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Jonah se pone en cuclillas junto al pez y posa para los achispados fotógrafos. Pero no mira a las cámaras, sino hacia mí, mientras la camisa se le empapa de la sangre que chorrea del cuerpo del pez. Él ni siquiera se da cuenta. Sonríe forzadamente. Se escucha el coro de clics de las máquinas.

Cuando trata de incorporarse, Jonah pierde el equilibrio y tiene que agarrarse al ensangrentado cuerpo del pez para evitar caer redondo al suelo.

– Cuidado, hombretón. -El hombre del vaso se separa del grupo para ofrecer su auxilio… con una sola mano, porque la otra la tiene ocupada-. Dadle a este hombre otra cerveza. -Se echa a reír. La pechera de la camisa de Jonah está cubierta de sangre. Se aparta del enorme pez, y se seca las manos en el trasero de los pantalones.

Por un momento miro a Jonah al lado del ensangrentado pez, y me pregunto cuál de los dos parece más muerto.

SEIS

En diez minutos he dicho todo lo que tenía que decir y he enumerado las escasas opciones que se nos presentan.

Harry piensa que lo mejor es que no hagamos caso. Que no le demos el gusto a Suade. Que luego la demandemos, si a Jonah le apetece hacerlo.

– Esto es increíble. -Jonah tiene el rostro congestionado. La sangre se le ha subido a la cabeza. Camino de mi bufete, ha tenido oportunidad de pensar, y ahora quiere respuestas-. Según tú, no podemos hacer nada, ¿no? Pues eso equivale a decir que lo de buscarme un abogado ha sido una pérdida de tiempo y de dinero.

– Lo único que digo es que no podemos evitar de ningún modo que Suade haga un anuncio público.

– ¿Aunque lo que diga sea un montón de cochinas mentiras?

– ¿Por qué no te sientas? -Señalo con un ademán uno de los sillones destinados a los clientes.

– No quiero sentarme. Además, te mancharía los muebles. -Está cubierto de la mugre del puerto, de sangre seca y de sabe Dios qué más. El despacho comienza a apestar.

– ¿No podemos demandarla ya? ¿Conseguir que se dicte un mandamiento judicial contra ella?

– No. -Harry es la imagen de la profesionalidad, con los brazos cruzados y displicentemente apoyado en la librería-. Eso sería una restricción previa de la libertad de expresión. Bien venido al mundo de la Primera Enmienda. Hasta que ella publique, no podemos hacer nada.

– ¿Qué es eso de que publique?

– Hasta que ella difunda públicamente esa información…

– Cochinas mentiras -dice Jonah.

– Ya lo sé -dice Harry-. Cálmate. No ganaremos nada si se te revienta una vena. Hasta que ella no difunda esa información a terceros, en este caso la prensa, no podemos ni tocarla. Una vez lo haya hecho, podremos demandarla por difamación, calumnias, invasión de la intimidad, en el caso de que tengas derecho a ella.

– Bonito consuelo. -Jonah lo dice mirando a Harry.

– Podría ser peor -dice Harry-. Podrías ser un personaje público.

– ¿Qué quieres decir con eso de «personaje público»?

– No nos metamos en eso -le digo a Harry.

– No, quiero saberlo -dice Jonah-. ¿Qué es eso del «personaje público»? ¿De qué está hablando?

– Le conviene enterarse -me dice Harry-. Tú ganaste la lotería, aceptaste el dinero. El tribunal podría considerar que eso te convierte en un personaje público. Si tú, voluntariamente, te has expuesto a la mirada del público, la gente tiene derecho a hacer comentarios pertinentes acerca de tu carácter.

Los ojos de Jonah refulgen como si alguien hubiese prendido fuego a una bengala en el interior de sus pantalones.

– ¿Qué es eso de «comentarios pertinentes»? Me acusan falsamente de haber violado a mi hija y sometido a abusos deshonestos a mi nieta. ¿Cómo pueden ser pertinentes esos comentarios? -La mirada de Jonah se posa en mí y después vuelve a Harry.

– No son ni pertinentes ni justos -dice Harry-. Yo lo sé. Y Paul también lo sabe. Lo malo es que si el tribunal decide que eres un personaje público, el caso se hace más difícil. Podríamos vernos obligados a probar ciertas cosas antes de poder demandar a Suade.

