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– ¿Por qué se mostraron tan generosos con ella? -pregunto.

Harry me mira fijamente.

– ¿Tendría la chica algo que ellos deseaban conseguir?

– Tratemos de averiguar qué fue ese algo.

Él vuelve a hacer una anotación.

– Otra cosa -continúo-. ¿Sabemos si ya la han denunciado por violación de la libertad condicional? Jessica ha faltado por lo menos a dos entrevistas con su agente de vigilancia, y no se ha hecho los análisis obligatorios. Tarde o temprano, el estado actuará contra ella, al menos dentro del proceso judicial, programando una audiencia para revocarle la libertad condicional.

– En eso no tardarán menos de un mes -dice Harry.

– O sea que en el ínterin, aunque la detuvieran por ejemplo por exceso de velocidad, y ella estuviera utilizando su propia licencia, ni siquiera la detendrían.

– Pues no; de momento, no -responde Harry.

– Estupendo sistema -comento.

– Nuestros clientes no suelen quejarse -dice Harry.

Eso no puedo discutírselo.

– ¿Qué me dices de sus amigos? ¿Hay alguien a quien estuviera unida, con quien pueda haberse mantenido en contacto?

– Estoy tratando de averiguarlo. Lo único que he encontrado hasta ahora es un nombre en las actas del tribunal. -Harry echa un vistazo a sus notas-. Un tipo llamado Jason Crow. Aparentemente, tiene un historial muy largo. Jessica y él fueron pareja durante un tiempo. A Crow, las autoridades del estado lo condenaron por robo más o menos al mismo tiempo en que condenaron a Jessica por drogas.

– O sea que él no fue un testigo de conducta y carácter, ¿no?

– Qué va -dice Harry-. El tipo tiene un historial que se remonta a su minoría de edad. No sé qué hizo de jovencito, porque las actas están precintadas. Pero de adulto lo condenaron por agresión, robo menor y allanamiento de morada. La acusación más grave fue por malos tratos a un menor. Metió a un chico en un saco de dormir con la cremallera cerrada y se sentó en el extremo abierto hasta que el niño se desmayó por falta de oxígeno. Aparentemente, la cosa se debió a una disputa con una ex esposa a la que él solía utilizar como saco de boxeo.

– ¿Crow está casado?

– Lo estuvo.

– Quizá podamos localizarlo a través de su ex esposa.

– Dudo que ella se mantenga en contacto con él.

– ¿Qué es lo que sabemos acerca de la relación de Crow con Jessica?

– Vivieron juntos durante algún tiempo. Crow trabajaba en el aeropuerto, manejando los equipajes. Jessica era camarera en uno de los bares de la terminal.

– ¿Y todo eso estaba en las actas del tribunal?

– Quizá el juez estuviera tomando notas para escribir un culebrón con ellas. Cuando dictó sentencia, el tipo dejó un montón de observaciones, medio cuaderno legal lleno de notas garrapateadas. Por lo que leí, parece que el abogado de Jessica trató de aducir que Crow era una mala influencia para ella.

– ¿Hay indicios de que él también estuviera implicado en lo de las drogas?

– En eso mismo estaba pensando -dice Harry-. Sería lógico, dado el tipo de trabajo que realizaba en el aeropuerto. Se meten unas cuantas bolsas con drogas en una maleta, y luego el amable mozo de equipajes las retira antes de que los de aduanas puedan intervenir. Pero en las notas no hay nada que indique que ocurriera algo así.

– ¿Qué hace ahora el tal Crow?

– Está en libertad condicional, pero no tengo su dirección. Probablemente pueda conseguirla.

– Inténtalo. ¿Qué más tenemos?

– Muy poco. Jessica no contaba con demasiados amigos ni amigas. Sigo indagando, pero no me vendría mal un poco de ayuda. -Harry está pensando en un detective privado.

– Lo comprendo, pero de momento tendremos que llevar la cosa entre tú y yo. A ver si puedes encontrar la dirección del tal Crow. Tal vez él conozca el paradero de Jessica.

