– Estaba enfadado.
– Tan enfadado como para marcharse, pese a que no tenía coche. Porque no tenía su coche allí, ¿verdad?
– No.
– ¿Sabe usted dónde estaba su coche?
– No.
– ¿Sabe usted cómo llegó el señor Hale a la reunión de la mañana en el bufete del señor Madriani?
– Creo que Paul… el señor Madriani lo recogió.
– ¿Dónde?
– En el barco.
– ¿En el barco del señor Hale, en Spanish Landing?
– Sí.
– Muchas gracias. -Ryan parece particularmente satisfecho con esta última información. Aparte del hecho de que Ryan no podría haberla conseguido si no nos llamaba a Jonah o a mí a testificar, me pregunto por qué la cosa parece importarle tanto.
VEINTIOCHO
– Esto no me gusta. -Rahm Karashi es un médico residente de la universidad. Trabaja en el hospital del condado seis días a la semana. Esta mañana, sus visitas incluyen la cárcel del condado, lo cual incluye a su vez tomarle a Jonah las constantes vitales, la presión y el pulso, antes de que salga para el juzgado. También le controla la medicación.
En estos momentos, Jonah está acostado en el camastro de una celda de detención, esperando a la furgoneta que lo llevará al juzgado. Tiene en el brazo un manguito de los que se usan para tomar la presión sanguínea.
El doctor Karashi está sentado en el taburete con ruedas que él mismo ha llevado a la celda. Prueba de nuevo. Pega el diafragma del estetoscopio a la parte interior del codo derecho de Jonah. El médico está haciendo girar lentamente la válvula de presión unida al manguito. Escucha unos momentos y luego menea la cabeza. Es la tercera vez que le toma la presión desde que Harry y yo hemos llegado. Intenta averiguar si la hipertensión está motivada por. los nervios que le produce la perspectiva de pasar otro día en el juzgado. Quizá la presión descienda. Pero no lo hace.
– Estoy bien -dice Jonah-. No es más que el estrés. Siempre tengo la tensión alta cuando sé que van a tomármela. -Me mira, como si yo fuera a enfadarme si el juicio se demorase por motivos de salud. En estos momentos, y según van las cosas, una demora sería una bendición.
El médico retira el estetoscopio del brazo de Jonah.
– Relájese unos instantes -dice, y luego golpea la puerta para llamar al guardia, y nos hace seña a Harry y a mí para que salgamos con él.
En cuanto la sólida puerta de la celda se cierra a nuestras espaldas, Karashi dice:
– No me gusta. No me gusta nada. A estas alturas, la medicación ya debería haber hecho efecto. Lleva una semana con ella. ¿Están ustedes seguros de que se la toma? A veces, cuando están deprimidos, los pacientes no lo hacen.
– Lo único que sé es lo que me dicen. Las enfermeras aseguran que se la toma todas las noches antes de acostarse.
– Esto no va nada bien. -El doctor Karashi mira el gráfico de tensión sanguínea que tiene entre las manos-. La tensión está cada vez más alta.
– ¿Hasta qué punto es grave esto? -pregunta Harry. Aparte de que le preocupa la salud de Jonah, Harry quiere saber si interrumpirán el juicio.
– Si quieren mi opinión, considero que es lo bastante grave como para hospitalizar al paciente. Al menos, para tenerlo en observación.
– Eso supondría, como mínimo, la suspensión del juicio -sonríe Harry.
– Naturalmente, tendré que hablar con el médico supervisor del hospital del condado -dice Karashi-. Recomendaré que él informe al tribunal.
– ¿Cree que debemos llamar al médico personal del señor Hale? -pregunto.
– Eso sería una buena idea. Aunque, naturalmente, la fiscalía querrá usar sus propios médicos.
– ¿Usted no lo es?
– No -sonríe Karashi-. Querrán que intervenga alguno de los médicos de mayor categoría. Probablemente desearán que lo examine el jefe de cardiología del hospital del condado.
