– Luna Hermosa, Luna Hermosa…
Cesó el espeluznante sonido. Los ojos de mi prima no eran más que dos estrechas rendijas en un rostro brutalmente crispado, pero ella no dejaba de mirarme, consciente de lo que ocurría. Había oído cuanto yo le había dicho. En sus últimos momentos, cuando ya no entraba ni salía aire de sus pulmones, sentí que Luna Hermosa me transmitía muchos mensajes. «Dile a mi madre que la quiero», «Dile a mi padre que lo quiero», «Diles a tus padres que les agradezco todo cuanto han hecho por mí», «No dejes que sufran por mí». Entonces inclinó la cabeza.
Nadie se movió. Todo se quedó tan inmóvil como el paisaje que yo había bordado en mis zapatos. Sólo los sollozos y los gemidos indicaban que estaba ocurriendo una desgracia.
Mi tío entró corriendo en el callejón y se abrió paso a empujones entre la gente hasta llegar a donde estábamos sentadas Luna Hermosa y yo. Mi prima parecía tan serena que mi tío abrigó esperanzas, pero mi rostro y el de los que nos rodeaban lo desengañaron. Entonces soltó un grito desgarrador y cayó de rodillas. Y al ver cuan distorsionada tenía la cara, soltó un aullido estremecedor. Los niños más pequeños huyeron, asustados. Mi tío sudaba porque venía de trabajar en los campos y por la carrera hasta la casa, y yo percibía su olor corporal. Las lágrimas le resbalaban por la nariz, las mejillas y la barbilla y desaparecían en su sudada túnica.
Entonces llegó mi padre, que se arrodilló junto a su hermano. Unos segundos más tarde, Hermano Mayor se abrió paso entre la muchedumbre, jadeando. Llevaba a Flor de Nieve a cuestas.
Mi tío empezó a hablar a su hija.
– Despierta, pequeña. Despierta. Voy a buscar a tu madre. Ella te necesita. Despierta. Despierta.
Mi padre lo agarró por el brazo y dijo:
– Es inútil.
La postura en que se había sentado mi tío era muy parecida a la de Luna Hermosa: la cabeza inclinada, las piernas dobladas debajo del cuerpo, las manos sobre el regazo; todo era igual, salvo las lágrimas que derramaban sus ojos y el implacable dolor que hacía estremecer su cuerpo.
Mi padre preguntó:
– ¿Quieres cogerla tú o prefieres que lo haga yo?
Mi tío negó con la cabeza. Sin pronunciar palabra, sacó una pierna de debajo del cuerpo y plantó el pie en el suelo para incorporarse; a continuación levantó a Luna Hermosa y la llevó a la casa. Los demás estábamos tan conmocionados que apenas podíamos pensar. Sólo Flor de Nieve reaccionó; se encaminó presurosa hacia la mesa de la sala principal y retiró las tazas de té que habíamos puesto para cuando los hombres regresaran del campo. Mi tío tendió sobre ella a Luna Hermosa y entonces los demás pudieron ver los estragos que el veneno de la abeja había hecho en el rostro y el cuerpo de mi prima. Yo no paraba de pensar: «Sólo han sido cinco minutos.»
Flor de Nieve tomó de nuevo las riendas y dijo:
– Perdonad, pero tenéis que ir a buscar a los otros.
Cuando mi tío comprendió que eso significaba que había que decir a mi tía que Luna Hermosa había muerto, sus sollozos arreciaron. Yo no quería ni pensar en mi tía. Luna Hermosa siempre había sido su única fuente de verdadera felicidad. Estaba tan conmocionada por lo que le había pasado a mi prima que todavía no había tenido ocasión de sentir nada. De pronto noté que las fuerzas me abandonaban y las lágrimas anegaban mis ojos. Flor de Nieve me rodeó con un brazo y me guió hasta una silla, sin dejar de dar instrucciones.
– Hermano Mayor, ve corriendo al pueblo natal de tu tía -ordenó-. Tengo unas monedas. Utilízalas para alquilar un palanquín para ella. Luego ve al pueblo natal de tu madre y dile que venga. Tendrás que traerla a cuestas, como has hecho conmigo. Quizá Hermano Segundo pueda ayudarte. Date prisa. Tu tía la necesitará.
Los demás aguardamos. Mi tío se sentó en un taburete junto a la mesa y lloró a mares sobre la túnica de Luna Hermosa, de modo que las manchas se extendían por la tela como nubes de lluvia. Padre intentaba consolarlo, pero era inútil; nada podía consolarlo. Quien diga que los yao no quieren a sus hijas miente. Es verdad que carecemos de valor. Es verdad que nos crían con el único propósito de entregarnos a otra familia. Sin embargo, muchas veces nos aman y nos cuidan, pese a que nuestras familias natales se esfuercen por no encariñarse con nosotras. Si no, ¿por qué encontramos tan a menudo frases como «Yo era una perla en la palma de la mano de mi padre» en nuestra escritura secreta? Puede que los padres intentemos no encariñarnos en exceso con nuestras hijas. Yo intenté no encariñarme con la mía, pero fue en vano. Ella mamaba de mis pechos como habían hecho mis hijos varones, lloraba en mis brazos, y me honró convirtiéndose en una mujer buena e inteligente que dominaba el nu shu. Mi tío había perdido para siempre a su perla.
Observando el rostro de Luna Hermosa recordé cuánto nos habíamos querido. Nos habían vendado los pies al mismo tiempo. Nos habían encontrado esposo en el mismo pueblo. Nuestras vidas estaban felizmente entretejidas, y ahora nos separábamos para siempre.
