Ryan comienza a darse cuenta de cuál es su situación. Las tesis de la fiscalía han quedado arruinadas. Peltro no es partidario de retener indefinidamente al jurado, y está buscando alguna solución intermedia.
– Aunque acepte su teoría acerca de la sangre -dice Peltro mirando a Ryan-, ¿qué me dice del cigarro?
– Queremos analizar ese cigarro -responde Ryan, e inmediatamente se da cuenta de que no debería haberlo dicho.
– El maldito cigarro se halla en el interior de un cilindro precintado -dice Peltro. Tiene el cigarro sobre el escritorio, en el centro de la gran carpeta cubierta con un papel secante verde, donde todos podemos verlo-. ¿De veras cree usted que puede no ser de la misma marca?
Enfrentado a tal escepticismo, Ryan no encuentra nada que decir.
– Puede usted analizar el cigarro -prosigue el juez-, pero desde ahora le digo que, a no ser que me muestre usted pruebas concluyentes en sentido contrario, voy a admitir esto como prueba. -Señala con un dedo el cigarro que tiene ante sí-. En cuanto a la foto, ésta ya forma parte de las pruebas.
Sentado en un sillón frente al escritorio de Peltro, yo sonrío. Si me fuera posible hacerlo, en estos momentos cogería el cigarro entregado por López y me lo fumaría.
– A no ser, claro -sigue Peltro-, que desee usted que yo declare juicio nulo. -Le está ofreciendo a Ryan una alternativa, algo que le permita salvar la cara.
Yo, que no esperaba esto, rae enderezo en el sillón.
– Respecto a usted… -Ahora Peltro me mira a mí-. Su cliente no puede seguir soportando la tensión de este juicio, así que no me venga con pamplinas acerca de la necesidad de limpiar su buen nombre. A no ser que hayan cambiado las leyes desde que yo asistí a la facultad, no se puede difamar a los muertos, y su cliente sin duda morirá si usted se empeña en prolongar lo que para él es evidentemente un suplicio.
Yo no digo ni palabra, pero vuelvo a arrellanarme en el sillón. Algo me dice que el juez tiene razón. Si el juicio sigue adelante, a mí, probablemente, me será posible hacer picadillo a Ryan, pero puede que Jonah no viva para ver el final del juicio.
Mañana los periódicos se ocuparán profusamente de esto: el incidente en México, otra violenta batalla a tiros con los capos del narcotráfico. Sólo que en esta ocasión la cosa estará relacionada con San Diego, con el asesinato de Zolanda Suade. Las tesis de la fiscalía han rodado por los suelos, y Ryan es consciente de ello.
– Si el juicio se declara nulo -dice-, la razón que se aduzca debe ser la incapacidad del acusado para seguir adelante. -Ryan ya se ha hecho a la idea, y ahora lo que busca es cobertura política. De este modo, Jonah no puede demandarlo, y él dispone de una buena explicación que darle a la prensa. Él no ha perdido el caso, sino que, en vista de las pruebas, ha decidido no volver a iniciarlo.
Peltro está de acuerdo. Me mira. Yo preferiría un sobreseimiento, pero al juez no le es posible hacer eso y yo me doy cuenta de ello.
– Entonces, todos de acuerdo -dice Peltro-. Salgamos, y que esto conste en acta.
TREINTA Y CUATRO
Esta noche estoy esperando a Susan en Casa Bandini, en Old Town, dando sorbos a un margarita y escuchando la música del mariachi que está dándole una serenata a una joven pareja cuya mesa se encuentra al otro lado del patio, a cosa de quince metros de distancia.
Los médicos han dejado salir a Jonah del hospital. Continúan pendientes de su estado, pero se cree que sólo ha sufrido daños menores en parte de la masa muscular del corazón. Jonah está en su casa con Mary y Amanda, tratando de enrumbar de nuevo la vida de la familia.
La otra noche estuve con ellos durante una hora y les hablé de los últimos momentos de la vida de su hija, un atisbo final de una vida que tan desperdiciada parecía. A Jonah se le saltaron las lágrimas cuando le expliqué que, en último extremo, lo que a su hija le costó la vida fue un acto de amor.
