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Harry enciende el puro y al cabo de un momento mi despacho está lleno de humo azulado y de olor a tabaco.

– Hay algo que me gustaría saber -digo, mirando a Susan.

– ¿El qué?

– Hemos establecido que Jonah nunca acudió a tu departamento en el caso inicial de la custodia. ¿Qué sabe tu departamento acerca de las acusaciones criminales que Jessica formuló contra Jonah?

– ¿Qué quieres decir? -me pregunta Susan.

– ¿Las investigasteis? -Lo que intento es conseguir información.

– Eso tendría que haberlo hecho el fiscal de distrito -dice Susan.

– Pero seguro que, ahí dentro -al decirlo señalo el cuaderno de Brower, que ahora está cerrado y sobre las rodillas de su propietario-, dice si la investigación está cerrada. Por falta de pruebas, por ejemplo.

Susan mira a Brower.

– De eso no nos está permitido hablar -dice él.

– ¿Por qué?

– Las investigaciones criminales, abiertas o cerradas, son confidenciales, a no ser que se haya presentado alguna demanda -dice Brower.

– ¿O sea, que investigasteis las imputaciones?

– No puedo contestar -dice él-. Nos gustaría ayudarlos, pero nos está vedado.

– O sea que mi cliente tiene que permanecer a oscuras. Suade acude ante las cámaras, y él ni siquiera puede conseguir que el condado le diga si lo ha exonerado o no.

Brower mira a Susan, que permanece inexpresiva como una estatua, y luego se vuelve de nuevo hacia mí.

– Así son las cosas -dice-. No podemos hacer nada. -Ahora ya sé por qué Susan ha venido acompañada por su Pepito Grillo. Si hubiera estado sola con nosotros, le hubiese resultado difícil no revelarnos lo que sabe acerca del caso. En presencia de Brower se siente segura, al menos de momento.

– Bueno, ¿qué hacemos ahora? -pregunta Susan.

– Parece que a Jonah lo van a poner en la picota. De lo que ocurrirá contigo y con tu departamento no estoy seguro. Supongo que tendremos que esperar a la rueda de prensa.

– Lo que me gustaría entender es por qué nadie puede hacer nada cuando esa mujer fue a mi casa y amenazó literalmente con secuestrar a mi nieta -dice Jonah.

– ¿Cuándo hizo Suade eso? -pregunta Susan.

– Hace unas semanas. Cuando mi hija volvió tarde con mi nieta.

– Eso no me lo contaste -me dice Susan.

– Suade lo negará -contesto-. Tal vez admita que estuvo allí, pero en cuanto a sus palabras, negará que fueran una amenaza.

– ¿Qué dijo exactamente? -pregunta Susan.

– Que a no ser que yo devolviera a Mandy a mi hija, la perdería. Plantada en mi cocina, me dijo con todo el descaro del mundo que yo iba a perder a mi nieta.

Susan mira a Brower.

– ¿Tú que opinas?

– Después de eso, ¿cuánto tardó la niña en desaparecer? -pregunta él.

– Unos días. Quizá una semana.

– Tal vez eso nos resulte útil -dice Brower-. Podría demostrar que hubo intervención, que ella fue cómplice de la abducción. Al menos se puede argüir.

– Dices que, cuando hablaste con Suade, ella no negó haber estado allí -dice Jonah.

– No discutimos el asunto. No entramos en detalles. Pero no, no lo negó.

– Pues ya está. -Jonah mira a Susan, como si hubiese demostrado su tesis.

– Admitir que ella estuvo en tu casa conversando no es lo mismo que demostrar que ella fue cómplice de una abducción -le recuerdo yo.

– No obstante, nos vendría bien un testimonio por escrito -dice Susan-. ¿Estaría usted dispuesto a ir a mi oficina a hacer una declaración jurada?

– Pues claro que sí -dice Jonah-. Y mi esposa también, si hace falta.

– ¿Su esposa escuchó a Suade pronunciar esas palabras?

Él asiente con la cabeza.

– Las cosas mejoran -dice Brower.

– Los abogados de Suade echarán por tierra ese testimonio -les digo-. Unos abuelos cuya nieta ha sido secuestrada por su madre. Los abogados dirán que Jonah y Mary están furiosos con el mundo entero y dispuestos a hacer cualquier tipo de acusaciones contra cualquiera que se interponga en su camino. Y no existen pruebas tangibles.