Flor de Nieve iba de un lado para otro. Preparó té, pero nadie lo bebió. Recorrió toda la casa en busca de prendas blancas de luto y nos las entregó. Se quedó junto a la puerta para recibir a la gente que se había enterado de la noticia. La señora Wang llegó en su palanquín y Flor de Nieve la hizo entrar. Yo pensé que la casamentera se lamentaría por haber perdido sus honorarios, pero lo que hizo fue preguntar cómo podía ayudarnos. El futuro de Luna Hermosa había estado en sus manos y se sentía obligada a asistirla en su último viaje. Cuando vio el rostro deformado de Luna Hermosa y sus monstruosos y escalofriantes dedos, se tapó la boca con una mano. Hacía mucho calor y en la casa no había ningún lugar fresco donde poner a mi prima. El cadáver no tardaría en empezar a corromperse.
– ¿Cuándo llegará su madre? -preguntó la señora Wang.
Nadie lo sabía.
– Flor de Nieve, tápale la cara con muselina y vístela con las prendas de la eternidad. Deprisa. No conviene que una madre vea a su hija en este estado. -Flor de Nieve se dispuso a subir por la escalera, pero la señora Wang la retuvo por la manga-. Iré a Tongkou y te traeré la ropa de luto. No salgas de esta casa hasta que yo te lo diga. -La soltó, echó un último vistazo a Luna Hermosa y luego se marchó.
Cuando mi tía llegó, mi padre, mi tío, mis hermanos y yo nos habíamos puesto unas sencillas prendas de arpillera. Habíamos envuelto a mi prima de la cabeza a los pies con muselina y a continuación la habíamos vestido para su viaje al más allá. Aquel día se derramaron muchas lágrimas en mi casa, pero a mi tía no la vimos llorar. Entró oscilando sobre sus lotos dorados y fue derecha hacia el cadáver de su hija. Le alisó la ropa y le puso una mano sobre el corazón. Se quedó así durante horas.
Mi tía cumplió a rajatabla todos los ritos del funeral. Fue al entierro de rodillas. Quemó billetes y ropa junto a la tumba para que Luna Hermosa los empleara en el más allá. Reunió todos los textos que mi prima había escrito en nu shu y también los quemó. Después construyó un pequeño altar en nuestra casa y todos los días hacía ofrendas en él. No lloraba delante de nosotros, pero nunca olvidaré los sonidos que invadían la casa por la noche, cuando mi tía se acostaba. Sus lamentos surgían de lo más profundo de su alma. Los demás no podíamos dormir. No podíamos consolarla. Mis hermanos y yo intentábamos no hacer ningún ruido, volvernos invisibles, pues sabíamos que para ella nuestras voces y caras sólo eran amargos recordatorios de lo que acababa de perder. Por la mañana, cuando los hombres se marchaban al campo, mi tía se retiraba a su habitación y no salía de allí. Se tumbaba de costado, de cara a la pared, y se negaba a comer otra cosa que no fuera el cuenco de arroz que mi madre le llevaba; pasaba el día en silencio hasta que caía la noche, y entonces iniciaba de nuevo aquel espeluznante lamento.
Todo el mundo sabe que, cuando alguien fallece, una parte de su espíritu desciende al más allá y otra parte permanece con la familia; según otra creencia, el espíritu de una muchacha muerta antes de casarse persigue a sus amigas solteras, no para asustarlas sino para llevárselas al más allá, donde le harán compañía. Todas las noches, la infelicidad de Luna Hermosa llegaba hasta nosotras a través de los sobrenaturales lamentos de mi tía, y Flor de Nieve y yo sabíamos que corríamos peligro.
A Flor de Nieve se le ocurrió una idea. «Hemos de construir una torre de flores», dijo una mañana. Una torre de flores era justo lo que necesitábamos para apaciguar al espíritu de Luna Hermosa. Así tendría un sitio donde refugiarse y distraerse. Si ella era feliz, Flor de Nieve y yo estaríamos protegidas.
Las familias ricas acuden a un constructor de torres de flores profesional, pero Flor de Nieve y yo decidimos levantarla con nuestras manos. Diseñamos una pagoda de siete plantas. Pusimos un par de perros foo en la entrada. En las paredes interiores pintamos poemas con nuestra escritura secreta. Construimos un piso para bailar y otro para flotar. En el techo de un dormitorio pintamos estrellas y la luna. En otro piso hicimos una habitación de las mujeres, con celosías confeccionadas con ornados recortes de papel que permitían mirar en todas direcciones. Fabricamos una mesa sobre la que pusimos muestras de nuestros hilos favoritos, tinta, papel y un pincel, para que Luna Hermosa bordara o escribiera en nu shu a sus nuevas amigas fantasmas. Hicimos criados y bufones con papel de colores y los repartimos por la torre para que en todos los pisos hubiera compañía, distracción y diversiones. Cuando no estábamos trabajando en la torre de flores, componíamos un lamento que cantaríamos para tranquilizar a mi prima. Si la torre de flores era para que Luna Hermosa la disfrutara toda la eternidad, nuestras palabras serían una despedida definitiva del mundo de los vivos.
El día que por fin cambió el tiempo, pedimos permiso para ir a la tumba de Luna Hermosa. No había que andar mucho; Flor de Nieve había tenido que caminar mucho más para llegar a los campos y avisar a mi padre y mi tío cuando murió Luna Hermosa. Nos sentamos junto al túmulo y, al cabo de unos minutos, Flor de Nieve quemó la torre de flores. La vimos arder, imaginando que viajaba hasta el más allá y que Luna Hermosa se paseaba encantada por sus habitaciones. Luego saqué el papel donde habíamos escrito a Luna Hermosa en nuestra escritura secreta y empezamos a cantar: