Por lo demás, yo experimentaba sentimientos encontrados durante el rito de Sentarse y Cantar. Me entristecía saber que iba a alejarme de mi familia, pero, tal como había hecho con el vendado de los pies, procuraba ver más allá; no me quedaba con aquel pedacito de vida que podía ver por la celosía, sino que contemplaba un paisaje como los que Flor de Nieve y yo veíamos por la ventanilla del palanquín de la señora Wang. Estaba convencida de que me esperaba un futuro nuevo y mejor. Quizá era una actitud innata en mí; si pueden, los caballos recorren el mundo. Me complacía la idea de vivir en otro sitio. Como es lógico, me gustaría poder afirmar que Flor de Nieve y yo seguíamos nuestra naturaleza de caballo exactamente como la definen los horóscopos, pero los caballos (y las personas) no siempre obedecen. Decimos una cosa y hacemos otra. Sentimos de una forma; luego nuestros corazones se abren en otra dirección. Vemos una cosa, pero no comprendemos que las anteojeras limitan nuestra visión. Avanzamos por una vereda que nos gusta, pero entonces vemos un camino, un callejón, un río que nos tienta…
Así es como me sentía, y pensaba que Flor de Nieve debía de sentir lo mismo que yo, pero mi laotong era un misterio para mí. Su boda se celebraría un mes después de la mía, pero no parecía ni emocionada ni triste. Estaba muy apagada, incluso cuando cantaba, sin equivocarse, la letra de nuestras canciones o trabajaba con diligencia en el libro del tercer día que estaba componiendo para mí. Pensé que quizá la ponía más nerviosa que a mí la perspectiva de la noche de bodas.
– Eso no me asusta -dijo, mientras doblábamos y envolvíamos mis colchas.
– A mí tampoco -aseguré, pero ninguna de las dos lo decía con mucha convicción.
En mis años de hija, cuando todavía me dejaban jugar en la calle, había visto muchos animales aparearse. Sabía que tendría que hacer algo parecido, pero no entendía cómo iba a pasar ni qué se esperaba de mí, y Flor de Nieve, que generalmente sabía mucho más que yo, no podía ayudarme. Ambas esperábamos que nuestras madres, hermanas mayores, mi tía o incluso la casamentera, nos explicaran cómo realizar aquella tarea, igual que nos habían enseñado a hacer tantas otras.
Como a ambas nos resultaba violento abordar ese tema, intenté conducir la conversación hacia los planes que teníamos para las semanas siguientes. En lugar de regresar con mi familia después de mi boda, iría a casa de Flor de Nieve para acompañarla durante el mes del rito de Sentarse y Cantar. Tenía que ayudarla con los preparativos de la boda, como ella me había ayudado a mí. Hacía diez años que deseaba ir allí y, en cierto modo, eso me hacía más ilusión que conocer a mi esposo, porque había oído hablar mucho acerca de la casa y la familia de Flor de Nieve, mientras que apenas sabía nada del hombre con el que iba a casarme. Sin embargo, pese a estar muy emocionada (¡por fin iba a ver la casa de Flor de Nieve!), ella sólo me daba detalles muy vagos.
– Te llevará alguien de tu familia política -dijo mi alma gemela.
– ¿Crees que mi suegra participará en el rito de Sentarse y Cantar de tu boda? -pregunté. Eso me habría complacido, porque así mi suegra me vería con mi laotong.
– La señora Lu está demasiado ocupada. Tiene muchas obligaciones, y tú también las tendrás algún día.
– Pero conoceré a tu madre, a tu hermana mayor y… ¿A quién más invitaréis?
Suponía que mi madre y mi tía participarían en los rituales de su boda. Flor de Nieve era casi un miembro más de nuestra familia y yo creía que querría tenerlas a su lado durante esos días.
– Vendrá tía Wang -contestó.
Seguramente la casamentera haría varias apariciones durante el rito de Sentarse y Cantar de mi laotong, tal como había hecho con el mío. Para la señora Wang nuestra boda suponía la culminación de largos años de duro trabajo; cuando abandonáramos el hogar paterno, ella recibiría sus honorarios. Era lógico que no quisiera desperdiciar ni una sola oportunidad de demostrar a las otras mujeres -madres de potenciales clientes- los espléndidos resultados que había obtenido.
– No sé si mi madre ha invitado a alguien además. No sé qué ha planeado -continuó mi laotong-. Todo será una sorpresa.
Nos quedamos calladas mientras cada una doblaba otra colcha. La miré y me pareció advertir cierta tensión en sus facciones. Por primera vez en muchos años volvió a invadirme la inseguridad. ¿Y si Flor de Nieve seguía considerando que no era digna de ella? ¿La avergonzaba que las mujeres de Tongkou conocieran a mi madre y mi tía? Entonces recordé que estábamos hablando de su rito de Sentarse y Cantar. Todo se haría exactamente como su madre decidiera.