El doctor Karashi quiere decir que Ryan querrá a alguien que se preste a dar un diagnóstico favorable para él. Lleva en la profesión tiempo suficiente para conocer las reglas del juego. Lo último que Ryan desea en estos momentos es a un acusado que se encuentra demasiado enfermo para continuar, después de que nosotros hayamos visto todas las pruebas y oído a los testigos de cargo. La peor pesadilla de Ryan en estos momentos es que el juicio sea declarado nulo.
– Deberían hacerle un electrocardiograma -dice Karashi.
– ¿Cuándo?
– No puedo decirle al tribunal que la vida del paciente corre peligro -dice-. Pero yo recomendaría que se hiciera mañana por la tarde. A veces, los viernes, la vista se suspende temprano.
Le doy las gracias. Karashi vuelve a guardar el estetoscopio en la pequeña bolsa negra.
– Si pueden ustedes reducirle el estrés, les recomendaría que lo hiciesen
– ¿Y cómo quiere que lo hagamos? -pregunta Harry.
Karashi lo mira, se encoge de hombros y no contesta.
Le damos las gracias, y él se retira.
Puedo ver a Jonah a través del pequeño cuadrado de acrílico de dos centímetros y medio de grosor que hay en la puerta de la celda. Ahora está sentado en el camastro. Parece veinte años mayor que el hombre que entró en mi bufete hace sólo unos meses para hablarme de Amanda y de su madre.
– ¿De qué servirá todo lo que hagamos por él, si Jonah muere antes de que acabe el juicio? -dice Harry-. Quizá deberíamos hablar con el juez.
– No nos servirá de nada si no nos respalda una sólida recomendación médica. Llamemos a su médico personal esta misma tarde, cuando salgamos del tribunal.
Lo que Ryan nos tiene preparado para esta mañana no es algo que posiblemente pueda reducir el estrés, ni el de Jonah ni el mío.
Susan vuelve a ocupar el banquillo de los testigos, y Ryan está de nuevo frente a ella.
Anoche llamé a casa de Susan para hablar con Sarah. Cuando Susan contestó al teléfono se produjo un momento de incomodidad.
– No podemos hablar -le dije.
– Ya lo sé. No, hasta que yo termine de prestar testimonio -dijo ella. Conocía las normas, quizá porque Ryan ya la había puesto sobre aviso.
No me fue posible detectar amargura ni enfado en su voz, sino simplemente un deje de resignación.
– ¿Dónde estás? -preguntó.
– Te llamo desde casa.
Ella no dijo nada, pero comprendí que lo que viene sucediendo le parecía una necedad. Tengo la impresión de que han pasado siglos desde la noche en que los mexicanos me siguieron al salir de la cárcel. Inspeccioné la calle frente a mi casa varias veces, la recorrí de arriba abajo. A estas alturas me siento casi demasiado cansado para preocuparme. No vi ningún vehículo sospechoso, ninguna cabeza silueteada sobre el respaldo de los asientos. Traté de imaginar el aspecto que tendría Cíclope con las luces apagadas: una vieja limusina Mercedes. Llegué a la conclusión de que no había moros en la costa, así que estacioné el coche, no en la rampa de acceso, sino en el interior del garaje.
Entré en casa y llamé a Susan. Hablé con Sarah, le di las buenas noches. Ella parecía confusa, muy reservada, como si Susan la estuviera oyendo. Quiso saber si todo iba bien, preguntándose por qué ella estaba en casa de Susan y yo en la nuestra. Me preguntó si me había peleado con Susan. Ella no ha ido nunca al tribunal, y Susan y yo hemos procurado no hablar de nuestras preocupaciones delante de ella. Pero los niños son muy perspicaces. Advierten la tensión en una relación, como las vibraciones que preceden a un terremoto.
Le dije que no se preocupase, que todo iría bien. Que era simplemente una cuestión de trabajo, algo de lo que yo debía ocuparme. No estoy seguro de que Sarah quedase convencida. Yo mismo no lo estoy.
Ryan está ante el podio, moviendo las manos.
– Posteriormente, ese mismo día, señora McKay… Me refiero al 17 de abril. ¿Se enteró usted de que la policía había encontrado el cadáver de la señora Suade en el lugar en que trabajaba?