– Podría haber ocurrido así -dice Jonah-. Pero no lo sé.
– ¿Qué es lo que no sabes?
– Lo que ocurrió. Yo no estaba allí.
Suspiro profundamente y clavo la vista en la pared, por encima del hombro de mi cliente.
Jonah baja la cabeza.
– Si quieres que les diga que estuve allí, lo haré -dice-. Les diré que forcejeé para quitarle la pistola.
Niego con la cabeza.
– No, a no ser que sea cierto. -Aparte del hecho de que sería perjurio, no se me ocurre nada más peligroso que Jonah en el banquillo tratando de inventarse historias.
Él menea la cabeza.
– ¿Por qué no me haces testificar y me permites declarar que yo no estuve allí?
– Porque no te creerán. ¿Qué responderás cuando Ryan te pregunte cómo llegó la sangre del pez aguja a las ropas de Suade?
– No lo sé.
– Y cuando él te recuerde las amenazas que pronunciaste estando Brower delante, ¿qué dirás? ¿Que bromeabas?
– Tal vez -dice él.
– ¿O sea, que no estabas furioso?
– Sí, claro que lo estaba.
– ¿O sea, que no bromeabas?
– Bueno, estaba furioso, pero no pensaba matarla.
– Entonces, ¿por qué lo dijiste?
– Las personas dicen muchas cosas que no sienten.
– ¿Y tú también lo haces?
Jonah no responde. Se da cuenta del problema. ¿Mentiste antes, o mientes ahora?
Pese a todo esto, hay ciertas cosas que me hacen sentir incómodo, porque carecen de sentido. Pese a todas las pruebas físicas que sitúan a Jonah en la escena del crimen, hay preguntas que Ryan no ha respondido: ¿Por qué una mujer que sólo había visto a Jonah una vez y en circunstancias claramente hostiles iba a montar en el asiento del acompañante de su coche? ¿De qué demonios iban a hablar los dos mientras ella consumía no uno, sino dos cigarrillos? Y, dadas las características del jurado, quizá lo más importante: ¿por qué una mujer tan atildada como Suade, cuyo atuendo, el conjunto torero, era extravagante pero impecable, iba a sentarse voluntariamente en el interior del coche de Jonah, cuyos asientos estaban manchados de sangre y de escamas de pez? Esto último va contra toda lógica femenina, una cuestión incómoda que Ryan tendrá que esclarecer si no quiere que sea yo quien se la plantee a las nueve mujeres del jurado.
VEINTISIETE
– El estado llama a Susan McKay.
Ryan trata de no mirarme al decir esto, pero al final no puede evitar lanzarme una mirada de soslayo. Su rostro es una máscara de satisfacción.
Hasta el momento, Harry y yo habíamos supuesto que Ryan mantenía a Susan en el vestíbulo, bajo citación constante, como una especie de penitencia. La ha hecho aguardar, impaciente, durante casi una semana, para que tenga oportunidad de arrepentirse de la ayuda que nos prestó con lo de la pistola de Suade, detalle que, por otra parte, nosotros habríamos sacado a relucir en cualquier caso.
Jonah se echa hacia adelante. Harry y yo hemos hecho que se colocara entre nosotros, tratando de evitar que su expresión corporal de derrota sea vista por el jurado, como ocurrió ayer.
– Pensaba que vosotros dos erais amigos -susurra en un tono demasiado fuerte, y yo miro hacia el jurado, con la esperanza de que los que ocupan la primera fila no tengan demasiado buen oído.
En un susurro le contesto:
– Comparece contra su voluntad. La han citado.
– Oh. -Asiente, como si comprendiese-. Probablemente contará lo que hice en su oficina. Lo de que me puse furioso y me marché de mala manera.
Tal vez Susan no tenga necesidad de hacerlo si Jonah sigue hablando. Le pongo una mano en el antebrazo y me llevo un dedo a los labios para silenciarlo.
Cuando escucho repicar de tacones sobre el suelo de la sala de audiencias, no necesito volverme a mirar. Sé que Susan está en la sala. Noto el calor de su mirada en mi nuca, como un rayo láser.
Ella había comenzado a tranquilizarse, aceptando lo que yo le decía todas las noches de que Ryan no la llamaría a declarar. A fin de cuentas, Brower escuchó las amenazas de muerte en mi bufete. Susan apenas puede añadir nada.
Tal vez sea una testigo hostil, pero camina con decisión. Cruza la sala, entra en el recinto de los togados, y se detiene junto al podio. Cerca del banquillo de los testigos, alza la mano derecha. Cuando hace esto, sus ojos no miran al alguacil que está repitiendo la conocida fórmula -«¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad…?»-, sino que me miran a mí. Sospecho que lo que siente en estos momentos no es enfado, sino la reacción normal que acompaña a la sorpresa: o luchas o te vas.
– ¿Tiene la bondad de tomar asiento? -dice Ryan-. Díganos su nombre. Deletree su apellido para que conste en acta, y denos su dirección.
– Susan McKay. -Me doy cuenta de que está asustada. Deletrea su apellido como si estuviese escupiendo las cinco letras, y luego da la dirección de su oficina, no la de su casa. Ryan no parece advertirlo. Los reporteros de la primera fila tendrán serias dificultades para localizarla cuando termine su testimonio. Su teléfono particular no aparece en la guía de teléfonos.
– Señora McKay, ¿puede usted decirnos cuál es su profesión?
– Dirijo el Servicio de Protección al Menor.
– ¿Se trata de una organización pública?
– Sí.
– ¿Del condado o del municipio?
– Del condado.
– ¿Y cuál es su cometido en esa organización?
– Soy jefa administrativa.
– ¿O sea, que dirige usted el departamento?
– Sí.
– ¿Tiene usted que rendir cuentas a alguien?
– Al Consejo de Supervisores -dice ella.
– Y el consejo está satisfecho de sus servicios, ¿no? -Ryan hace la pregunta como si supiese que los superiores de Susan están en estos momentos muy poco satisfechos de ella.
– En efecto.
Ryan ya sabe todo esto. Simplemente, le está refrescando la memoria a Susan.
– ¿Tiene usted la bondad de contarle al jurado a qué se dedica su organización?
– Nos ocupamos del bienestar de los niños que son víctimas de abusos o de abandono. Investigamos las acusaciones de malos tratos y negligencia. Tomamos a los niños bajo custodia si es necesario. También, ocasionalmente, elevamos solicitudes a los tribunales para el nombramiento de tutores. El departamento efectúa las pertinentes recomendaciones siempre y cuando considere que algún niño debe quedar bajo la custodia del tribunal.
– ¿Dice que investigan ustedes acusaciones de malos tratos? -Ryan escoge del menú el plato que más le apetece.
– En efecto.
– Y a ese respecto, ¿tuvo su agencia oportunidad de indagar las alegaciones de malos tratos, específicamente de abusos deshonestos, referidos a una niña llamada Amanda Hale?
– Debo protestar, señoría -digo-. La pregunta es irrelevante.
– Afecta al móvil -arguye Ryan.
– Protesta desestimada -decide Peltro.
– Yo no realizo las investigaciones personalmente -dice Susan.
– Ya, pero conoce usted el caso, ¿verdad?
– Conozco las acusaciones.
– ¿Efectuó su departamento alguna investigación referente a tales acusaciones?
– Se efectuó una indagación preliminar. La cosa no llegó a la categoría de investigación.
– ¿Puede usted decirle al jurado quién presentó las acusaciones ante el condado?
– Protesto, señoría. ¿Podemos acercarnos? -Señalo hacia el estrado.