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El lugar no es una cárcel, sino una prisión estatal. Harry enarca una ceja y, antes de que pueda hacer la pregunta, Jonah responde:

– Por drogas. La detuvieron transportando cierta cantidad de cocaína a través de la frontera para un narcotraficante de México. Sabe Dios dónde conoce a esa gente. Le pagamos el abogado. El hombre llegó a un acuerdo con el gobierno federal y consiguió que Jessica cumpliera su sentencia en una instalación estatal en vez de en un presidio federal, supuestamente para que pudiera estar más cerca de Amanda. Lo cierto es que ella nunca ha manifestado demasiado interés por Mandy. Así es como Mary y yo llamamos a la niña.

Echa mano al interior de su chaqueta y saca un pequeño estuche de cuero. Parece diseñado para guardar costosas estilográficas. Lo abre, y veo que dentro hay cigarros.

– ¿Les importa que fume?

Mary lo fulmina con la mirada.

Por lo general, mi despacho es una zona libre de humos, pero hago una excepción. Él me ofrece un cigarro. Yo digo que no, pero Harry lo acepta.

– El médico me dice que no debo fumar. Es mi único vicio, aparte del barco y la pesca. ¿Alguna vez sales a pescar?

Niego con la cabeza. Jonah está andándose por las ramas, tratando de eludir un tema que le resulta doloroso.

– Deberías probarlo alguna vez. Calma el espíritu. Te llevaré en el Amanda. -Por un instante, un nudo en la garganta le impide proseguir-. Le puse al barco el nombre de mi nieta. A ella le encantaba salir a navegar.

– Deja de hablar del barco -dice Mary-. Nuestra hija quería dinero. Siempre lo ha querido. El premio de la lotería fue una maldición. De no ser por él, ella habría dejado a Amanda en paz. Se hubiese olvidado de ella y habría vivido su vida. Pero con todo ese dinero… Para ella era como un nuevo narcótico.

– Vino a casa para pedirnos dinero en cuanto salió de prisión. Dijo que deseaba poner un negocio. Yo le dije que no le daría nada. Sabía que el dinero se lo metería por la vena o por la nariz en forma de drogas. O que se lo quedaría alguno de esos indeseables con los que siempre anda. El gusto de mi hija por los hombres deja mucho que desear. Es demasiado atractiva para su propio bien.

Saca la cartera del bolsillo interior de la chaqueta y extrae de ella una foto que me tiende.

– Se hizo cortar el cabello como Meg Ryan, la estrella de cine. Todo el mundo le dice que se parece mucho a ella.

Miro la foto. Los amigos de la chica no mentían. Jessica es rubia, bonita y sexy. Su cabello corto parece el de un duendecillo. Lo más atractivo de todo es su sonrisa, la cual, si uno la juzgase únicamente por ella, la haría parecer la vecinita de al lado. Sus vaqueros parecen pintados sobre el cuerpo, y su top deja muy poco a la imaginación. Abrazado a ella por detrás hay un tipo con cazadora de cuero y sin camisa. Veo un tatuaje en uno de sus brazos y, aunque la foto no lo revela, puedo imaginar huellas de aguja en la articulación del codo.

– Jessica parece coleccionar fracasados -dice Jonah-. Llevan tatuajes hasta en el culo. Inútiles que viven a lomos de una moto. Supongo que conoces el tipo. -Me mira a través de un velo de humo y aspira una bocanada. Luego me tiende otra foto-. Ésta es Mandy. -Mandy luce un uniforme escolar. Lleva el cabello recogido en una cola de caballo de la que escapan algunos mechones.

– Ahora Mandy lleva el pelo un poco más largo -dice Mary-. Al menos, eso creo. A no ser que se lo hayan cortado.

– La policía nos comentó que eso es algo que los secuestradores suelen hacer. Y visten a las chicas para que parezcan muchachos. De ese modo, publicar la foto en el periódico o hacer que la pongan en un envase de cartón de leche no sirve para nada -añade Jonah.

Harry estudia detenidamente la foto de Jessica.

– ¿Qué edad tiene?

– Jessica tiene veintiocho años. Si sobrevive hasta los treinta, será un milagro. Por eso tenemos que recuperar a Mandy. Todas las noches ve a su madre con un hombre distinto. Y algunos de ellos son peligrosos.

