicaciones que nos esperaban. Sin embargo, recuerdo casi todas las palabras. ¿Cómo no iba a recordarlas? Esas palabras quedaron grabadas en mi corazón.

Nosotras, la señorita Flor de Nieve de Tongkou y la señorita Lirio Blanco de Puwei, seremos sinceras la una con la otra. Nos consolaremos con palabras amables. Aliviaremos nuestros corazones. Susurraremos y bordaremos en la habitación de las mujeres. Practicaremos las Tres Obediencias y las Cuatro Virtudes. Seguiremos los preceptos del confucianismo recogidos en las Enseñanzas para mujeres y nos comportaremos como verdaderas damas. Hoy, nosotras, la señorita Flor de Nieve y la señorita Lirio Blanco, hemos hablado con sinceridad. Hemos sellado nuestro vínculo. Durante diez mil li seremos como dos arroyos que confluyen en un solo río. Durante diez mil años seremos como dos flores del mismo jardín. Nunca nos alejaremos, nunca habrá ni una sola palabra cruel entre nosotras. Seremos almas gemelas hasta el día de nuestra muerte. Nuestros corazones están contentos.

La señora Wang nos contemplaba con solemnidad mientras firmamos en nu shu al pie de la hoja.

– Estoy satisfecha con esta unión de laotong -anunció-. Como ocurre en el matrimonio entre un hombre y una mujer, los buenos se emparejan con buenos, los hermosos con hermosos y los inteligentes con inteligentes. Pero, a diferencia de lo que ocurre en el matrimonio, esta relación conservará un carácter exclusivo. -Soltó una risotada y añadió-: Nada de concubinas. ¿Entendéis lo que quiero decir, niñas? Se trata de una unión de dos corazones que ni la distancia, las discrepancias, la soledad o las diferencias de posición social podrán romper; tampoco podréis permitir que otras niñas (ni más adelante otras mujeres) se interpongan entre vosotras.