Flor de Nieve estaba sentada enfrente de mí, y las lágrimas resbalaban por sus mejillas, pero yo estaba tan dolida y desconcertada que sólo podía expresar mi rabia.
– Cuando éramos niñas, redactamos un contrato -concluí-. Hiciste una promesa y la rompiste.
Ella respiró hondo, temblorosa.
– Una vez me pediste que siempre te dijera la verdad, pero cuando te la digo me interpretas mal o no te gusta lo que oyes. En mi pueblo he encontrado mujeres que no me miran con desprecio. No me critican. No esperan que sea diferente.
Cada una de las palabras que pronunciaba reforzaba todas mis sospechas.
– No me humillan delante de los demás -prosiguió-. He bordado con ellas y nos consolamos unas a otras cuando tenemos problemas. No se avergüenzan de mí. Me visitan cuando no me encuentro bien… Estoy sola y triste. Necesito la compañía de mujeres que me consuelen todos los días, no sólo cuando a ti te convenga. Necesito la compañía de mujeres que me acepten tal como soy, no como ellas me recuerdan o como querrían que fuera. Me siento como un pájaro que vuela en solitario. No encuentro a mi pareja…
Sus tiernas palabras y amables excusas eran precisamente lo que yo temía. Cerré los ojos e intenté controlar mis sentimientos. Para protegerme tenía que aferrarme a su ofensa, como había hecho con mi madre. Cuando abrí los ojos, ella se había puesto en pie y caminaba oscilando delicadamente hacia la escalera. Al ver que la señora Wang no la seguía sentí una punzada de lástima. Ni siquiera su propia tía, la única de nosotras que se había ganado el sustento y había sobrevivido gracias a su ingenio, estaba dispuesta a ofrecerle consuelo.
Mientras Flor de Nieve desaparecía paso a paso por la escalera, me prometí que nunca volvería a verla.
Cuando recuerdo aquel día, sé que incumplí gravemente mis obligaciones. Lo que Flor de Nieve me había hecho era imperdonable, pero lo que dije yo fue despreciable. Dejé que mi rabia, mi dolor y mi deseo de venganza guiaran mis actos. Paradójicamente, las mismas cosas que me habían avergonzado, y que más adelante tanto lamenté, me ayudaron a convertirme en la señora Lu. Mis vecinas habían sido testigos de mi valentía cuando mi esposo se marchó a Guilin. Sabían que me había ocupado de mi suegra durante la epidemia y que había expresado adecuadamente mi amor filial en los funerales de mis suegros. Cuando regresé de las montañas, ellas me habían visto contratar a maestros y enviarlos a otros pueblos cercanos, participar en las ceremonias de casi todas las familias de Tongkou y, en general, desenvolverme bien como la esposa del jefe del pueblo. Pero aquel día me gané definitivamente el respeto de mis vecinas haciendo lo que se suponía que toda mujer debía hacer por nuestro condado. Una mujer ha de dar ejemplo de decoro y sensatez en el reino interior. Si lo consigue, su conducta pasa de una puerta a otra, no sólo haciendo que las mujeres y los niños se comporten como es debido, sino inspirando también a nuestros hombres a convertir el reino exterior en un lugar seguro y firme para que el emperador vea paz cuando contempla su territorio desde el trono. Yo hice todo eso en público mostrando a mis vecinas que Flor de Nieve era una mujer vil, que no debía formar parte de nuestras vidas. Reafirmé mi poder al tiempo que con él destruía a mi laotong.
Mi Carta de Vituperio se hizo famosa. Las mujeres la escribían en pañuelos y abanicos. Se la enseñaban a las niñas y la cantaban durante el mes de las celebraciones de boda para prevenir a las novias de los riesgos que entraña la vida. De ese modo la desgracia de Flor de Nieve se extendió por todo el condado. En cuanto a mí, todo lo que había sucedido me paralizó. ¿Qué sentido tenía ser la señora Lu, si no había amor en mi vida?
Hacia las nubes
Pasaron ocho años. En ese tiempo murió el emperador Xianfeng, el emperador Tongzhi subió al poder y la rebelión de los taiping terminó en una provincia remota. Mi primer hijo se casó; su esposa quedó embarazada y vino a vivir a nuestra casa poco antes de dar a luz un varón, el primero de mis preciosos nietos. Mi hijo aprobó además sus exámenes de funcionario shengyuan del distrito. A continuación se puso a estudiar para ser funcionario xiucai de la provincia. No podía dedicar mucho tiempo a su esposa, pero creo que ella se sentía a gusto en nuestra habitación de arriba. Era una joven refinada y hábil en las tareas domésticas, y yo le tenía un profundo cariño. En sus años de cabello recogido, cuando contaba dieciséis, mi hija se comprometió con el hijo de un comerciante de arroz de la lejana Guilin. Quizá nunca volvería a ver a Jade, pero esa alianza consolidaría nuestros lazos con el negocio de la sal. La familia Lu era adinerada, respetada y afortunada. Yo tenía cuarenta y dos años y había hecho todo lo posible para olvidar a Flor de Nieve.
