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– Seguro.

– Tengo de todo. Cerveza sin alcohol.

– No tengo sed.

– ¿Te apetece ver el barco?

– Jonah, tenemos que hablar.

– ¿Habías visto alguna vez un pez tan grande?

Niego con la cabeza.

– Yo tampoco, hasta hoy -dice él-. Es por El Niño. Las aguas cálidas empujan a todos los peces hacia el norte. Qué demonios, el año pasado habría tenido que bajar hasta Cabo para tener la oportunidad de pescar un bicho como ése. Lo haré montar y lo colgaré de una pared. Necesitaré una pared más grande. -Ríe con risa nerviosa, como si supiera lo que me ha traído hasta aquí.

– ¿Por qué no me dijiste que Jessica te había acusado de violarla?

La jovialidad desaparece del rostro de Jonah. Suelta un largo suspiró y me mira, avergonzado.

– Es algo de lo que no me gusta hablar con nadie. Además, todo es falso. Una mentira más de mi hija. La policía lo sabe. No se formularon acusaciones contra mí. Qué demonios, ni siquiera lo investigaron.

– Sin embargo, me habría convenido saberlo. Si deseas que te ayude, tienes que contármelo todo.

– Era una mentira. Simplemente, no me pareció que tuviera importancia.

– ¿Abrió un expediente la policía?

Él me mira como si no entendiera.

– ¿Efectuaron algún tipo de investigación?

– ¿Cómo? ¿Investigación? Hablaron conmigo y hablaron con Mary. Y supongo que echaron un vistazo a la ficha policial de Jessica.

– ¿Interrogaron a Amanda?

– No. -Su expresión me indica que encuentra ofensiva la simple idea de que hubieran interrogado a su nieta acerca de algo así.

– ¿Qué le dijiste a la policía?

– La verdad. Que todo era una invención. Jessica presentó la denuncia después de que se falló el caso por la custodia. Saltaba a la vista lo que intentaba hacer. La policía se dio cuenta. No había ni la más mínima prueba.

– Aparte de a Jessica, a Mary y a ti, ¿interrogaron a alguien más?

– No lo sé. ¿Qué importancia tiene todo esto?

– Suade lo utilizará para justificar lo que haga -le digo-. Desea atizar el fuego.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que va a hacer público todo lo que Jessica le dijo. Va a enviar un comunicado de prensa diciéndole al mundo que tú cometiste incesto con tu hija…

– ¿Y…?

– Y que sometiste a Amanda a abusos deshonestos.

Mientras lo digo, él me mira sin inmutarse.

– Es mentira. Te lo juro. -Alza la mano derecha, como prestando juramento-. Que arda en el fuego eterno si lo que digo no es verdad. Mi hija miente. Unas amigas de la cárcel le dijeron que hiciera esto. Lo sé. Supongo que cuando uno está entre rejas dispone de tiempo sobrado para inventarse las mentiras más desagradables. Sin duda, la aconsejaron otras reclusas.

– ¿Tienes pruebas de que tu hija hablase con alguien?

– No. Pero es como si la estuviera viendo, en la celda o en el patio, recibiendo el consejo de alguna otra fracasada acerca de cómo incriminar a su viejo. Bueno, la policía no se lo tragó. Ni el tribunal tampoco.

– ¿Hizo Jessica esa acusación durante el juicio por la custodia?

– A través de su abogado. El tribunal dijo que no había pruebas, y le impidió seguir por ese camino. El juez quiso saber por qué Jessica no había presentado una denuncia formal. Ellos contestaron con los tópicos de siempre. La mayoría de las mujeres violadas no denuncian el hecho. La humillación es excesiva. Ella era joven. El juez no creyó a Jessica, ni tampoco a su abogado.

– Pues Suade sí la cree. O, al menos, eso se dispone a decirle al mundo. Eso es lo que dice el comunicado de prensa.

Él permanece pensativo unos momentos. Su vista va de un lado a otro. Mira hacia todas partes y luego vuelve a mirarme a mí.

– La prensa no la creerá.

Me echo a reír.