– ¿Quién es el padre de la niña? -pregunta Harry.

– Eso es un absoluto misterio -dice Jonah-. Nadie se adelantó para hacerse responsable, y Jessica no soltó prenda.

– ¿Quién tiene la custodia legal?-quiero saber.

– Nosotros tuvimos la custodia provisional mientras Jess estuvo en la cárcel. Ahora es definitiva, aunque eso no nos sirve absolutamente de nada.

«Jessica sólo comenzó a mostrar interés por Mandy después de que yo ganase la lotería. Sus intenciones estaban claras. Cuando salió quería dinero, y su arma para conseguirlo era Mandy. A no ser que yo pagase, ella reclamaría a Mandy en cuanto saliese. Yo me ofrecí a comprarle una casa. Naturalmente, no la habría puesto a su nombre, no soy tan estúpido. Ella la hubiese vendido a las primeras de cambio, se habría embolsado el dinero, y luego hubiera ahuecado el ala. Sin embargo, le ofrecí pagarle una buena casa en nuestro mismo vecindario para prestarle nuestro apoyo. Pero ella no quiso ni oír hablar del asunto. Dijo que le pondríamos demasiadas condiciones.

– ¿Y pidieron ustedes la custodia permanente? -pregunta Harry.

– Exacto. Acudimos a los tribunales. Para entonces, Jessica ya nos había mandado varias cartas desde Corona. La chica no fue muy lista. En las cartas nos amenazaba con quitarnos a la niña si no le pagábamos. Eso no la hizo quedar muy bien ante el tribunal. Aunque ella tenía el derecho legal de recuperar a Amanda, el juez comprendió lo que estaba ocurriendo. Mandy se había convertido en una especie de aval. Su madre estaba dispuesta a aceptar dinero a cambio de dejarla con nosotros, y cuando se quedase sin fondos, volvería a por más.

– Supongo que Jessica ya ha salido de prisión -dice Harry.

– La dejaron en libertad hace seis meses -responde Jonah-. El 23 de octubre. Recuerdo el día con exactitud porque Jessica vino a casa. Había cambiado. Parecía distinta.

– A veces la cárcel surte ese efecto -digo.

– No, no era eso. En realidad tenía buen aspecto. Hacía años que yo no la veía tan bien.

– La cárcel debió de probarle -dice Harry.

– Creo que le inculcó algo de disciplina. La ayudó a centrar su vida. Sólo que la centró en el peor de los sentidos -dice Jonah-. Iba bien vestida. No con ropas elegantes, desde luego. Unos pantalones y un suéter. Llevaba unas gafas con montura metálica que le daban aspecto casi de intelectual. Quería ver a Mandy. ¿Qué podíamos hacer nosotros?

– ¿Dejasteis que la viese?

– En el salón de nuestra casa -responde él con un suspiro-. Mandy ha visto tan poco a su madre, que yo no sabía cómo iba a reaccionar. Cuando Jessica entró en el salón, Mandy casi se desmayó. Fue como si la hubiesen dejado sin aire.

»Aquel día, en el salón, fue como si alguien me arrancase el corazón del pecho. Mandy se pasó varios días con dolor de estómago, debido a la tensión que le produjo la visita de su madre, el hecho de que Jessica volviera a formar parte de su vida.

Mary y yo pensamos que tal vez les conviniese pasar algún tiempo juntas a las dos, conocerse, acostumbrarse la una a la otra.

«Pero Jessica volvió a los viejos hábitos. Comenzó a manipular a la niña. Quiso llevársela a su casa, estuviera su casa donde demonios estuviera.

– Quizá en algún hogar de acogida -dice Harry-. Es donde suelen ir las reclusas al salir de prisión.

– Le dijimos que no. En modo alguno podíamos permitirlo. Jessica me clavó la mirada en los ojos. Me dijo que pensaba recuperar a su hija a costa de lo que fuera. Que yo no tenía derecho a quedarme con Mandy. Eso, después de haber dejado abandonada a la pequeña durante casi ocho años. Dijo que estaba dispuesta a dar guerra. Ante los tribunales si era necesario. Y fuera de los tribunales si no le quedaba más remedio.