Jonah echa a andar por el pasillo para ir a cambiarse de ropa.
– Denme sus prendas personales. Sus zapatos.
– Los objetos de valor podemos dárselos. Sus zapatos ya están en el laboratorio de pruebas.
– ¿A las tres de la mañana?
– Somos una agencia de servicios completos -dice Avery.
– Muy bien. Pero supongo que no estarán ustedes buscando residuos en su reloj, ¿no?
La expresión del rostro de Avery me indica que esto no se le había ocurrido. Me parece ver girar sus engranajes mentales. Antes de que Avery pueda impedírselo, Greely ya le está susurrando al oído, preguntándole, estoy seguro, si el consentimiento que le sacaron a Jonah vale también para el reloj. Avery menea la cabeza, optando por la cautela. Cuando el abogado está delante, no hay que andarse con bromas. Es una buena forma de conseguir una moción de exclusión de prueba, que yo sin duda presentaré en cualquier caso. Pero el hecho de que a estas tardías alturas se anduvieran con bromas con el reloj sólo serviría para echar más leña al fuego. Avery llama al sargento de guardia y un par de minutos más tarde, cuando Jonah regresa con la bolsa de supermercado vacía y los pies descalzos, un policía de uniforme llega con un sobre de papel de buen tamaño. Avery lo coge y me lo entrega.
Lo abro sobre el escritorio y Jonah hace inventario. Recupera el reloj y el anillo y se los pone.
– ¿Dónde están las llaves de mi coche?
– Las vamos a retener -dice Avery- hasta que hayamos terminado con el vehículo.
– ¿Qué quiere usted decir con eso? -pregunto.
– Tenemos una orden de registro válida para el coche. Acabamos de obtenerla mientras estábamos charlando aquí. -Avery la tiene en la mano. Se la ha entregado el sargento de guardia al tiempo que le daba el sobre. Me la enseña.
– ¿Con qué base?
– ¿Dónde están mis cigarros? -pregunta Jonah.
Antes de que Avery conteste, yo ya conozco la respuesta.
– Los cigarros en cuestión parecen idénticos a uno que encontramos en el lugar de los hechos -dice Avery-. Eso, unido al hecho de que el nombre de su cliente figuraba en un comunicado de prensa que hallamos en la oficina de la víctima, fue suficiente para que el juez nos permitiera registrar el automóvil.
– Te llevaré a casa en mi coche -le digo a Jonah.
– Según me han dicho, esta noche estuvo usted en la escena del crimen. -Avery me está hablando a mí, y dice esto mientras Jonah y yo vamos hacia la puerta-. Con John Brower. John fue muy amable al acompañarlo.
Yo no digo nada.
– ¿Cuál es exactamente la relación entre ustedes?
– Simplemente, somos conocidos -le digo.
– Y supongo que él sabía que, en esos momentos, usted era el representante legal del señor Hale.
– Ignoro si lo sabía o no. -Quiero hacer todo lo posible por no meter a Brower en un lío.
– Brower, además, nos entregó un cigarro -me informa Avery-. Dice que su cliente se lo dio a él. Y también nos informó acerca de ciertas amenazas que hizo el señor Hale contra la víctima durante una reunión que tuvo lugar en su bufete.
La cosa no tiene buen aspecto. Ahora Jonah y yo vamos caminando de prisa por el corredor. A mi espalda, los desnudos pies de Jonah hacen un peculiar sonido sobre el linóleo del suelo.
Cuando alargo la mano hacia el tirador de la puerta que conduce al vestíbulo, Avery lanza su última advertencia:
– Sería preferible que, durante algún tiempo, el señor Hale no hiciera viajes largos.
– Lo tendremos presente -replico.
DIEZ
Esta mañana no llego al bufete hasta las diez. Antes de salir, llamé a Susan, le conté lo poco que sabía, y le pedí que no se acercase a Brower hasta que ella y yo tuviéramos oportunidad de hablar. Lo último que necesito es que Susan le eche una bronca a uno de sus investigadores por ayudar a la policía. Eso sería poco menos que tratar de amañar la declaración de un testigo, y yo trato de no implicar a Susan en este asunto. Estuvimos poco rato hablando, porque Susan tenía que llevar a las niñas, Sarah incluida, al entrenamiento de fútbol europeo.
