– Entonces, ¿qué quieres que haga yo?
– Olvídate del barco -le digo-. Llama otra vez a su casa. Si Jonah ha regresado, llámame al móvil. Yo estaré con Brower. Si Jonah no está allí, dile a Mary que tenemos que hablar con ella en nuestro bufete.
– ¿A estas horas?-pregunta Harry.
– Tenemos que sacarla de esa casa hasta que sepamos qué está ocurriendo. Ofrécete a recogerla. Si tienes la certeza de que Jonah no está, llama a la puerta con cualquier pretexto. Sácala de la casa. Hazlo cuanto antes. Llévala al bufete y espera allí. Dile lo que sea. Dile que yo me reuniré con vosotros allí. Si algo no queda claro, más tarde le explicaré lo que sea a Jonah.
– ¿Adónde vas? -pregunta Harry.
– Dado que no conocemos el paradero de nuestro cliente, trataré de que Brower me acompañe a la oficina de Suade. Quizá si voy con él me sea posible entrar en la zona precintada por la policía.
– ¿Para qué?
– Para averiguar qué demonios está sucediendo.
– ¿Podemos hacer algo? -Susan se ha acercado hasta un punto en el que tal vez pueda oírnos.
Palmeo a Harry en la espalda.
– Vete.
Me vuelvo hacia Susan y Brower.
– Sí que podéis -le digo a Susan.
Rebusco en un bolsillo la entrada del cine y se la doy a Susan, cuyas manos están temblando. Me abraza y me da un beso en la mejilla.
– Espero que no le haya ocurrido nada. Me refiero al señor Hale. Estoy segura de que él no ha tenido nada que ver con lo ocurrido. Cuando termine la película, me llevaré a Sarah a mi casa. Las niñas están allí con una canguro. Podrán jugar durante un ratito.
Le doy las gracias, y consulto mi reloj. Son las ocho y veinte. Logro convencer a Brower. Susan me echa una mano, y le dice que me ayude en todo lo posible. Es estupendo que la mujer de uno tenga su propio cuerpo de policía.
Veinte minutos más tarde estoy sentado en el asiento del acompañante del coche oficial de Brower. Estacionamos en el mismo aparcamiento en el que a primera hora de esta mañana vi cómo Suade estaba a punto de atrepellar al vagabundo.
Han sucedido tantas cosas que tengo la sensación de que tales incidentes sucedieron hace un mes.
Los policías parecen tener un sexto sentido, una especie de rayo localizador que los atrae al escenario de una muerte violenta, como las limaduras de hierro son atraídas por un imán. Si la cosa ocurre en un radio de ochenta kilómetros, serán capaces de localizar certeramente y en un santiamén el escenario del crimen. El lugar parece una convención de moteros. Policías con cazadoras de cuero y botas altas.
La escena tiene un aspecto irreal. El parking del centro comercial del otro lado de la calle, frente a la tienda de Suade, está lleno de vehículos de emergencia, luces rotatorias de los coches patrulla y de las unidades de paramédicos, un camión de bomberos, policías controlando el tráfico en Palm y en las calles adyacentes. La gente se detiene a curiosear. Chicos que van de paseo en el coche, buscando lugares en los que haya algo interesante que hacer o que ver.
Al otro lado de la calle, todo el edificio que alberga la tienda de fotocopias, desde la esquina con Palm hasta la tapia del edificio adyacente, tras el aparcamiento trasero de la oficina de Suade, está rodeado por una cinta amarilla: el precinto policial. Los agentes, unos de uniforme y otros de paisano, están por todas partes, pero sobre todo en la parte exterior de la zona precintada.
– Déjeme hablar a mí -dice Brower.
– De acuerdo.
– Qué locura -susurra. Menea la cabeza y sale del coche. Brower no se siente nada feliz haciendo de guía a un abogado defensor, acompañando al enemigo hasta el campamento de los policías. Me apeo por el lado del acompañante y juntos caminamos hacia la aglomeración de policías y periodistas, equipos de cámaras de televisión con sus unidades móviles, parabólicas apuntadas hacia el cielo. Cruzamos la calle.