– Quizá pudiéramos conseguir una orden para que el tribunal nos diera explicaciones -dice Harry-. Si acudimos al juez de familia que se ocupa de la custodia, tal vez logremos que dicte una orden de detención por desacato. A ver si conseguimos que Suade intervenga.

– No es mala idea -digo-, pero dudo que sirva para algo. Conseguir una orden de detención por desacato contra Jessica no es ningún problema. El problema es dar con ella para que cumpla la orden.

– Si pudiéramos encontrarla, no necesitaríamos la orden. Nos bastaría con quitarle a la niña.

– Desde luego, Jessica no está en posición de presentar una queja. Pero con Suade el problema sería mayor.

– ¿A qué te refieres?

– ¿Cómo vamos a implicar a Suade en el delito? ¿Cómo conseguimos que el juez dicte una citación por desacato contra ella y su organización? Harry reflexiona unos momentos.

– Suade amenazó al viejo. ¿Acaso no le dijo a Jonah que, si no entregaba la pequeña a su madre, la perdería de todas formas?

– Ya, pero no sé hasta qué punto eso es una amenaza -digo.

– Yo diría que sí lo es.

– Ya, pero tú no eres el que lleva la toga negra. Aun en el caso de que reconociera haber estado allí, Suade diría que sus palabras fueron una mera predicción. Que ella quería decir que el hecho de que Jonah emprendiera acciones hostiles contra Jessica, retirándole la custodia, sólo conseguiría indisponer a la niña contra él. Eso fue lo que quiso significar al decir que Jonah la perdería.

– ¿Y tú te lo crees?

– Yo, no; pero un juez puede que sí, sobre todo teniendo en cuenta que no existen pruebas concluyentes, no hay testigos que la sitúen en el lugar del delito, y la alternativa a creerla sería imponerle una fuerte sentencia por desacato.

Harry no dice nada, pero sabe que tengo razón.

– La mayor parte de los jueces que conozco -continúo-, aunque se darían cuenta de que Suade estaba mintiendo, buscarían algún pretexto para no citarla por desacato. Y en este caso sobran los pretextos. Lo primero que resulta dudoso es si el tribunal tendría jurisdicción sobre Suade, ya que ella no fue una parte implicada en el proceso inicial de custodia. Tendríamos que demostrar que esa mujer fue cómplice de Jessica en la abducción de la niña. Y eso resultaría muy difícil, pues no existen testigos que la sitúen en el lugar de los hechos. O mucho me equivoco, o Suade se limitaría a decir al tribunal que sólo trataba de restablecer la armonía familiar.

– Como Hitler en Checoslovaquia -dice Harry.

– Es posible, pero en estos momentos ni siquiera estoy seguro de que podamos llevar a Suade ante un tribunal. No. Antes de recurrir a la sal, es preferible probar con un poco de azúcar.

Harry me mira con las cejas enarcadas.

– Creo que ya va siendo hora de que conozcamos a Zo Suade. Tratemos de razonar con ella.

CUATRO

Al cabo de un mes de haberme mudado al sur, compré un viejo CJ-5, un Jeep de comienzos de los ochenta al que Harry ha puesto el mote de Leaping Lena [1]. Me lo vendió un muchacho al que se le daba bien la mecánica y que había puesto el coche perfectamente a punto. Su corto chasis y la tracción a dos ruedas hacen que pueda dar la vuelta sobre una moneda de cinco centavos. Si lo compré no fue para ir con él por el campo, sino porque es fácil de aparcar en espacios reducidos, una característica sumamente útil en un lugar atestado de coches.

En los meses de más calor llevo la capota levantada, pero mantengo abiertas las partes laterales y la trasera, permitiendo que el viento me agite el cabello. Eso me ayuda a olvidar que comienzan a abundar las canas en mi revuelta cabellera. Quizá esté pasando por una especie de segunda infancia, ¿quién sabe? Pero el caso es que las ruedas giran y el motor funciona.

Han pasado cuatro días desde mi conversación con Harry, y ahora me encuentro circulando por el Silver Strand en dirección sur, hacia Imperial Beach.

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[1] «Lena la Saltarina.» (N. de la t.)