Ryan enarca exageradamente las cejas y mira al jurado.
– ¿Hizo usted que el señor Brower la esperase en el cineplex?
En vez de responder inmediatamente, Susan se llena los pulmones de aire.
– Me pareció preferible que el señor Madriani escuchase directamente de labios del señor Brower los detalles de lo que sabíamos, ya que fue él quien escuchó la información por la emisora de la policía.
– A ver si lo entiendo bien -dice Ryan-. Usted fue al cineplex para ver al señor Madriani, y le pidió al señor Brower que se reuniera allí con usted con el fin de darle información al señor Madriani acerca de la muerte de Zolanda Suade. ¿Es así?
– Bueno, él había estado hablando con Suade aquella mañana.
– ¿Quién? -pregunta Ryan.
– El señor Madriani.
– ¿Pensaba usted que él había tenido algo que ver con la muerte de la señora Suade?
– ¡No! -Susan casi se levanta del asiento.
Ahora Ryan me está mirando a mí, y el jurado sigue su mirada.
– Entonces, ¿qué tenía que ver todo esto con el señor Madriani?
Susan no responde, y Ryan aprovecha para machacar el clavo.
– Bien, no hablemos acerca de lo que la impulsó a ir allí -dice-. Hablemos de lo que hizo usted a continuación. ¿Encontró al señor Madriani en el cineplex?
– Sí.
– ¿Y qué le dijo?
– Le comuniqué la muerte de la señora Suade. Lo poco que yo sabía.
– ¿E hizo usted que el señor Brower hablara con él?
– Sí, creo que sí.
– ¿Lo hizo usted ir hasta allí, pero no recuerda si lo hizo hablar con el señor Madriani? Para eso estaban ustedes en el cineplex, ¿no es cierto?
– Sí, creo que el señor Brower habló con él.
Ryan sonríe.
– ¿Y qué sucedió a continuación?
– Estuvimos hablando durante unos momentos -dice ella.
– ¿Y…?
– Y luego me llevé a Sarah Madriani. Entré en el cine, terminé de ver la película con ella, y luego me la llevé a mi casa.
– ¿Adónde fue el señor Madriani?
– A la oficina de la señora Suade.
– ¿Al lugar en que se encontraba su cadáver?
– No sabía si el cadáver seguía allí.
– Claro. ¿El señor Madriani fue allí solo? ¿Que usted sepa? -No.
– ¿Quién lo acompañó?
– El señor Brower.
Ryan hace una pausa valorativa, simulando sorpresa.
– ¿El señor Brower? ¿Quién propuso que el señor Brower acompañara al señor Madriani?
– No lo recuerdo.
– ¿No sería usted misma?
– Es posible.
Ryan sonríe al jurado. Las evasivas de Susan no la están haciendo quedar nada bien.
– ¿Y en qué coche fueron a la escena del crimen? -pregunta Ryan.
– En el del señor Brower.
– ¿En su coche oficial? ¿El que tiene matrícula del condado?
– Sí.
– ¿Por qué usaron ese coche?
– No lo sé.
– ¿No sería para poder atravesar el cordón policial?
– No lo sé.
– A ver si lo entiendo bien -dice Ryan-. Al enterarse del asesinato, usted le pidió al investigador Brower que fuera a la oficina. Llamó usted al socio del señor Madriani para averiguar dónde se hallaba éste, cosa que usted ignoraba. Fue usted al cineplex para hablar con el señor Madriani, y le dijo al señor Brower que la esperase allí. Y luego le pidió al señor Brower que llevara al señor Madriani hasta la escena del crimen en su coche oficial. ¿Por qué hizo usted todo esto?
– No lo sé.
– ¿No lo sabe? ¿De veras no lo sabe?
En la primera fila, los lápices comienzan a echar humo, deslizándose velozmente sobre el papel. Yo no puedo hacer nada por evitar que Ryan destroce a Susan con sus preguntas.
– Aquel mismo día, usted había oído al señor Hale proferir amenazas contra la víctima en el bufete del señor Madriani. Usted sabía que el señor Madriani era el abogado del señor Hale, ¿no es así?