Le aparté un mechón de la cara y se lo puse detrás de la oreja.
– Estoy impaciente por conocer a tu familia. Vamos a pasarlo muy bien.
Todavía estaba tensa cuando dijo:
– No quisiera que te llevaras una decepción. Te he hablado tanto de mi madre, de mi padre…
– Y de Tongkou, y de tu casa…
– Seguro que nada te resultará tan bonito como lo has imaginado.
Me reí.
– Es una tontería que te preocupes. Todo lo que he imaginado proviene de los hermosos cuadros que tú has dibujado con tus palabras.
Tres días antes de mi boda empecé las ceremonias relacionadas con el Día de la Pena y las Preocupaciones. Mi madre se sentó en el cuarto peldaño de la escalera que conducía a la habitación de arriba, las mujeres de nuestro pueblo vinieron a presenciar los lamentos y todos exclamaron ku, ku, ku entre sollozos. Cuando mi madre y yo hubimos terminado de llorar y cantarnos una a otra, repetí el rito con mi padre, mis tíos y mis hermanos. Es cierto que era valiente y pensaba sin temor en mi nueva vida, pero mi cuerpo y mi alma estaban debilitados por el hambre, pues la novia no puede comer durante los diez últimos días de las ceremonias de la boda. ¿Observamos esta tradición para que nos entristezca aún más dejar a nuestra familia, para estar más complacientes cuando llegamos a la casa de nuestro esposo, o para que éste nos encuentre más puras? ¿Cómo voy a saberlo? Lo único que sé es que mi madre, como la mayoría de las madres, escondió unos huevos duros para mí en la habitación de las mujeres; sin embargo, no me proporcionaban mucha fuerza, y mis emociones se debilitaban con cada nuevo evento.
A la mañana siguiente me despertaron los nervios, pero Flor de Nieve estaba a mi lado, y con sus suaves dedos en mi mejilla intentó tranquilizarme. Ese día iban a presentarme a mis suegros y yo tenía tanto miedo que no habría podido comer aunque hubiese estado permitido. Me ayudó a ponerme el traje nupcial que yo misma había confeccionado: una túnica corta sin cuello, ceñida con un cinturón, y unos pantalones largos. Luego deslizó en mi muñeca los brazaletes de plata que me había enviado la familia de mi esposo y me ayudó a ponerme los otros regalos: los pendientes, el collar y las horquillas. Los brazaletes hacían un ruido metálico y los dijes de plata que yo había cosido en mi túnica tintineaban armoniosamente. Calzaba los zapatos rojos de boda y lucía un ornado tocado con cuentas perladas y alhajas de plata que temblaban cuando caminaba, movía la cabeza o no podía contener mis sentimientos. De la parte delantera del tocado colgaban unas borlas rojas que formaban un velo y me impedían ver. Para no perder el decoro debía mantener la vista fija en el suelo.
Flor de Nieve me guió hasta la planta baja. Que no viera no significaba que infinidad de emociones no me recorrieran el cuerpo. Oí los irregulares pasos de mi madre, a mi tía y mi tío hablar en voz baja, y a mi padre arrastrar la silla al levantarse. Fuimos juntos hasta el templo de Puwei, donde agradecí a mis antepasados la vida que había tenido. Flor de Nieve no se separó ni un momento de mí; me conducía por los callejones, me susurraba palabras de ánimo al oído y me recordaba que debía apresurar el paso, si podía, porque mis suegros no tardarían en llegar.
De vuelta en casa, subimos a la habitación de las mujeres. Para tranquilizarme, mi laotong me cogió las manos e intentó describirme lo que debía de estar haciendo en esos momentos mi nueva familia.
– Cierra los ojos y trata de imaginarlo. -Se inclinó hacia mí, de modo que las borlas de mi tocado se agitaban con cada palabra que pronunciaba-. El señor y la señora Lu, sin duda elegantemente vestidos, han partido hacia Puwei con sus amigos y parientes. Los acompaña una banda de músicos para anunciar a todos cuantos encuentren por el camino que hoy van a realizar una buena adquisición. -Bajó la voz para añadir-: ¿Dónde está el novio? Él te espera en Tongkou. ¡Sólo faltan dos días para que lo veas!
De pronto oímos música. Estaban llegando. Flor de Nieve y yo nos acercamos a la celosía. Me aparté las borlas de la cara y miré. Todavía no veíamos la banda ni el cortejo, pero sí a un emisario que entraba en el callejón; se paró ante la puerta y entregó a mi padre una carta escrita en papel rojo, donde se declaraba que mi nueva familia había venido a buscarme.