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– ¿Qué pretendes decir? ¿Que es como si hubiese comprado droga?

– Pretendo decir que fueron importados ilegalmente, en violación del embargo comercial -le digo.

– ¿También quieren enchironarme por eso?

– No -dice Harry-. Pero esa circunstancia hace que los cigarros sean más fáciles de rastrear. No son muchos los que pueden permitírselos. Si en el lugar de los hechos hubiesen encontrado un paquete arrugado de cigarros baratos, el campo de posibilidades en lo referente a sospechosos sería mucho más amplio.

– Lo único que sé es que me gustaron -dice Jonah-. Fui a la tabaquería de ese tipo, él me llevó a la trastienda y sacó una caja de debajo del mostrador. Yo probé uno, me gustó, y le compré dos cajas.

– ¿Cuánto te costaron? -pregunta Harry.

– No recuerdo el precio exacto.

– Pero ¿más o menos? -insiste Harry.

– Quizá mil dólares la caja de veinticinco -dice Jonah.

– Eso es un dineral -comenta Harry-. A ese precio no deberías ir por ahí regalándolos.

Harry se vuelve hacia mí.

– Lo más probable es que Ryan hable profusamente de eso al jurado, que pinte la imagen de Jonah en pie sobre el cadáver, encendiendo su principesco puro con un billete de cien dólares -dice.

– Según el fiscal, el cigarro no es lo único que te sitúa en el lugar del crimen -le digo a Jonah-. Afirma que tienen más pruebas, pero aún no me ha dicho cuáles son.

– No sé qué pruebas pueden tener, porque yo no estuve allí -dice Jonah-. A no ser que alguien esté amañando pruebas.

– ¿Por qué iban a hacer algo así?

– No tengo ni idea.

– Ofrecen un acuerdo por homicidio no premeditado -dice Harry-. Paul cree que podría conseguir que sólo te sentenciaran a dos años.

Jonah lo fulmina con la mirada, y luego se vuelve hacia mí.

– ¿Y tú quieres que acepte?

– Yo no he dicho eso.

– Pero quieres que lo piense.

– Pensar nunca está de más -dice Harry.

– En este sitio, yo no duraría dos años.

– No te encerrarían aquí, sino en la prisión estatal -dice Harry.

– Ah, qué bien. Estupendo. O sea que estaría en prisión cuando Amanda regresara.

Harry y yo nos miramos.

Jonah advierte nuestra mirada.

– Porque vais a encontrarla, ¿no?

– Lo estamos intentando -le digo.

– No puedo aceptar el trato -dice él-. Que me maten. Que me pongan la dichosa inyección. -Se remanga la camisa. Está claro que ha estado pensando en el método de ejecución que se utiliza en este estado.

– Te estás poniendo melodramático -le digo-. Nadie está pensando en la pena de muerte.

– Antes me dijiste que el fiscal la había mencionado.

– Lo dijo para asustarnos. No existe base suficiente para pedir la pena capital.

– No pienso declararme culpable de algo que no he hecho -dice él.

– Existe la posibilidad de que podamos alegar defensa propia. -Harry mira fijamente a Jonah, para ver si hay algún cambio en su actitud o en su versión de los hechos.

El viejo se limita a fruncir el canoso ceño.

– Tenemos motivos para creer que el arma del crimen pertenecía a la propia Suade -le digo.

Jonah ladea la cabeza.

– No lo entiendo. ¿Cómo se hizo el asesino con la pistola?

Harry y yo nos miramos. No sería verosímil que Jonah preguntase esto si hubiera estado allí aquella noche. A no ser, claro, que sea un mentiroso más experto de lo que creemos.

– Nuestra hipótesis es que ella la llevaba probablemente en el bolso. Tal vez tuviera por norma ir armada.

– ¿La policía encontró el arma?

– No. Pero sabemos a ciencia cierta que la pistola existe. Tenemos un número de serie a nombre de Suade, y el calibre es el mismo que el del arma del crimen.