Cuando llego al bufete, las luces están encendidas, y la recepcionista en su sitio, pero Harry no está. Se halla en Del Mar con Jonah, tratando de que nuestro cliente le diga lo que a mí no me ha dicho. Aún no he conseguido que Jonah me dé respuestas satisfactorias en lo tocante a dónde estuvo anoche. Estuvimos hablando hasta casi las cinco de la madrugada. Él dice que se sentía deprimido y furioso, así que cuando salió de la oficina de Susan después de que le dijeran que no podían demandar a Suade por desacato, condujo sin rumbo durante horas hasta que terminó en la playa, sentado en la arena, donde los policías lo encontraron. No recuerda haber visto a nadie, ni haber hablado con nadie. Una historia que, sin duda, entusiasmará a la policía.
Cuando llego a mi escritorio encuentro un montón de mensajes junto al teléfono. Uno de ellos me llama la atención. Joaquín Murphy quiere que almorcemos juntos. Miro la hora. Llamó un poco después de las nueve. Marco su número, que supongo que es el del barco.
La señal de llamada suena varias veces, y ya estoy a punto de colgar cuando finalmente responde.
– Dígame.
– Murphy, soy Paul Madriani.
– Recibió mi mensaje -dice él.
– ¿Ha averiguado usted algo interesante?
– Mejor que eso. Mi informante quiere que nos reunamos para hablar.
Veinte minutos más tarde, Murphy me recoge en la calle, cerca de la entrada del Brigantine. Son casi las once y yo sólo me tengo en pie gracias a la adrenalina, que me ayuda a combatir la falta de sueño.
Subo, y él me mira desde el asiento del conductor. Está inclinado sobre el volante y lleva una camisa hawaiana con flores del tamaño de pelotas de baloncesto, y unas bermudas.
– Parece usted hecho polvo -me dice.
– ¿Dónde es el luau? -pregunto.
– Es una entrevista de negocios. Me ha parecido preferible llevar una indumentaria conservadora.
– Espero que no terminemos comiendo cerdo a la brasa -le digo.
Él pone el coche en marcha, enfila hacia el norte por Oran-ge y cruzamos el centro de Coronado.
– ¿Tuvo usted una noche movida? -me pregunta.
– ¿Por qué lo dice?
– Vi en televisión la noticia de lo de Suade. -Me mira para ver cómo reacciono-. Dicen que dispararon contra ella desde un coche que pasaba. Debe de ser una nueva banda.
– No parece que la cosa ocurriera así. Si la policía no se equivoca, cuando la mataron, Suade estaba sentada.
Él me mira como si no supiera a ciencia cierta de qué estoy hablando.
– La policía piensa que cuando murió, Suade estaba sentada en el interior del coche del asesino.
– Ah. ¿Está su cliente en dificultades?
– Depende de a quién quiera usted creer, si a él o a mí. En estos mismos momentos, la policía está examinando bajo el microscopio la alfombrilla de su coche.
– El tipo es optimista, ¿no?
– Ve una rosquilla donde sólo hay un agujero -respondo.
– Hay ciertas cosas que están en su favor.
– Dígame una.
– La mujer tenía un centenar de enemigos que deseaban su muerte.
– Sí, eso es muy cierto.
– Y seguro que en estos momentos se propone usted averiguar quiénes son.
– Sí, más o menos.
Según las especulaciones de la prensa y los medios locales, la policía tiene un posible sospechoso para el asesinato de Suade. Hasta ahora, el nombre de Jonah no ha salido a relucir.
– Pensé que iba a estar usted muy ocupado -dice Murphy-, así que era urgente que nos viéramos cuanto antes. Mi informante opinó que lo mejor sería una entrevista cara a cara, pero no en el bufete de usted.
– ¿Qué tiene que decirnos?
– Eso tendrá que contárselo él mismo. Pero yo he averiguado ciertas cosas acerca de la chica. Jessica. Sobre todo, antecedentes. La condenaron una docena de veces por delitos menores antes de mandarla a Corona. Cosas de poca envergadura. Pequeños robos.