Выбрать главу

– ¿Jonah tenía una pistola?

– Él dice que no.

– Pero tú no lo crees.

– No sé qué creer. Tengo a alguien investigándolo. Ése es el problema cuando uno no está en el ajo -le digo-. A los departamentos que se encargan de registrar quiénes tienen armas de fuego y cosas por el estilo no les hace la menor gracia compartir información con uno cuando saben que uno es el defensor en un caso de homicidio. Es algo que va contra su religión.

– ¿Cómo era la bala? ¿De qué calibre?

– ¿Qué es esto? ¿Un súbito y morboso interés por la balística?

– Dame ese gusto.

– Dispararon contra ella dos veces. Calibre tres ochenta. Debió de tratarse de una pequeña semiautomática.

– El tipo de arma que usaría una mujer. Le cabría en el bolso.

– Sí.

– Ella tenía una así.

– ¿Quién?

– Suade. -Susan me mira a través del espejo. Su expresión es inescrutable-. ¿Qué quieres? -sigue-. Algunos sí estamos en el ajo. -No puede contener una sonrisa-. Hice que alguien lo investigara. No Brower, desde luego. Alguien en quien confío.

Pienso en el sustituto de Brower. Tiberio tiene un nuevo Sejano.

– Yo no pensaba decirte nada a no ser que el calibre fuera el mismo -dice Susan-. ¿Para qué hacerte albergar falsas esperanzas? Pero los de Alcohol, Armas de Fuego y Tabaco…

– Alcohol, Armas de Fuego y Tabaco -digo-. AAFT.

– Eso es lo que he dicho. Alcohol, Armas de Fuego y Tabaco. Sus registros demuestran que Suade tenía una pistola. Y creo que era del mismo tipo que el arma del crimen.

Me mira en el reflejo del espejo y se da cuenta de que me he quedado estupefacto. Se levanta, cruza la habitación y va hasta su bolso, que está colgado en uno de los postes de la cabecera de la cama. Saca de él una nota y lee un número de serie.

– Sí. Dice que es una Walther tres-ocho-cero. PPK. No sé lo que es eso.

– El modelo -le digo.

Susan me entrega el papel.

– Es el mismo calibre, ¿no?

Le echo un vistazo a la nota.

– Pues sí, el mismo.

– Quizá la mataron con su propia pistola -dice Susan-. Podría tratarse de un caso de defensa propia. O incluso de un accidente. Pero hazme un favor: no le digas a nadie de dónde sacaste la información.

Asiento con la cabeza.

– ¿Dónde estará?

– ¿El qué? -pregunta ella.

– La pistola de Suade -respondo.

Susan se encoge de hombros, como diciendo «¿Quién sabe?».

TRECE

Existe el extendido mito de que los tribunales son inmunes a la política. En este estado, los jueces se presentan a la reelección, y generalmente cada seis años les entran sudores fríos pensando si los confirmarán en sus puestos o no.

Lo de los jueces en televisión se ha convertido en una floreciente industria, un ejército de ambiciosos con toga que buscan aparecer en la pequeña pantalla y convertirse en la próxima juez Judy o el siguiente juez Joe Wapner. En un juicio famoso, pueden convertirse en celebridades de la noche a la mañana, con una nueva carrera en perspectiva: repartir justicia a cambio de índices de audiencia.

Por una serie de razones, algunas de ellas incluso lógicas, a Jonah le han denegado la fianza. El fiscal ha hecho valer el argumento de que un hombre con los recursos financieros de mi cliente, antes que hacer frente a un juicio por un delito capital, puede sentirse súbitamente atraído por las cálidas playas de México o incluso de Río, donde la palabra extradición ni siquiera aparece en el diccionario.

Jonah ya se ha resignado a pasar un breve período de tiempo tras las rejas en espera de juicio. Yo rezo por que sólo sea un breve período de tiempo.

