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– Según mis informes, estuvo a punto de ser destituido. La comisión que investiga esos asuntos tuvo en cuenta sus largos años de servicio y el hecho de que a su hijo lo habían secuestrado. Se limitaron a amonestarlo formalmente y a condenarlo a unos cientos de horas de servicios a la comunidad. Al parecer, aún está cumpliendo esa penitencia dos noches a la semana en un albergue para mujeres de South Bay.

»En cuanto a Suade, la mujer sigue apretándole las tuercas al condado con un equipo de abogados que se está esforzando al máximo en llevar a la bancarrota al gobierno local. Según mis informes, el concejo del condado está horrorizado.

– ¿Les preocupa la demanda?

– Desde luego. Carecen de seguro contra ese tipo de querellas, y si Suade gana su demanda, tal vez tengan que pedirle un préstamo al estado. El consejo de supervisores trata por todos los medios de que el Capitolio del estado les mantenga abierta las líneas de crédito.

»Lo más chocante es que no parece que la motivación de Suade sea el dinero. He investigado su índice de solvencia crediticia. Hay vagabundos que viven en embalajes de cartón que tienen más posibilidades de obtener un crédito que ella.

– ¿Es insolvente?

– Hay una docena de fallos pendientes contra ella, y no ha satisfecho ni uno solo. Todos por demandas interpuestas por los abogados de maridos cabreados. Inflicción de daños emocionales. Apropiación ilícita de propiedades personales. De todo. La mayoría de los casos se fallaron contra ella por incomparecencia. Suade no se digna aparecer ante los tribunales. Al menos, no para defenderse. Todas sus posesiones están a nombre de su marido.

– ¿Está casada? -Ahora Murphy logra sorprenderme. Eso es algo que Susan omitió decirme.

– Parece usted extrañado.

– Lo estoy. Por todo lo que sé, había supuesto que Suade odiaba a los hombres.

– Pues, por lo visto, a su marido no. Se casó con él recientemente, hace tres años. -Murphy consulta sus notas-. El hombre se llama Harold Morgan. Ella conservó su nombre de soltera, al menos para lo referente a sus actuaciones públicas. El tipo es banquero hipotecario. Conservador. De la derecha cristiana. Se le dan bien los negocios. Su índice de solvencia es alto. Está muy metido en el campo de los bienes inmobiliarios. Según mis informes, que, no lo olvide, se basan en lo que Suade les dijo a los periodistas, su nuevo esposo la rescató de una vida llena de amargura tras el fracaso de su primer matrimonio.

– ¿Y qué piensa el tipo de las actividades de su esposa?

– Él la apoya plenamente. Considera que ella está haciendo una labor excepcional, salvando a los niños abandonados y a sus maltratadas madres del corrupto sistema legal. Pero su apoyo, siempre según mis informes, se limita a ser moral, a dejar que lo fotografíen pasándole a ella un brazo por los hombros. Hasta ahora, ninguno de los abogados que andan detrás de su mujer ha conseguido echar mano a una sola de las posesiones de Morgan para satisfacer las multas impuestas a Suade. No pueden demostrar que él haya participado de ningún modo en los negocios de ella. Negocios que, por otra parte, siempre están ocultos tras el velo de una sociedad anónima. En estos momentos, Suade actúa por medio de tres de esas sociedades, y todas ellas están en números rojos. Suade ha llegado a usar ocho a la vez. Cuando las cosas se ponen demasiado feas, cuando comienzan a aparecer abogados por todas partes, ella cloroformiza la corporación, y a otra cosa.

– O sea que lo único que consiguen los demandantes es un saco de huesos.

– Resecos y calcinados -dice Murphy-. Hasta el fichero de su oficina es alquilado, y Suade sólo tiene uno. Ella airea a los cuatro vientos el hecho de que apenas tiene constancia escrita de sus asuntos. Supongo que lo hace para desalentar a cualquiera que ande buscando sus papeles.

– He visto su oficina -le digo-. Y puedo dar fe de que sólo tiene un archivador.

– Si se propone usted demandar a esa mujer, no conseguirá nada de nada. No es el dinero lo que impulsa a Suade. Y el temor a perderlo ni siquiera figura en la lista de sus cien mayores miedos.