Le recuerdo a Harry que las acusaciones falsas de conducta criminal son difamatorias por sí mismas.

– Además -continúo-, ganar el primer premio de la lotería no convierte a nadie en un personaje público. Así que ella no puede acogerse a lo de los comentarios pertinentes.

– Es posible -dice Harry-. No existe jurisprudencia acerca del tema. Lo he consultado. -Harry me dirige una de esas miradas que se le dan tan bien, y que él me lanza cuando estoy a punto de meterme en un berenjenal.

«Naturalmente, podríamos conseguir establecer jurisprudencia a ese respecto -continúa-. Y las apelaciones durarían tres o cuatro años. -Arquea una ceja y me mira, como diciendo: «¿Realmente te apetece que nos metamos en ese follón?»

Estoy convencido de que Suade carece de pruebas. Eso hace que sus acusaciones sean, o premeditadamente falsas o, en el mejor de los casos, que hayan sido hechas con absoluto desdén hacia la verdad. Sea como sea, son difamatorias y encausables. El hecho de que merezca o no la pena demandarla es otra cosa. Volvemos al comienzo.

– Además, ¿qué más da? -dice Jonah-. No pretendo conseguir dinero. No me importan los daños y perjuicios. Lo único que quiero es recuperar a mi nieta.

– ¿Hemos conseguido algún avance a ese respecto? -me pregunta Harry-. ¿Te dio Suade alguna pista?

Yo niego con la cabeza.

– Y yo que, en mi inocencia, pensaba que alguien podría hacer algo -murmura Jonah.

Harry y yo nos miramos. Lo que Jonah quiere es lo que nosotros no podemos darle, y ahora, encima, van a arrastrarlo por las cloacas privadas de Zolanda Suade.

Durante todo esto hemos tenido a un silencioso espectador, que movía la cabeza de Harry a mí y de mí a Jonah, como el juez de red de Wimbledon. John Brower es uno de los detectives de Susan. El tipo, calvo y de ojos redondos y brillantes, está sentado ante mi escritorio en uno de los sillones destinados a los clientes. Sobre sus rodillas reposa un cuaderno con tapas de cuero, listo para tomar notas en cuanto haya algo que anotar.

En cuanto a Susan, ella está paseando por la zona despejada de mi despacho, leyendo una y otra vez el comunicado de prensa de Suade, como si de la página pudiera desprenderse una solución para nuestro problema.

Susan no ha dicho ni palabra desde que le entregué el comunicado de prensa, pero yo he notado indicios, he interpretado su lenguaje corporaclass="underline" un ligero encogimiento de hombros, una leve inclinación de la cabeza… Como si todo esto fuera griego para ella. Esas señas no van dirigidas a mí, sino que las envía telepáticamente, como en código secreto, a Brower.

Aparentemente, Susan ha preferido no venir sola. Interpreto esto como un indicio de que considera que las amenazas de Suade son serias, aunque no necesariamente verosímiles.

Finalmente, ella se vuelve a mirarme.

– El comunicado de prensa sólo menciona el departamento de pasada -dice-. No da detalles.

– Ya.

– ¿Suade no te dijo nada más?

– Por lo visto, reserva los detalles para la rueda de prensa. Quiere tenernos unos días en ascuas. Hacernos pasar unas cuantas noches en vela. Tengo la sensación de que uno de sus placeres es torturar a la gente.

– ¿No te dio ninguna pista acerca de a qué se refiere? ¿Qué te dijo exactamente?

– Se puso a despotricar contra Jonah…

– No, me refiero al departamento. -Salta a la vista que Susan sólo está aquí porque Suade ha amenazado con sacar a relucir trapos sucios, y algunos de ellos pueden pertenecer al Servicio de Protección al Menor. Susan defiende lo suyo con la tenacidad de una leona defendiendo a sus cachorros.

»¿Qué dijo exactamente del departamento?

– No tomé notas -respondo-. Dijo que tenía documentos.

– ¿Qué clase de documentos?

– Se lo pregunté y no quiso decírmelo. Aseguró que los documentos demostrarían todas sus imputaciones.