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Llegó el décimo día del décimo mes, una fecha propicia para que la hija de los vecinos iniciara las celebraciones de su boda. Fui a su casa y me dirigí a la habitación de arriba. La novia era una muchacha pálida y hermosa. Sus hermanas de juramento estaban sentadas alrededor de ella. Vi a la señora Wang y, a su lado, a Flor de Nieve. Mi laotong iba limpia, con el cabello recogido, como correspondía a una mujer casada, y vestía uno de los trajes que yo le había regalado. Noté que se contraía ese punto sensible donde se juntaban mis costillas, sobre el estómago. Me pareció que la sangre no me llegaba a la cabeza y temí desmayarme. No sabía si podría aguantar toda la celebración con Flor de Nieve en la misma habitación y mantener mi dignidad de mujer. Miré rápidamente a las demás mujeres. Flor de Nieve no había llevado consigo a Sauce, Loto ni Flor de Ciruelo para que le hicieran compañía. Solté un bufido de alivio. Si alguna de ellas hubiera estado allí, yo habría salido corriendo.

Me senté enfrente de ella y de su tía. La celebración incluyó los cantos, las quejas, las historias y las bromas de rigor. Luego la madre de la novia pidió a Flor de Nieve que nos contara su vida desde que se había marchado de Tongkou.

– Hoy voy a cantar una Carta de Vituperio -anunció Flor de Nieve.

No era lo que yo esperaba. ¿Cómo se atrevía a expresar públicamente el resentimiento que sentía hacia mí, si la víctima era yo? En todo caso, yo debería haber preparado una canción de acusación y represalia.

– Cuando el faisán grazna, el sonido llega hasta muy lejos -empezó. Las mujeres se volvieron hacia ella al oír la tradicional introducción de esa clase de mensajes. Entonces Flor de Nieve comenzó a cantar con el mismo ritmo que llevaba meses martilleando en mi cabeza-. Durante cinco días quemé incienso y recé hasta reunir el valor suficiente para venir aquí. Durante tres días herví agua perfumada para lavarme la piel y la ropa, porque quería estar presentable ante mis viejas amigas. He puesto mi alma en mi canción. De niña yo era muy valorada como hija, pero todas las que estáis aquí sabéis cuan dura ha sido mi vida. Perdí mi casa natal. Perdí a mi familia natal. Las mujeres de mi familia han sido desafortunadas desde hace dos generaciones. Mi esposo no es bueno. Mi suegra es cruel. Me he quedado encinta siete veces, pero sólo tres de mis retoños respiraron el aire de este mundo. Sólo han sobrevivido un hijo y una hija. Es como si mi destino estuviera maldito. Debí de cometer muy malas obras en mi vida anterior. Se me considera menos que a los demás.

Compadecidas de ella, las hermanas de juramento de la novia lloraban, como se esperaba que hicieran. Sus madres escuchaban atentamente; lanzaban exclamaciones en las partes más tristes de la historia, meneaban la cabeza ante lo inevitable del destino de las mujeres y en todo momento admiraban el modo en que Flor de Nieve empleaba nuestro lenguaje para expresar su desdicha.

– Sólo había un motivo de felicidad en mi vida: mi laotong -prosiguió-. Cuando redactamos nuestro contrato, juramos que nunca habría una palabra cruel entre nosotras, y durante veintisiete años cumplimos nuestra promesa. Éramos sinceras. Éramos como dos largas enredaderas, que intentan alcanzarse y permanecen eternamente entrelazadas. Sin embargo, cuando yo hablaba de mi tristeza a mi laotong, ella no tenia paciencia. Al ver que yo era pobre de espíritu me recordaba que los hombres cultivan los campos y las mujeres tejen, y que con laboriosidad no puede haber hambre, creyendo que yo podría cambiar mi destino. Pero ¿cómo puede haber un mundo sin pobres y desventurados?

Vi cómo las demás mujeres lloraban por ella. Yo estaba estupefacta.

– ¿Por qué te has alejado de mí? -cantó con voz fuerte y hermosa-. Tú y yo somos laotong, y nuestras almas estaban juntas, aunque físicamente estuviéramos separadas. -De pronto cambió de tema-. ¿Y por qué has hecho daño a mi hija? Luna de Primavera es demasiado joven para entenderlo y tú ni siquiera te has molestado en explicárselo. No pensaba que tuvieras un corazón tan malvado. Te ruego que recuerdes que hubo un tiempo en que nuestros buenos sentimientos eran tan profundos como el mar. No hagas sufrir a una tercera generación de mujeres.

Cuando cantó esa última frase, cambió el ambiente en la estancia, mientras las otras mujeres trataban de asimilar aquella injusticia. La vida ya era bastante difícil para las niñas en general sin que yo se la hiciera aún más difícil a alguien mucho más débil que yo.

Me erguí en el asiento. Era la señora Lu, la mujer más respetada del condado, y debería haber estado por encima de aquellas acusaciones. Pero oía esa música interior que había estado martilleando mi cabeza y mi corazón durante meses.

– Cuando el faisán grazna, el sonido llega hasta muy lejos -dije, y una Carta de Vituperio empezó a formarse en mi mente. Quería ser razonable, de modo que abordé la última acusación de Flor de Nieve, que era también la más injusta. Miré una a una a las mujeres y canté-: Nuestras dos hijas no pueden ser laotong. No tienen nada en común. Vuestra antigua vecina quiere algo para su hija, pero yo no pienso romper el tabú. Cuando me negué, hice lo que habría hecho cualquier madre.