Hay un gran furgón azul estacionado en el exterior de la cinta amarilla con grandes letras blancas en un costado: «DICCSD.» Sus dos puertas traseras, vigiladas por un policía de uniforme, están abiertas.
– División de Investigación Científica del Condado de San Diego -dice Brower en un susurro.
– Ya lo veo.
– Si ésos están aquí, es indudable que Suade no murió de muerte natural.
Los de la DICCSD están recogiendo pruebas cuando nosotros nos acercamos.
El gran coche azul, el que conducía Suade esta mañana, está aparcado en el mismo lugar de antes. Junto a su parachoques posterior izquierdo, varias figuras, una mujer y dos hombres, se hallan en cuclillas bajo las fuertes luces. Uno de ellos está grabando en vídeo. Alcanzo a ver un único pie: la suela de un zapato, lo que parece ser un alto tacón femenino, asoma un poco por detrás de la rueda posterior del coche. No logro ver el resto del cuerpo.
– Johnnie Brower. ¿Qué haces tú por aquí en una noche como ésta? -La ronca voz pertenece a un policía uniformado, un hombretón de amplia sonrisa. En sus hombros dé toro lleva galones de sargento. Se encuentra junto a la cinta amarilla, y tiende una mano a Brower. Éste la estrecha.
Yo permanezco a un lado pero cerca, pisándole los talones a Brower, de manera que si éste pasa por debajo de la cinta, yo pueda hacer lo mismo.
– Sólo he venido a cerciorarme de que no echáis a perder las pruebas -dice Brower-. Sam, te presento a Paul. Paul Madriani, éste es Sam Jenson, uno de los mejores policías de San Diego.
Sam me estrecha la mano y me mide con la mirada. Alza una ceja. Sabe que Brower es de confianza, pero en cuanto a mí no está tan seguro.
– Por casualidad, pasábamos por aquí en coche -dice Brower-. ¿Qué sucede?
– Están a punto de meter el cadáver en la bolsa -dice Jenson-. A ver si esto termina de una vez. -Levanta las puntas de los pies y se mece sobre los talones-. Se me están poniendo los pies planos.
– ¿Y ahora te das cuenta? -pregunta Brower.
– Bueno, sí, los auténticos policías tenemos que trabajar para vivir. No como ciertos funcionarios que conozco. Por favor, señor policía, no me golpee con esa regla. -Jenson mira a Brower, luego me guiña un ojo y ríe jovialmente.
– Lo recordaré la próxima vez que me llamen para intervenir en una pelea doméstica -dice Brower-. Haré que un policía de verdad sea el primero en traspasar la puerta.
– Eso somos nosotros, carne de cañón con los pies planos -dice Jenson.
– Bueno, ¿qué ha pasado aquí? -pregunta Brower.
– Parece que se la cargaron cuando salía del trabajo para irse a casa. La cosa ocurrió en la parte posterior de su tienda.
– Mala forma de terminar la jornada -dice Brower.
– Muy mala.
– Bueno, ¿qué piensa la policía?
– Probablemente se trata de un robo -dice Jenson-. Los de la DICCSD están rastreando la zona a fondo, pero aún no han encontrado el arma.
– ¿Cómo la mataron? -pregunta Brower.
– Con una pistola de pequeño calibre. Eso es lo que dicen los paramédicos que llegaron aquí antes que nosotros. Probablemente le dieron una patada al arma y la enviaron hasta el edificio de enfrente. Ya sabes cómo son: echan a perder todas las pruebas. Para cuando llegamos al lugar del crimen, nos es imposible saber dónde estaba cada cosa. Uno busca un orificio de bala, y ellos hacen una puñetera traqueotomía encima de él.
– Eso parece un voto en contra de la asistencia de primeros auxilios.
– Pues sí. Además, a la mujer los paramédicos no le sirvieron absolutamente de nada -dice Jenson.
– ¿Quién dio el aviso?
– Un buen ciudadano por su teléfono móvil -dice el policía-. Un borracho se plantó frente al coche de la tipa, le hizo seña de que parase y ella hizo caso, sabe Dios por qué. Deberías echarle un vistazo al tipo.