El mundo puede juzgar a Jessica por los miles de errores que cometió en su juventud, pero aquella noche en la discoteca, ella corrió por un motivo más noble que la simple supervivencia: corrió para interponerse entre la muerte y su hija. Quizá Jessica se llevó a la niña por venganza, pero al final actuó como una buena madre y se sacrificó por la pequeña.
Los periódicos locales están saturados de noticias acerca de Ontaveroz. Jonah puede haber quedado libre a causa de un juicio nulo, pero no hay la menor posibilidad de que la fiscalía trate de encausarlo de nuevo. La prensa, a su peculiar e inimitable modo, ha unido todos los puntos, algunos de ellos equivocadamente. La versión aceptada por todos es que el mexicano no sólo mató a Suade, sino también a Murphy y a Jason Crow. El cigarro que hallaron en posesión del pistolero en la discoteca fue el factor decisivo. El cigarro que Susan le metió en el bolsillo antes de salir del local.
Tardé algún tiempo en reunir todas las piezas. Una marca poco frecuente, el mismo cigarro… Era una coincidencia excesiva, hasta que me di cuenta de que la policía nunca había confiscado el cigarro que Jonah le entregó a Susan. Sospecho que permaneció en el fondo de su bolso, metido aún en el pequeño cilindro metálico, tal y como Jonah se lo había dado aquel día en mi oficina.
Con las prisas del momento, la había visto tropezar con el achicharrado cuerpo. Me equivoqué. Susan vio la posibilidad de torpedear a Ryan y sus tesis, y la aprovechó.
Se trata de algo que, aunque yo quisiera hacerlo, no me sería posible probar. Con todos los dedos que a estas alturas ya han tocado el cilindro, los de López, los de sabe Dios cuántos policías mexicanos y los de Peltro, las posibilidades de encontrar en el cilindro algo remotamente parecido a las huellas dactilares de Susan son mínimas.
De lo que no me cabe duda es de que, sin el cigarro, probablemente no me hubiera sido posible convencer a Peltro de que admitiese la prueba, ni abrir la puerta a la posibilidad de un juicio nulo.
El cigarro fue la forma que tuvo Susan de devolverle su vida a Amanda, de apartar la nube de encima de la cabeza de Jonah. Susan jugó a ser Dios. Jonah le había dado el cigarro, y ahora ella se lo había devuelto a su manera. Fue su forma de obtener la redención, porque era Susan la que estaba en el coche con Suade la noche en que ésta murió.
Ha pasado una semana desde que Peltro declaró nulo el juicio. Aquella tarde, Ryan compareció en la escalinata del juzgado y anunció que la fiscalía no iba a emprender un nuevo juicio contra Jonah, que los intereses de la justicia ya habían sido adecuadamente servidos.
Ése es un punto de vista con el cual puedo estar de acuerdo. Tengo la certeza de que la muerte de Suade fue un acto de autopreservación, de legítima defensa.
Yo no reuní todas las piezas hasta esta tarde. Cuando me estaba mudando para venir aquí, metí unas cuantas prendas en el cesto de la ropa sucia, y entonces mis dedos rozaron con algo: la dura y plana superficie de algo que había en el bolsillo de unas bermudas, las que había llevado aquella noche en Cabo, y que aún olían a humo.
En el bolsillo trasero encontré el talonario de cheques que yo había recogido del suelo de la cocina de Jessica, el que ella me había tirado. Con la confusión, me lo eché al bolsillo y me olvidé de él.
Lo abrí. El cheque, extendido y firmado por Jessica, el que había tenido intención de mandarles a los de la mudanza, seguía dentro, unido al talonario por las perforaciones. El nombre de la firma era el mismo que el impreso en la parte alta de los cheques: Susan McKay.
De pronto, todo adquirió sentido. El televisor de la cocina no sólo parecía el de Susan, sino que era el de Susan. Yo me había preguntado repetidamente cómo pudo Susan encontrar a Jessica y a la niña en Cabo, cuando nadie más había podido hacerlo. La respuesta estaba en el talonario. En México, Jessica había utilizado varias identidades, extendiendo cheques contra cuentas de otras personas, y utilizando tarjetas de crédito robadas. Había extendido un cheque contra la cuenta de Susan. Este cheque estaba fechado una semana antes. La copia al carbón seguía en el talonario. Era un cheque por el alquiler mensual, extendido a favor de Las Ventanas de Cabo.