– Bueno -dice Harry. Está recostado en el borde de la mesa y gesticula con las manos al hablar, como si corriera sangre italiana por sus venas-. Si Suade subió en el coche con la pistola, y luego la sacó del bolso, quizá en medio de una discusión, quienquiera que la matase podría haber cogido el arma en defensa propia. Si se disparó durante el forcejeo, la cosa podría quedarse en un mero accidente. O incluso en homicidio justificado. Podríamos argüir eso. Quizá la persona que la mató podría salir libre. -Mira a Jonah con ojos esperanzados.

– Ésa es una buena historia -dice Jonah- para el tipo que la mató. Pero yo no puedo ayudaros. Porque no sé lo que sucedió aquella noche. Os olvidáis constantemente de que yo no estuve allí -dice con énfasis, y finalmente se sienta. Ya ha dicho la última palabra sobre el tema.

Harry suelta un prolongado suspiro y luego se vuelve hacia mí.

– De todas maneras, podríamos argüir esa posibilidad como teoría -dice-. Un desconocido mató a Suade en defensa propia con la pistola de ella. Quizá sea poco verosímil, pero al menos rompe la imagen de absoluta inocencia de la víctima. ¿Qué nos importa si al final conseguimos la absolución de otra persona? Esta teoría podría descabalar definitivamente las alegaciones de la fiscalía.

– Si es que logramos conseguir que la teoría se sostenga -le digo-. No existe ningún testigo que sitúe el arma de Suade en la escena del crimen. Por lo que sabemos, la pistola, simplemente, ha desaparecido.

– Sí, ya sé -dice Harry-, la admisión de las pruebas depende de la discreción del juez encargado del juicio. Y, de momento, no sabemos quién será.

– Frank Peltro -digo.

– ¿Cómo lo sabes?

– Alguien me lo comentó ayer cuando fui a ver a Ryan. Lo comprobé en el juzgado esta mañana. Peltro es el elegido. El juez presidente le encargó el caso.

– ¿Davidson?

Asiento con la cabeza.

Harry pone los ojos en blanco.

– No es probable que nos haga muchos favores, ¿no? Lo lógico sería que, dados sus problemas con Suade, y dada también la demanda contra el condado y todo eso, Davidson se hubiese mantenido aparte, dejando que fuera el Consejo Judicial quien designara al juez.

– Sí, eso sería lo lógico.

– ¿Qué sabéis de ese juez? -pregunta Jonah.

– ¿De Peltro?

– Sí.

– Es un antiguo policía -dice Harry-. Estuvo catorce años en el cuerpo. Estudió Derecho por las noches. Trabajó durante diez años en la fiscalía. Consiguió la judicatura por elección.

– Está bien considerado -le digo a Harry.

– También lo estaba el juez Parker, por todo el mundo menos por los que colgó. Lo que sí es cierto es que Peltro es el único togado de este condado que no le debe nada al gobernador -dice Harry-. O sea que tenemos a un juez independiente que se ganó el puesto sin ayuda de nadie y que decidirá la suerte de nuestro cliente con la versión estatal del doctor Kevorkian. La verdad es que no veo en qué puede beneficiarnos que nos lo hayan asignado.

– Es un tipo severo y eficaz -digo-. No es exactamente lo que yo habría deseado, pero tiene cosas positivas.

– Dime una -dice Harry.

– Él sabe de dónde procede. Y también sabe que todo el mundo lo sabe. A un hombre tan independiente no le gusta ser predecible. Es posible que durante el juicio se esfuerce en no demostrar parcialidad hacia sus viejos amigos de la fiscalía. Y, además, también está al corriente de la clase de jugarretas que suelen hacer los fiscales. Sabe que muchas veces se filtran cosas que no deberían filtrarse.

– ¿Piensas que Ryan intentará usar la publicidad para perjudicarnos? -pregunta Harry.

– ¿Tú no lo harías? No es probable que la fiscalía logre engatusar a Peltro. Él ha sido cocinero antes que fraile. Y tampoco se dejará atemorizar. No se siente intimidado por lo que pueda suceder en las próximas elecciones. Los individualistas tienen sus ventajas. Especialmente, en un caso como éste.

– No sé, me parece que hemos tenido muy poca suerte con la asignación del juez -dice Harry-. Quizá deberíamos rechazarlo. Sólo por si las moscas.