Cada día que pasa parece que la montaña que hay que escalar sea más y más escarpada. Los grupos feministas se han hecho con las pruebas incriminatorias y con el comunicado de prensa que Suade nunca llegó a enviar, en el que acusa a Jonah de agresiones sexuales contra su hija y su nieta. Han organizado un gran revuelo en los medios, emponzoñando con gran eficacia a los posibles jurados. Jonah se está convirtiendo rápidamente en el prototipo del maltratador de mujeres, aunque Mary se ha colocado frente a las cámaras en el patio delantero de su casa para decirle a la prensa que las acusaciones son infundadas.

Hace dos días se vio obligada a comparecer ante los medios frente a su casa, con Harry junto a ella.

– Mi marido jamás me ha maltratado. Nunca ha agredido sexualmente a nuestra hija.

Como no desmintió con la suficiente celeridad las acusaciones acerca de su nieta, los periodistas interpretaron esto como una admisión de culpa, y la ametrallaron con un millón de preguntas tendenciosas, hasta que Harry tuvo que intervenir, con las manos alzadas para acallar a la multitud, explicando:

– Lo que ha dicho la señora Hale se aplica igualmente a su nieta.

Como era de esperar, el descuido se convierte en la noticia de cabecera de todos los informativos que se ocupan de la historia. Han bautizado el asunto como «El caso del violador de la lotería», y los presentadores de televisión, esos que cobran veinte millones al año, hablan de él con guiños y sonrisitas, ofreciendo el tema como aperitivo de las noticias de la noche.

Ésa es la razón de que esta mañana me encuentre en la oficina del fiscal de distrito, en un intento de extinguir el fuego antes de que se convierta en un incendio forestal. Me han llamado de la oficina del fiscal. Supongo que están preocupados. La publicidad es del tipo que puede dar base a una apelación, y está convirtiéndose en un fenómeno descontrolado.

Ruben Ryan está sentado tras su escritorio, con las manos entrelazadas detrás de la nuca y meciéndose en su sillón de cuero de alto respaldo. Ryan es un acusador profesional, uno de los tres miembros de la oficina del fiscal que se encargan de los crímenes notables que se producen en este condado. Lleva veinte años en el cargo, muestra la torva actitud que acompaña a la experiencia, y tiene un frasco de antiácidos del tamaño de un bote de mayonesa de tamaño familiar.

– ¿Espera usted que me crea que su departamento no tuvo nada que ver con la filtración a la prensa?

– No me importa lo que usted crea -dice él-. Le digo lo que sé. Estamos investigando.

– ¿Quiénes, aparte de usted y sus investigadores, tuvieron acceso a los comunicados de prensa que imprimió Suade? -le pregunto.

– Tengo entendido que usted tenía uno. -El comentario lleva tras de sí el interrogante de cómo me hice con él, aunque Ryan no llega a hacerme la pregunta.

– ¿Y por qué iba a entregárselo yo a los medios? ¿Para que la prensa se le echase encima a mi cliente?

– ¿Para crear una publicidad adversa previa al juicio? ¿Para abrir la puerta de una apelación? Ha habido casos de abogados defensores que han hecho cosas parecidas. Quizá desee usted que el caso lo juzgue otro tribunal.

– Exacto. El de Mojave en agosto -le digo a Ryan. Como si pudiéramos escapar de la publicidad. Tendríamos que irnos a la luna.

Él admite la pertinencia de mi observación con una expresión de absoluto desinterés.

– Usted se ha mudado a esta ciudad, y debe aprender cómo se hacen aquí las cosas. -Lo dice como si la Constitución no se aplicase al sur del Tehachipis-. ¿Desea escuchar la oferta que estamos dispuestos a hacerle, o no?

– Soy todo oídos.

Ésta es nuestra primera reunión, y aunque el tono es cordial, la intención está clara. Ryan desea mantenerse por delante de la curva de la percepción pública. Parte de la base de que antes de un mes, debido a las filtraciones y a la intensa publicidad, las encuestas públicas demostrarán que la mayoría de los votantes considerarán culpable a Jonah. Una vez se arraigue tal creencia, en un caso de tanta prominencia como éste, nadie querrá perderlo en un juicio con jurado. Una derrota de ese estilo puede volver del revés a una fiscalía y dejarla sumamente maltrecha. Una forma de evitar ese peligro es llegar a un acuerdo previo cuanto antes.