No obstante, hacía falta mucho más. Flor de Nieve tenía que presentarse en su nuevo hogar con ropa suficiente para vestirse durante muchos años y de momento tenía muy pocas prendas. Me puse a pensar qué podíamos hacer en el mes que nos quedaba.
Cuando llegó la señora Wang para el rito de Sentarse y Cantar en la Habitación de Arriba de Flor de Nieve, me la llevé a un rincón y le supliqué que fuera a mi casa natal.
– Necesito ciertas cosas… -dije.
Aquella mujer siempre había sido muy crítica conmigo. Además, había mentido, no a mi familia sino a mí. Nunca me había inspirado mucha simpatía, pero hizo lo que le pedí porque, al fin y al cabo, ahora yo gozaba de una posición superior a la suya. Volvió de mi casa al cabo de varias horas con dos cestas; una contenía mis golosinas de boda, unos trozos de carne de cerdo que mis suegros me habían regalado y hortalizas del huerto, y la otra, la tela que yo tenía pensado cortar cuando regresara al hogar paterno. Nunca olvidaré cómo se comió aquella carne la madre de Flor de Nieve. Le habían enseñado a comportarse como una dama y, pese a lo hambrienta que estaba, no se lanzó sobre la comida como habría hecho cualquiera de mi familia, sino que desprendía pequeños trozos de carne con los palillos y se los llevaba con delicadeza a la boca. Su contención y compostura me enseñaron algo que siempre he tenido presente: aunque esté desesperada, debo conducirme en todo momento como una mujer educada.
Todavía no había terminado con la señora Wang.
– Necesitamos muchachas para el rito de Sentarse y Cantar -dije-. ¿Puedes traer a la hermana mayor de Flor de Nieve?
– No. Sus suegros no la dejarán volver a esta casa.
Traté de digerirlo. Jamás había oído que semejante cosa fuera posible.
– Pues necesitamos muchachas -insistí.
– No vendrá nadie, Lirio Blanco -me confió la señora Wang-. Mi cuñado tiene muy mala reputación. Ninguna familia permitirá que una niña soltera traspase este umbral. Quizá tu madre y tu tía, que ya conocen la situación…
– ¡No!
Todavía no estaba preparada para verlas, y a Flor de Nieve no le serviría de nada su compasión. Lo que necesitaba mi laotong era la compañía de muchachas desconocidas.
Yo tenía algunas monedas que me habían regalado por mi boda. Deslicé unas pocas en la mano de la señora Wang y dije:
– No vuelvas hasta que hayas encontrado a tres muchachas. Paga a sus padres la cantidad que consideres oportuna. Diles que yo me hago responsable de sus hijas.
Estaba convencida de que, como esposa de la mejor familia de Tongkou, podría conseguir lo que quisiera, y sin embargo lo que estaba haciendo era muy arriesgado, porque mis suegros no tenían ni idea de que utilizaba su posición de ese modo. No obstante, la señora Wang evaluó la situación. Ella necesitaba seguir haciendo negocios en Tongkou y estaba a punto de cosechar los frutos de haberme introducido en la familia Lu. No quería poner en peligro su posición, pero ya se había saltado muchas normas para beneficiar a su sobrina. Al final resolvió mentalmente la ecuación, asintió con la cabeza y se marchó.
Al día siguiente regresó con tres crías, hijas de unos campesinos que trabajaban para mi suegro. Dicho de otro modo: eran niñas como yo, pero que no habían disfrutado de mis ventajas.
Fue un mes agotador. Enseñé a cantar a las niñas. Las ayudé a buscar palabras bonitas para describir a Flor de Nieve -a quien no conocían de nada- en sus libros del tercer día. Si no sabían un carácter, yo se lo escribía. Si se dedicaban a perder el tiempo cuando debían confeccionar las colchas, las llevaba aparte y les susurraba que sus padres las castigarían si no realizaban bien las tareas para las que las habían contratado.
¿Recordáis cómo se sentía mi hermana mayor durante los ritos nupciales? Estaba muy triste por tener que marcharse de su casa natal, pero todos consideraban que iba a hacer una buena boda. Las canciones que entonó no eran ni demasiado trágicas ni demasiado alegres, y reflejaban lo que iba ser su futuro. Por mi parte, había tenido sentimientos encontrados acerca de mi matrimonio. También estaba triste por tener que abandonar mi casa natal, pero al mismo tiempo me sentía emocionada porque mi vida iba a cambiar para mejor. En mis canciones había elogiado a mis padres por haberme criado y les había dado las gracias por lo mucho que habían trabajado por mí. El futuro de Flor de Nieve, en cambio, se vislumbraba sombrío. Era algo que nadie podía negar ni cambiar, de modo que nuestras canciones estaban impregnadas de melancolía.
– Madre -cantó Flor de Nieve un día-, padre no me plantó en una colina soleada. Viviré para siempre en la sombra.
Y su madre contestó:
– Ciertamente, es como plantar una flor hermosa en un muladar.
Las tres niñas y yo no podíamos sino estar de acuerdo, y alzamos nuestras voces al unísono para repetir ambas frases. Así es como hacíamos las cosas: con sentimiento, pero a la manera tradicional.
