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– ¿Y lo hizo? -pregunto.

– Acudió a los tribunales. Le concedieron permiso para visitar a la niña. Fue entonces cuando comenzaron los problemas.

– ¿Qué problemas? -indaga Harry.

– A Jessica le permitieron pasar con Mandy dos fines de semana al mes. La recogía el viernes por la noche, y nos la devolvía el domingo por la tarde. Durante el primer mes, todo fue bien. Luego, a comienzos de diciembre, no regresaron hasta bien entrada la noche del domingo, cerca de medianoche. Cada fin de semana volvía un poco más tarde que el fin de semana anterior. Como si estuviera poniéndome a prueba.

– ¿Por qué no volviste a recurrir a los tribunales?

– Porque mi abogado me dijo que a no ser que tuviéramos algo importante, una infracción grave del permiso de visita, lo más probable era que el tribunal se limitase a amonestarla. Me dijo que con eso sólo conseguiríamos empeorar las cosas.

El abogado de Jonah había estado en lo cierto.

– Luego, finalmente, hace de ello tres semanas, un domingo Jessica no regresó con Mandy. Nos alarmamos muchísimo. Llamé al teléfono de la casa en la que supuestamente vivía Jessica. Me dijeron que se había mudado y que no sabían adónde. Llamamos a la policía. Nos dijeron que no podían hacer nada, a no ser que dispusiéramos de pruebas de que se había cometido algún delito. Nosotros les dijimos que los tribunales nos habían concedido la custodia. Ellos respondieron que tendríamos que acudir al juzgado, y solicitar que el juez declarase a Jessica en rebeldía por haber violado las órdenes del tribunal.

– ¿Volvió su hija con la niña? -pregunta Harry.

Jonah asiente con la cabeza.

– El lunes por la mañana, a las diez en punto, Mandy apareció en nuestra puerta con Jessica tras ella, como si no hubiera pasado nada. Y no estaban solas.

– ¿Las acompañaba uno de los novios de Jessica? -pregunta Harry.

Jonah niega con la cabeza.

– No. Una mujer.

– ¿Qué mujer? -pregunto.

Jonah se echa mano a un bolsillo, saca una tarjeta de visita y me la entrega. Sobre la tarjeta, en cursiva, leo estas palabras:

Foro de Defensa de la Mujer

Debajo, en letras mayores que las de la organización, hay un nombre:

ZOLANDA «ZO» SUADE

Directora

– Sin decirme ni siquiera hola, esa otra mujer va y me pone de vuelta y media -dice Jonah-. Me dice que conoce a los tipos como yo. Que porque tengo un montón de dinero que gané en la lotería me creo que puedo hacer lo que me dé la gana, que puedo robarle a su hija a Jessica.

»Le contesto que tengo una orden judicial.

»Ella me dice que esa orden no vale para nada. Que los tribunales están dirigidos por hombres y son para los hombres, que ella no reconoce su autoridad, y que si sé lo que me conviene, lo único que puedo hacer es entregar a Mandy a su madre.

»A esas alturas yo ya estaba a punto de sacudirle a aquella fulana. -Jonah mira a Harry-. Dispense mi lenguaje -dice-. Pero tenía ganas de matarla.

»Le pedí que se largase. Ella se negó. Me dijo que se irían cuando les diese la gana. Al final la amenacé con llamar a la policía, y Mary comenzó a acercarse al teléfono. Y es entonces cuando la tal Zolanda… -Jonah pronuncia el nombre como si fuera una palabrota-. Es entonces cuando decide que ha llegado el momento de marcharse. Pero no sin antes decirme que puedo elegir: o entrego a Mandy por las buenas, o nos la quitarán. De un modo u otro, añade, Jessica recuperará a su hija.

– ¿Y luego se fue?

– Sí. Ella y Jessica. Yo estaba temblando como una hoja. Si en aquellos momentos hubiera tenido esto en la mano -me muestra el bastón-, creo que la habría golpeado. Le hubiese reventado la cabeza como si fuera una nuez. Por suerte, no lo tenía. Amanda estaba llorando. Estaba allí en medio, escuchando todo aquello. A ella no le gustan los gritos ni las discusiones. No los soporta. Le producen retortijones en el estómago. Y yo, gritándole a una desconocida que amenazaba con quitarme a mi nieta.