– Si la persona que acudió a esa casa a formular amenazas fuese otra, tal vez -dice Susan-. Pero la justicia conoce a Suade. Llevaremos la declaración jurada ante el Tribunal de Familia, y solicitaremos de él que dicte una orden por la que Suade pueda ser declarada en desacato si se niega a informar del paradero de la niña.

– Olvidas que Suade ya ha interpuesto una demanda contra el condado por abuso de sus poderes discrecionales. Ningún juez estará dispuesto a correr riesgos sin contar con pruebas sólidas y contundentes de la implicación de Suade.

– No me hace gracia la idea de que un cliente vaya solo a su oficina. -Harry se refiere a la oficina de Susan.

– Entonces, vaya usted con él. -Ella le apaga el farol-. Proteja sus derechos.

– Por mí no hay inconveniente -afirma Harry.

Yo tengo la sensación de ver sangre corriendo por todas partes.

– ¿Tú qué dices? -me pregunta Harry.

– Yo tengo una cita. No estoy seguro de que sea una buena idea. Si la cosa no da resultado, sólo servirá para reforzar la posición de Suade.

– ¿Por qué? -pregunta Susan.

– Dificultará su prosecución si luego aparecen pruebas más sólidas. Si más tarde decidimos demandarla de nuevo, parecerá que tratamos de acosarla.

– ¿Se te ocurre alguna sugerencia? -Susan me mira a mí.

Yo, frustrado, niego con la cabeza.

– ¿Cuándo lo hacemos? -pregunta Jonah.

– Antes de que Jonah firme cualquier declaración, yo quiero verla -le indico a Susan.

Ella asiente con la cabeza.

Brower tiene otra cita. Consulta su reloj. Ya se le ha hecho tarde. Susan localizó a Brower por el busca, motivo por el cual él llegó solo al bufete. Harry tiene que devolver varias llamadas telefónicas.

– Yo puedo llevar al señor Hale en coche a mi oficina e ir preparándolo todo -dice Susan.

– Pero no hablen de nada hasta que yo llegue -dice Harry. Se lleva a Jonah aparte y le susurra algo al oído. Sin duda, le está diciendo que no suelte prenda si él no está presente. Harry me hace una seña con las palmas de las manos vueltas hacia abajo, como diciéndome que todo va bien, que no me preocupe.

Yo no estoy tan seguro.

– Bueno. -Susan es toda sonrisas-. Entonces, la cosa está decidida.

Brower se levanta de su butaca. Jonah ya va camino de la puerta. El fondillo de sus pantalones sigue lleno de suciedad del muelle.

Susan le pone una mano en el hombro y le habla al oído.

– Conseguiremos una orden que obligue a Suade a justificar sus acusaciones. Lograremos restarle importancia a la rueda de prensa de Suade. La posibilidad de ser declarada en desacato le borrará la sonrisa de los labios.

– Sospecho que no va a ser así -digo.

Susan se vuelve a mirarme.

– A esa mujer le encantan las amenazas -añado.

SIETE

Harry hace sus llamadas telefónicas mientras Jonah y Susan se dirigen hacia la oficina de ella, situada en el centro urbano.

Susan no siente más que desprecio hacia Suade, lo cual sólo sirve para aumentar mi preocupación.

Cinco minutos más tarde me encuentro al volante del Lena. Tras cruzar el puente Coronado, me dirijo al norte por la I-5. Luego abandono la autopista y sigo en dirección al aeropuerto. En el cruce con la Pacific Highway me detengo en un semáforo. Oigo el aullido de los motores de un reactor y veo su larga cola por entre los deflectores de sonido de acero situados ante la cerca que rodea las instalaciones. El aparato está calentando los motores para el despegue, y la vibración me hace estremecer.

El semáforo se pone en verde y rebaso la intersección, alejándome del estruendo. Me dirijo hacia Harbor Drive. A lo lejos veo Harbor Island, con sus hoteles de lujo.

Sigo a buena velocidad en dirección a Rosecran. Me mezclo con el tráfico, sigo recto unas cuantas manzanas y giro a la izquierda, en dirección a Shelter Island.