– ¡Que no la creerá! Cuando alguien formula esas acusaciones contra una persona que ha ganado ochenta millones de dólares, la noticia es de ámbito nacional. Los reality shows y los programas de coloquio harán su agosto. Que se lo crean o no es lo de menos. ¿Dónde has estado metido durante la última década? Debes de ser el único hombre de Norteamérica que no ha oído hablar de la telebasura.

– Yo no la veo -me dice.

– Pues deberías. No van a parar de hablar de ti: «Ganador de la lotería, acusado de violar a una menor.»

La adusta expresión del rostro de Jonah me indica que nunca, ni en sus peores pesadillas, ha considerado tal posibilidad.

– ¿Por qué habrá hecho una cosa así esa mujer?

– ¿Suade?

– A Jessica la comprendo -dice-. Pero Suade… ¿Qué gana ella con esto? No existen pruebas.

– Justifica su causa, da validez a lo que hace. Y, además, la mejor defensa es un buen ataque. Suade partió de la base de que te sobraban recursos para darle guerra. De toda la gente que ha jodido en los últimos años, tú eres uno de los que tienen una cuenta corriente más saneada. Supone que te rodearás de buenos abogados. Es lo que hacen los ricos cuando tienen un problema.

– Eso es cierto-dice él.

– Tu mayor fortaleza es también tu mayor debilidad. Ahora ella tiene la iniciativa. Nos obligará a defendernos de las acusaciones. Tendremos que probar que no violaste a nadie y que no sometiste a abusos deshonestos a ninguna menor.

– Yo no tengo que probar nada. No ando metido en ningún juicio.

– Lo estarás si demandas a Suade por difamación.

– Tú eres el único abogado con el que he hablado, aparte del tipo que llevó lo de la custodia. Y él no quiere saber nada de este asunto.

– Porque conoce a Suade. Eso fue lo que me dijiste.

– Exacto.

– Quizá el tipo sea más listo de lo que pensabas. Suade parte de la base de que será capaz de desacreditarte antes de que tú la lleves ante los tribunales, y de que, una vez metidos en pleitos, tú tienes más que perder que ella. Podrá argüir que el único motivo de que la ataques es que ella está diciendo la verdad. No te tiene miedo. Es el tipo de imagen que le gusta a Suade: Juana de Arco combatiendo el pecado.

Una sombra cruza por su rostro. Él nunca ha considerado bajo ese prisma la batalla que está librando. Con su sentido de la justicia, Jonah se imaginaba a unos abogados manejando las leyes y los hechos ante un juez equilibrado e imparcial, no una maquinaria de propaganda lanzando mentiras y veneno a diestro y siniestro.

– Tenemos que hablar en mi despacho.

– De acuerdo -dice él-. ¿Cuándo?

– Ahora mismo.

Él se mira la ropa, manchada por la sangre y otros fluidos corporales del gran pez.

– No te preocupes. En mi oficina no exijo ropa formal.

Jonah mira al grupo que está reunido en el muelle. Botellas de cerveza y cámaras de fotos. Sangre por todas partes y un enorme pez.

– ¿Qué les digo?

– Nada. Simplemente que tienes que acudir a una reunión y que debes marcharte ahora mismo.

– Claro. Ahora mismo -dice. Jonah parece un eco. La viva estampa del aturdimiento.

Uno de sus camaradas, que ha permanecido cerca, aunque sin poder oírnos, aprovecha la oportunidad y se acerca. Le pone a Jonah una mano en el hombro. En su rostro reluce la euforia del alcohol.

– Eh, colega, quiero sacarte otra foto -dice-. Tú y ese pedazo de pez. -El hombre hace tintinear el hielo en el interior de un vaso que contiene algo más fuerte que la cerveza-. Aunque en realidad no es un pez, sino una puñetera ballena. Jonah y la ballena. -Ríe su propia broma. Ésta es la clase de amigos que se le pegan a uno cuando tiene ochenta millones de dólares en el banco.

Agarra a Jonah por el brazo y se lo lleva. Jonah sigue enfrascado en sus pensamientos. Su rostro es como una máscara mortuoria.

– Vamos, colega. Ponte junto al bicho y sonríe. -El hombre del vaso con hielo da instrucciones mientras sus cantaradas tratan de que no se les muevan las cámaras.