»Todas las que estamos en esta habitación hemos pasado apuros. Cuando somos niñas, nos crían como si fuéramos ramas inútiles. Aunque amemos a nuestra familia, no estamos con ella mucho tiempo. Nos casamos y nos vamos a vivir a pueblos que no conocemos, con familias a las que no conocemos, con hombres que no conocemos. Trabajamos sin descanso y, si protestamos, perdemos el poco respeto que sienten por nosotras nuestros suegros. Parimos hijos; a veces nuestros hijos mueren, y a veces morimos nosotras. Cuando nuestro esposo se cansa de nosotras, busca concubinas. Todas nos hemos enfrentado a la adversidad: cosechas que no llegan, inviernos demasiado fríos, épocas de siembra sin lluvias. Nada de eso es especial, pero esta mujer espera recibir una atención especial.

Me volví hacia Flor de Nieve. Las lagrimas se agolpaban en mis ojos mientras le cantaba, y me arrepentí de mis palabras en cuanto éstas salieron de mis labios:

– Tú y yo éramos como dos patos mandarines. Yo siempre he sido sincera y por ti no he tenido hermanas de juramento. Una niña envía un abanico a otra niña, pero no los va repartiendo por ahí. Un caballo no tiene dos sillas de montar; una buena mujer no es infiel a su laotong. Quizá tu perfidia es la causa de que tu esposo, tu suegra, tus hijos y también la traicionada alma gemela que tienes ante ti no te cuiden como deberían. Nos avergüenzas a todos con tus fantasías infantiles. Si mi esposo trajera una concubina a mi casa hoy, yo me vería apartada de mi cama, descuidada, y dejaría de recibir sus atenciones. Yo, como todas las mujeres que estamos aquí, tendría que aceptarlo. Pero lo que has hecho tú…

Se me hizo un nudo en la garganta y las lágrimas que había estado conteniendo se desbordaron. Creí que no podría continuar. Me distancié de mi propio dolor e intenté expresarlo de un modo que todas las mujeres que estaban allí pudieran entender.

– Podemos esperar que nuestros esposos nos rechacen, porque ellos tienen ese derecho y nosotras sólo somos mujeres; pero que nos rechace otra mujer, que por el simple hecho de serlo ha soportado mucha crueldad, es inconcebible.

A continuación recordé a mis vecinas mi estatus, el hecho de que mi esposo había llevado sal al pueblo y cómo había procurado que durante la rebelión todos los habitantes de Tongkou fueran llevados a un lugar seguro.

– Mi puerta está limpia -declaré acto seguido, y luego me volví hacia Flor de Nieve-. ¿Y la tuya?

Entonces toda la rabia que tenía acumulada salió a la superficie y ninguna de las presentes me impidió expresarla. Las palabras que empleé procedían de un lugar tan oscuro y amargo que sentía como si me hubieran abierto con un cuchillo. Yo lo sabía todo de Flor de Nieve y lo utilicé contra ella con el pretexto de la corrección social y el poder que me confería ser la señora Lu. La humillé delante de las demás revelando todas sus debilidades. No me callé nada, porque había perdido el control. De forma espontánea surgió en mi mente el lejano recuerdo de la pierna de mi hermana pequeña agitándose y de sus vendajes, sueltos, desenroscándose alrededor de ella. Con cada invectiva que lanzaba, era como si mis propios vendajes se hubieran soltado y por fin fuera libre para decir lo que pensaba. Tardé muchos años en darme cuenta de que mis percepciones eran erróneas. Los vendajes no ondeaban en el aire y azotaban a mi laotong, sino que se enroscaban alrededor de mí y me estrechaban cada vez más para que expulsara el amor verdadero que había ansiado toda mi vida.

– Esta mujer que antes era vuestra vecina hizo su ajuar con el ajuar de su madre, y cuando la pobre mujer se quedó en la calle no tenía colchas ni ropa para calentarse -proclamé-. Esta mujer que antes era vuestra vecina no limpia su casa. Su esposo tiene un oficio impuro, mata cerdos en una plataforma delante de la puerta de su casa. Esta mujer que antes era vuestra vecina tenía un gran talento, pero lo ocultaba y se negaba a enseñar nuestra escritura secreta a las mujeres del hogar de su esposo. Esta mujer que antes era vuestra vecina mintió cuando era una niña en sus años de hija, mintió cuando era una joven en sus años de cabello recogido y sigue mintiendo ahora, que es una esposa y una madre en sus años de arroz y sal. No sólo os ha mentido a todas vosotras, sino que también ha mentido a su laotong. -Hice una pausa para escudriñar el rostro de las presentes-. ¿Queréis saber a qué se dedica? ¡Os lo diré! ¡A satisfacer su lujuria! Los animales se ponen en celo cuando es la estación, pero esta mujer está siempre en celo. Cuando está en celo, toda la casa guarda silencio. Cuando huimos de los rebeldes y nos refugiamos en las montañas -añadí inclinándome hacia las otras mujeres, que se acercaron a mí-, prefería tener trato camal con su esposo a estar conmigo, su laotong. Dice que debe de haber realizado malas obras en su vida anterior, pero yo, la señora Lu, os digo que son las malas obras que ha realizado en esta vida las que determinan su destino.