»Lo primero que hago es llamar a mi abogado. La verdad, Paul, es que el tipo no es tan bueno como tú, ni mucho menos. Pero el caso es que le conté al abogado lo que estaba pasando, y en cuanto menciono el nombre de esa mujer, de la tal Zolanda, él me pregunta dónde está mi nieta. Le contesto que la tengo allí a mi lado. Él no dice nada, pero a través del teléfono escucho su suspiro de alivio, como el de alguien que se hubiese despertado de una pesadilla empapado en sudor. Yo le pregunté quién demonios era ella, ¿el diablo, acaso? «Tal vez no sea el diablo -me contesta-, pero por lo que a usted respecta, ella tiene las llaves del infierno.» Me dice que tenemos que volver inmediatamente a los tribunales, antes del fin de semana. Y, ocurra lo que ocurra, añade, no debo entregar a Amanda a mi hija, ni siquiera en cumplimiento del derecho de visita. Aunque aparezca el sheriff con una orden judicial, me dice. Debo darle largas hasta que pueda sacar a Amanda de la casa.

»A esas alturas, nosotros ya nos sentíamos realmente preocupados. Mary estaba frenética, te lo puedes imaginar.

– Desde luego -le digo.

– ¿Alguna vez habías oído hablar de esa mujer? -me pregunta.

Niego con la cabeza.

– Pero yo soy nuevo en la ciudad -añado.

– Aparentemente, su reputación es conocida más allá de San Diego -me dice él-. Se ha hablado de ella en todo el país.

– Yo no he oído nada. Pero mi especialidad no son los asuntos de familia.

– Lo que el abogado me dijo resultó ser… ¿cómo se dice? -Jonah trata de encontrar la palabra adecuada, pero no lo consigue.

– ¿Profético? -sugiere Harry.

Jonah chasquea los dedos, con la mano apoyada en el bastón.

– Exacto. Después de eso tomamos todo tipo de precauciones. Llevábamos a Mandy al colegio y luego pasábamos a recogerla, íbamos con ella en coche a todas partes. Les dijimos a sus maestros que la niña no debía salir del recinto del colegio con nadie salvo con Mary o conmigo.

»Lo que nunca sospechamos es que la cosa ocurriría en nuestra propia casa. Hace cuatro días, yo tenía cita con el médico. Mary me llevó hasta allí.

– ¿Dónde estaba Amanda? -pregunta Harry.

– La dejamos en casa con una canguro, una muchacha de poco más de veinte años. Habíamos utilizado sus servicios muchas veces. Yo me dije que no podía ocurrir nada. El viernes teníamos que comparecer de nuevo en el juzgado. El abogado me había dicho que era muy posible que lográsemos modificar el permiso de visita, de modo que Jessica sólo pudiera ver a Amanda en nuestra casa, bajo nuestra supervisión.

»Mi hija debía de haber estado fuera, vigilando. A los diez minutos de marcharnos nosotros, ella aparece en la puerta principal. Está sola y quiere ver a Mandy. La canguro le dice que tiene instrucciones muy estrictas.

»Mi hija es una timadora experta. Le dice a uno que el mediodía es medianoche, sonríe con su bonita sonrisa y, nueve veces de cada diez, uno la cree. Se muestra calmada, razonable, va bien vestida. Le dice a la canguro que ha cruzado toda la ciudad para decirle a Amanda algo referente a un regalo sorpresa para su abuela. Faltan ocho meses para el cumpleaños de Mary. Sin embargo, es un secreto secretísimo entre madre e hija.

»La canguro no sabe qué hacer. Le dice a Jessica que tiene instrucciones. Jessica se muestra razonable y comprensiva. Le suelta un buen rollo. «Lo último que deseo es buscarte un lío. He hecho un gran esfuerzo para venir hasta aquí, pero si quieres que vuelva, vuelvo, no hay problema.»

»Al final, la muchacha la deja entrar. Jessica le pide un café. La canguro se va a la cocina a prepararlo. Estuvo fuera tres minutos. -Jonah levanta tres dedos-. No hizo falta más. Cuando regresó a la sala, Jessica y Amanda habían desaparecido. La chica miró por la ventana justo a tiempo de ver un coche alejarse, con los neumáticos chirriando. Conducía un hombre, y había otro a su lado. En la parte de atrás había dos personas.