Un día, a finales del otoño del cuarto año del reinado del emperador Tongzhi, Yonggang entró en la habitación de arriba y me susurró al oído que había venido alguien que quería verme. Le pedí que hiciera subir al visitante, pero Yonggang miró a mi nuera y a mi hija, que estaban conmigo bordando, y negó con la cabeza. Ese gesto era una impertinencia por su parte, o algo más grave. Me dirigí al piso de abajo sin decir nada. Cuando entré en la sala principal, una muchacha vestida con harapos se arrodilló y tocó el suelo con la frente. Solían acudir mendigos a mi puerta, porque yo tenía fama de ser una persona generosa.
– Sólo tú puedes ayudarme, señora Lu -imploró la muchacha, mientras se arrastraba hacia mí hasta posar la frente sobre mis lotos dorados.
Me agaché y le toqué un hombro.
– Dame tu cuenco y te lo llenaré -dije.
– No tengo cuenco de mendiga y no necesito comida.
– Entonces, ¿para qué has venido?
La muchacha rompió a llorar. Le pedí que se levantara y, al ver que no obedecía, le di unas palmaditas en el hombro. Yonggang estaba a mi lado, con la vista clavada en el suelo.
– ¡Levántate! -ordené a la muchacha.
Ella alzó la cabeza y me miró. La habría reconocido en cualquier parte. La hija de Flor de Nieve era la viva imagen de ésta cuando tenía esa edad. Su cabello se resistía a la sujeción de las horquillas y unos mechones sueltos le caían sobre la cara, pálida y tersa como la luna de primavera a la que hacía referencia su nombre. A través de la neblina de la memoria vi a Luna de Primavera cuando sólo era un bebé, y luego durante aquellos días y noches terribles de nuestro invierno en las montañas. Aquella preciosa criatura habría podido ser la laotong de mi hija. Y allí estaba, posando la frente sobre mis pies, suplicándome ayuda.
– Mi madre está muy enferma. No sobrevivirá al invierno. Ya no podemos hacer nada por ella, salvo aliviar su agitado espíritu. Ven a verla, por favor. No para de llamarte. Sólo tú puedes confortarla.
Cinco años atrás, la intensidad de mi dolor habría sido tan grande que habría echado a la joven de mi casa, pero era la esposa del hombre más importante de Tongkou y había aprendido cuáles eran mis deberes. Nunca podría perdonar a Flor de Nieve por toda la tristeza que me había causado, pero la posición que tenía en el condado me obligaba a mostrar mi cara de dama elegante. Dije a Luna de Primavera que se marchara a su casa y le prometí que yo no tardaría en llegar; entonces dispuse que un palanquín me llevara a Jintian. Mientras viajaba hacia allí, me preparé para volver a ver a Flor de Nieve y al carnicero, a su hijo, que ya debía de haberse casado, y, por supuesto, a las hermanas de juramento.
El palanquín me dejó ante la puerta del hogar de Flor de Nieve. Todo estaba tal como yo lo recordaba. Había un montón de leña junto a la fachada de la casa. La plataforma con el wok empotrado estaba preparada para nuevos sacrificios. Vacilé un momento mientras contemplaba todo aquello. La silueta del carnicero se dibujaba en el oscuro umbral, y entonces apareció ante mí: más viejo, más enjuto, pero inconfundible pese al paso de los años.
– No soporto verla sufrir. -Ésas fueron las primeras palabras que me dijo tras ocho años. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano-. Me dio un hijo, que me ha ayudado a hacer mejor mi trabajo. Me dio una buena hija. Embelleció mi casa. Se ocupó de mi madre hasta su muerte. Hizo todo cuanto debe hacer una esposa, pero yo fui cruel con ella, señora Lu. Ahora me doy cuenta. -Entonces pasó a mi lado y añadió-: Está mejor acompañada de mujeres. -Lo vi caminar hacia los campos, el único lugar donde un hombre puede estar solo con sus emociones.
Incluso ahora, al cabo de tantos años, me cuesta recordar aquel momento. Creía que había borrado a Flor de Nieve de mi memoria y que la había arrancado de mi corazón. Estaba convencida de que jamás la perdonaría por amar a sus hermanas de juramento más que a mí, pero tan pronto la vi en su cama todos esos pensamientos y esas emociones desaparecieron. El tiempo -la vida- la había maltratado. Me quedé allí plantada; yo había envejecido, por supuesto, pero mi piel conservaba su tersura gracias a las cremas, los polvos y la escasa exposición al sol, mientras mi ropa indicaba a todo el condado qué clase de persona era. Flor de Nieve yacía en la cama y parecía una vieja bruja envuelta en harapos. Yo había reconocido de inmediato a su hija, pero a ella no la habría reconocido.
Sí, allí estaban las otras mujeres: Loto, Sauce y Flor de Ciruelo. Como yo había sospechado durante aquellos años, las hermanas de juramento de Flor de Nieve eran las mujeres que habían convivido con nosotras bajo el árbol en las montañas. No nos saludamos.
Cuando me acerqué a la cama, Luna de Primavera se levantó y se hizo a un lado. Flor de Nieve tenía los ojos cerrados y estaba muy pálida. Miré a su hija sin saber qué hacer. La joven me hizo una señal con la cabeza y cogí una mano de su madre; la noté fría. Ella se movió, pero no abrió los ojos, y entonces se humedeció los labios, que tenía agrietados.