– Sí, eso es típico de ella. Aunque al principio no era así. Zolanda formó un grupo de defensa de la mujer. Se dedicó a cabildear, sobre todo en asuntos locales, hizo apariciones en la televisión. Trató de intervenir en algunos casos prominentes de custodia, pero los tribunales la rechazaron, no la dejaron comparecer. No es abogada. Y como no era parte implicada, carecía por completo de representación.
– Comprendo.
– Los jueces dictaminaron que lo que tuviera que decir era irrelevante. No quisieron saber nada de ella. Eso fue como agitar un trapo rojo ante las narices de Zolanda. Lo mismo podrían haberse pintado dianas en sus propios culos. Lo peor que se puede hacer con Zolanda es desoírla. Llegó el momento en que esa mujer decidió que los tribunales no contaban para nada, y se sacó de la manga sus propios medios para obtener la custodia.
– El secuestro.
– Ella lo describe como acción protectora -dice Susan-. Su organización se llama Víctimas Fugitivas. Es una mezcla de organización de autoayuda y de agencia de servicios sociales, sin responsabilidad ante nadie ni posibilidad de apelación. Si alguien comete un error, y Zo los ha cometido a espuertas, no hay posibilidad de reclamación. Por lo que me han contado, Zo se ha vuelto bastante chapucera con los años. Ha ayudado a unas cuantas mujeres que eran culpables a esconderse. Madres que acusaban a sus maridos de malos tratos, pero que eran ellas mismas las que quemaban con cigarrillos a sus hijos y les hacían otras atrocidades.
– ¿Cómo es que los tribunales no han declarado a Suade en desacato?
– Claro que lo han hecho -dice Susan-. Lo malo es que hay que probar que ella está implicada. Zolanda actúa como un padrino de la mafia, como el presidente en el Despacho Oval; siempre hace las cosas de forma que resulte imposible implicarla. Si ella y su organización se han llevado a esa niña, no encontrarás a ningún testigo que sitúe a Zo en el lugar de los hechos. En eso se muestra sumamente cuidadosa.
– ¿Quién realiza las abducciones?
– Gente de su organización. Voluntarios. Tipos que, sin duda, van a la iglesia los domingos y no les provoca el menor remordimiento el hecho de que el lunes vayan a secuestrar a algún niño al salir del colegio, ya que Zo les ha dicho que están cumpliendo una misión divina.
– ¿Pretendes decir que se trata de fanáticos?
– Digamos simplemente que están equivocados.
– ¿Y los fiscales nunca han podido encausarla?
– No. Por lo que me han dicho, los del FBI la han vuelto del revés a ella y a su organización. Zo siempre usa a uno de los progenitores como tapadera, así que nunca se trata de secuestros descarados, y existe un buen motivo para que Suade viva tan cerca de la frontera. México es un buen lugar para que la gente desaparezca.
– ¿Crees que es allí donde está la nieta de mi cliente?
– Apostaría a que sí. Para Zo, Baja California es una especie de hogar de acogida. Durante un tiempo, tiene a sus fugitivos en Ensenada, o quizá en Rosarita, hasta que encuentra un lugar más permanente. Háblame de la madre.
– Estuvo a la sombra, tiene un pasado problemático, sobre todo a causa de las drogas. Los abuelos consiguieron que los tribunales les concedieran la custodia. Cuando la madre salió de la cárcel, se presentó en la casa con Suade y formuló amenazas para conseguir recuperar a la niña. Una semana más tarde, mamá regresó sola a casa de los abuelos, so pretexto de que pasaba por allí. Sólo que en la casa únicamente estaban la nieta y una canguro.
– Muy conveniente -dice Susan.
– La madre y la nieta desaparecieron.
– A ver si lo adivino -dice Susan-. Nadie vio a Zolanda en las proximidades de la casa durante la visita.
Asiento con la cabeza.
– Y a la madre y a la hija no se las ha vuelto a ver -digo.
– Y no conseguirán localizarlas. Al menos, no bajo los mismos nombres ni en esta ciudad. Si Suade pudiera llevárselas a otro planeta, lo haría. Puedes tener la certeza de que, durante el próximo año, el cabello de la madre cambiará de color y de longitud una docena de veces. Lo más probable es que la nieta de tu cliente termine con aspecto de chiquillo. Nadie será capaz de reconocerlas una vez que Zolanda haya obrado su magia.