– Sí.
– Y, sin embargo, no le pareció a usted inadecuado pedirle a un agente de la ley, a uno de sus propios empleados, que llevase al señor Madriani al otro lado del precinto policial en el lugar en que se estaba procediendo a una investigación policial, una investigación en la que usted sabía que el cliente del señor Madriani podría estar implicado. ¿Fue así o no?
– Protesto. -De nuevo estoy de pie.
– Formule de nuevo la pregunta -dice Peltro.
La cosa es tanto más perjudicial debido a que resulta evidente que el objetivo de Susan era ayudar a un amigo. Puedo protestar por la inferencia de que de algún modo ella sabía que Jonah era culpable, pero el mensaje para el jurado es claro. ¿Por qué si no Susan iba a hacer todo lo que hizo?
– ¿No pensó usted que sus acciones podían resultar inapropiadas?
– No, no lo pensé -dice ella.
– No lo pensó. -Ryan no lo dice como pregunta, sino como una afirmación categórica. Asiente con la cabeza, se vuelve hacia el jurado, pasea hasta donde le permite el podio y prosigue-: Concentrémonos ahora en los sucesos que ocurrieron después del 17 de abril. En algún momento, con posterioridad a los acontecimientos de la noche de los hechos, ¿se enteró usted de que aquella noche el investigador Brower y el señor Madriani habían examinado ciertas pruebas físicas en la escena del crimen?
– Sí.
– ¿Puede usted explicarle al jurado cómo se enteró?
– El señor Brower me lo dijo.
– ¿Qué le dijo?
– Que uno de los investigadores que se hallaban en el lugar de los hechos le mostró una bala…
– ¿Bala? ¿Se refiere usted a un casquillo?
– Sí.
– ¿Qué más?
– Unas colillas de cigarrillos que se habían encontrado en la escena del crimen.
– ¿Qué más?
– Un cigarro parcialmente fumado.
Ryan la interrumpe con el índice derecho alzado, como una pistola a punto de disparar.
– ¿Y recuerda usted que en la mañana del 17 de abril, en la reunión que tuvo lugar en el bufete del señor Madriani, el acusado, Jonah Hale, ofreció cigarros a todos los presentes?
– Sí.
– ¿Y cómo se enteró usted de lo del cigarro que se había encontrado en la escena del crimen?
– El señor Brower me dijo que lo había visto.
– ¿Y qué más le dijo acerca del cigarro?
– Protesto. Testimonio de oídas.
– Se admite la protesta.
Ryan trata de esclarecer si Brower había encontrado el cigarro parecido al que Jonah le había regalado aquel mismo día por la mañana.
– ¿Recuerda usted si el señor Hale le ofreció un cigarro al investigador Brower durante la reunión que tuvo lugar en el bufete del señor Madriani el día 17?
– Creo que sí lo hizo.
– ¿Cree que sí lo hizo? -Ryan comienza a impacientarse.
– Sí, le dio un cigarro -dice Susan.
– ¿Y alguna vez habló usted con el señor Brower acerca de ese cigarro, el que el señor Hale le había dado al señor Brower, después de descubrir que en la escena del crimen se había encontrado un cigarro similar?
Susan me mira.
– Debo protestar, señoría. El fiscal da por supuestos hechos de los que no hay constancia.
– Señoría, tenemos un testimonio pericial acerca de los cigarros.
– Pero no sabemos que, en su momento, la testigo supiera que los dos cigarros eran similares.
– Voy a desestimar la protesta -dice Peltro.
– ¿Alguna vez habló usted con el señor Brower acerca del cigarro que recibió del señor Hale?
– Tuvimos una conversación -dice Susan.
– ¿Una conversación, señora McKay? ¿No es más cierto que le ordenó al investigador Brower que le entregase a usted el cigarro, y que él le dijo que ya lo había puesto en manos de la policía? ¿No se enfadó usted con él por eso?
– Yo era su supervisora -dice Susan-. Antes de implicarse en el asunto, el señor Brower debió haberme avisado de lo que se proponía hacer.