Hacía cada vez más frío. Un día, vino el hermano menor de Flor de Nieve y tapó las celosías con papel, aunque eso no impidió que la humedad siguiera entrando en la casa. Teníamos los dedos rígidos y enrojecidos a causa del frío. Las tres niñas campesinas no se atrevían a quejarse. Como no podíamos continuar de aquella manera, propuse que nos trasladáramos a la cocina, donde podríamos calentarnos junto al brasero. La señora Wang y la madre de Flor de Nieve se plegaron a mi deseo, demostrando una vez más que yo tenía poder.
El libro del tercer día que había escrito para Flor de Nieve tiempo atrás estaba lleno de espléndidas predicciones acerca de su futuro, pero aquellas frases ya no eran pertinentes. Empecé de nuevo. Corté un trozo de tela añil para confeccionar las tapas, entre las que coloqué varias hojas de papel de arroz que cosí con hilo blanco. En las esquinas de la primera hoja pegué recortes de papel rojo. En las primeras páginas escribiría mi canción de despedida; en las siguientes presentaría a mi laotong a su nueva familia, y las últimas las dejaría en blanco para que ella escribiera lo que quisiera y guardara las muestras de sus bordados. Molí tinta en el tintero de piedra y cogí el pincel. Dibujé los trazos de nuestra escritura secreta con gran esmero. No debía permitir que mi mano, tan temblorosa a causa de las emociones de aquellos días, estropeara los sentimientos que pretendía expresar.
Transcurridos los treinta días, empezó el Día de los Lamentos. Flor de Nieve se quedó en el piso de arriba. Su madre se sentó en el cuarto peldaño de la escalera que conducía a la habitación de las mujeres. Nosotras ya teníamos preparadas las canciones. Pese a la amenaza de la ira del padre de Flor de Nieve ante cualquier ruido, elevé la voz para cantar mis sentimientos y mis consejos.
– Una buena mujer no debe aborrecer los defectos de su esposo -canté, recordando «La historia de la esposa Wang»-. Ayuda a mejorar a tu familia. Sirve y obedece a tu marido.
La madre y la tía de Flor de Nieve cantaron:
– Para ser buenas hijas, debemos obedecer. -Al oír sus voces nadie habría puesto en duda la devoción y el afecto que se profesaban-. Debemos recogernos en la habitación de arriba, ser castas, mostrarnos recatadas y perfeccionar las artes de las mujeres. Para ser buenas hijas, debemos abandonar el hogar. Ése es nuestro destino. Cuando nos vamos a la casa de nuestro esposo, se abren ante nosotras nuevos mundos, a veces mejores y a veces peores.
– Disfrutamos juntas de los felices años de hija -recordé a Flor de Nieve-. Pasó el tiempo y nunca nos separamos. Ahora seguiremos juntas. -Evocando los primeros mensajes intercambiados en nuestro abanico y lo escrito en nuestro contrato de laotong, añadí-: Seguiremos hablándonos al oído. Seguiremos eligiendo nuestros colores, enhebrando nuestras agujas y bordando juntas.
Flor de Nieve apareció en lo alto de la escalera y su voz llegó hasta mí.
– Creía que volaríamos juntas como dos aves fénix, eternamente. Ahora soy como una criatura muerta que yace en el fondo de un estanque. Dices que seguiremos juntas, como antes. Te creo. Sin embargo, el umbral de mi casa nunca podrá compararse con el tuyo.
Bajó despacio por la escalera y se sentó junto a su madre. Creíamos que la veríamos llorar, pero no derramó ni una lágrima. Entrelazó un brazo en el de su madre y escuchó con educación cómo las niñas del pueblo entonaban sus lamentos. La observé sin entender su aparente falta de emoción, cuando hasta yo, que había estado muy contenta porque iba a hacer una buena boda, había llorado en aquella ceremonia. ¿Acaso abrigaba sentimientos encontrados, como me había ocurrido a mí? Sin duda echaría de menos a su madre, pero ¿echaría de menos a aquel despreciable padre o añoraría despertar cada mañana en una casa vacía que le recordaba la desgraciade su familia? Casarse con un carnicero era terrible, pero ¿era peor que la vida que había llevado hasta entonces? Además, Flor de Nieve había nacido bajo el signo del caballo, como yo. Sus ansias de libertad y aventuras eran tan fuertes como las mías. Sin embargo, aunque éramos almas gemelas, nacidas bajo el signo del caballo, yo siempre tenía los pies en el suelo y era realista, fiel y obediente, mientras que su caballo tenía alas que querían elevarla por el aire y luchar contra cualquier cosa que pudiera frenarla, pese a tener una mente que perseguía la belleza y el refinamiento.
Dos días más tarde, llegó la silla de flores de mi laotong. Tampoco esta vez lloró ni se rebeló contra lo inevitable. Se entretuvo un momento con el pequeño grupo de mujeres que se habían congregado y luego subió al palanquín, escasamente decorado. Las tres niñas a las que yo había contratado ni siquiera esperaron a que hubiera doblado la esquina para marcharse. La madre de Flor de Nieve entró en la casa y yo me quedé sola con la señora Wang.
– Pensarás que soy una vieja despreciable -dijo ésta-, pero debes saber que nunca mentí a tu madre ni a tu tía. Pocas veces se le presenta a una mujer la oportunidad de cambiar su destino o el de otra persona, pero…