– ¿Cree usted que servirá de algo hablar con Davidson?

– Probablemente, el juez le expresará a usted su más sincera simpatía.

– ¿Pero no me será de ayuda?

Murphy niega con la cabeza.

– Si da usted con una arma para usarla contra Zolanda, se formará una larga cola para usarla. Según todos mis informes, ella no ha hecho demasiados amigos en esta ciudad.

En ese momento suena una llamada en la puerta de arriba. Es la camarera, que llega con nuestros sándwiches. Hacemos una pausa para comérnoslos.

Murphy da un largo trago a la botella de Corona, traga lentamente y lo mira. Finalmente chasquea la lengua y me hace la pregunta:

– ¿Tiene escondido Suade a alguien que usted desee recuperar?

– Sí, a una niña.

– ¿Esa niña está con su madre?

– Eso creemos.

– Podría poner a Suade bajo vigilancia permanente. Siempre existe la posibilidad de que ella nos conduzca…

– No. Todavía no. Por lo que sé, la han vigilado los mejores.

– ¿El FBI?

Lo miro fijamente.

– ¿También ha escuchado usted esa historia?

– Bueno, es lo que ella dice. Le encanta dar publicidad a ese hecho. Lo considera un timbre de honor. Ha hablado de ello a la prensa. Asegura que los federales la vigilan a todas horas. Como si la consideraran el enemigo público número uno. Pero ella es demasiado lista para ellos y siempre los deja con un palmo de narices.

– ¿Usted no se lo cree?

– No sé. Lo que es cierto es que nunca la han detenido para interrogarla. Ni siquiera han hablado con ella.

– Parece tener usted buenas fuentes de información.

– Ciertas personas hablan.

– ¿Personas del FBI?

Él no contesta.

– Si tuviera usted ese tipo de contactos, nos serían de gran ayuda.

– ¿Por qué?

– Este caso tiene otra faceta. -Le hablo de Jessica, y le comento el hecho de que, aparentemente, la chica hizo algún tipo de trato con los federales para conseguir una sentencia reducida en una prisión estatal-. Ella es la madre que se oculta. Yo trabajo para el abuelo de la chiquilla, el padre de Jessica. Él tenía la custodia legal en el momento de la desaparición de la niña.

– ¿Cómo se llama la pequeña?

– Amanda Hale.

– ¿La madre usa el mismo apellido?

Asiento con la cabeza.

Él hace una anotación.

– Quizá sus informantes puedan darnos los detalles específicos del acuerdo al que llegaron Jessica y los federales.

– ¿Por qué le interesa saberlo?

– Podría darnos algunas pistas. La detuvieron por un asunto de drogas. Tal vez haya vuelto a frecuentar esos círculos.

Murphy sonríe al ver que sus horizontes comerciales se amplían. Anota unas cuantas cosas más, entre ellas el hecho de que probablemente era heroína o cocaína lo que Jessica intentaba pasar a través de la frontera con México.

– Dejada a expensas de sus propios recursos, esa mujer no será demasiado difícil de encontrar -dice Murphy.

– Eso es lo que me temo. -Él alza inquisitivamente una ceja y yo aclaro-: Me temo que no esté a expensas de sus propios recursos.

– ¿Suade?

– Indudablemente, las conexiones que tiene esa mujer harán que sea mucho más difícil encontrar a Jessica y a la niña. Tal vez el grupo que Suade dirige le esté brindando refugio y medios de ir de un lado a otro. Posiblemente estén en México. Quizá la gente de Suade la haya ayudado en la abducción, pero carecemos de pruebas de ello. Cualquier cosa que logre usted descubrir a ese respecto puede sernos de gran ayuda.

– ¿Qué interés puede tener Suade en este asunto?

– Se ha elegido a sí misma como enmendadora de entuertos y tiene un sentido bastante retorcido de la justicia -le digo.

– No, lo que me pregunto es por qué habrá escogido a esa niña en particular. La madre es una pelagatos. Ha estado en la cárcel. ¿Qué puede sacar Suade?