– Lo lógico sería que Suade hubiese investigado a la madre. Jessica Hale tiene antecedentes penales, y un historial de drogadicción que se remonta a su adolescencia.
Susan permanece en silencio.
– ¿Tu cliente es una persona conocida? -pregunta finalmente-. ¿Una celebridad?
– La verdad es que no. ¿Por qué?
– Últimamente, Zo muestra una cierta predilección por las celebridades. Parece como si necesitara publicidad, como si de pronto se le hubiera despertado el ansia de ser conocida. Ha actuado contra algunos ciudadanos destacados de San Diego, como por ejemplo el juez que preside el tribunal local.
– Bromeas.
– No. El hijo y la ex esposa del juez llevan un año en paradero desconocido, junto con casi medio millón de dólares de una cuenta conjunta de ahorro e inversión.
– ¿Y el tipo no aplicó a Zolanda todo el peso de la ley?
– Lo hizo -dice Susan-. Pero ella tiene buenos abogados. Y, como ya te he dicho, el juez no consiguió reunir pruebas que implicasen a Zo. Esa mujer parece estar decantándose hacia el dinero y el poder.
– Mi cliente es un trabajador que ganó un montón de dinero.
– ¿Cómo?
– En la lotería del estado.
– Bromeas.
– No, nada de eso.
– ¿Realmente conoces a alguien que haya ganado en la lotería? Pensé que sólo era un paripé del gobierno para mantener feliz a la muchedumbre, el equivalente moderno del circo de los antiguos romanos.
– Lo conocí antes de que le tocase la lotería, pero resulta que él me recordaba con afecto.
– ¿Cuánto dinero ganó?
– Ochenta y siete millones de dólares.
– ¡Santo Dios! -Se echa a reír-. Qué indecencia. Tienes que presentarme a ese hombre. ¿Está casado?
– Desde hace cuarenta años.
– ¿Por qué será que todos los buenos partidos ya están casados?
Yo le pellizco suavemente en un costado, justo por encima de la cadera.
– ¡Ay! Me has hecho daño. -Tras una breve risa, continúa-: ¿Qué pretende tu cliente que hagas?
– Está desesperado. Quiere que le eche a Suade la ley encima. Que la obligue a decirnos dónde está la pequeña. Y que contrate a un detective privado para que localice a su nieta.
Susan se echa a reír. Menea la cabeza.
– No sabe a lo que se enfrenta.
– El hombre tiene muchos recursos. Y está dispuesto a gastar todo su dinero en recuperar a su nieta.
– Lo necesitará. Permíteme que te dé un consejo. -Se gira hasta apoyarse en una cadera para mirarme a los ojos-. No te metas en ese asunto.
– ¿Por qué no?
– Porque vas a pasar por un montón de sinsabores, y terminarás con las manos vacías. Zo tiene fama de salirse siempre con la suya. Nunca han podido echarle el guante, ni los tribunales ni la policía. Varias de las mejores agencias de investigación privadas del país han intentado que su gente localice a los niños que han desaparecido bajo el ala de Zolanda. Y nadie lo ha conseguido aún.
– Gracias por darme ánimos.
– Me preguntaste si conocía a esa mujer, y yo me limito a decirte las cosas tal cual son. A Zo le encanta lo que hace. Le apasiona. Desprecia a los tribunales y odia a los abogados. Su ex marido contrató a uno bueno. El tipo, además, apaleaba el dinero. El abogado consiguió que lo declararan inocente de las acusaciones de agresión, secuestro y homicidio frustrado. El marido salió libre del juzgado, y luego solicitó que le concedieran la custodia conjunta de su pequeño.
– ¿Suade tiene un hijo?
– Lo tenía -me corrige Susan-. Un chiquillo de cuatro años. El tribunal no consideró que hubiera ningún motivo para negarle la custodia conjunta al padre. A fin de cuentas, el tipo no tenía antecedentes penales. Un año más tarde, el pequeño estaba muerto. Se rompió el cuello al caerse de un balcón durante una visita a su padre.