Besfort sabe que los delicados dedos de Rovena vuelven las páginas con impaciencia.
Espera, le dice Anselmo a su amigo cuando éste abre la boca con intención de hablar. Ya sé lo que vas a decir. El también sabe perfectamente que su Camila no tiene tacha. Y sin embargo… Sin embargo, ¿puede atribuirse ese mérito a una mujer que nunca ha tenido la oportunidad de ser mala?
Besfort imagina las cejas y las pestañas de Rovena, maquilladas con tanto esmero, estremecidas de inquietud como unas alas de golondrina ante la tempestad que se avecina.
Lotario hace lo posible por tranquilizar a su amigo. Pero la obsesión del otro no tiene cura. Como en trance, torna una y otra vez a sus negras sospechas. Como colofón, le hace a su amigo una proposición funesta. Lotario, su amigo de toda la vida, él y sólo él, puede liberarlo de esa pesadilla. De la única manera posible. La única que podría acreditar la fidelidad de Camila. Arriesgada, sí, pero segura. Poniendo a Camila a prueba. En pocas palabras, haciéndole la corte. Con el fin de poseerla.
Besfort imagina cómo los dedos nerviosos de Rovena vuelven atrás la página para releer los últimos párrafos. Sus pupilas emiten un brillo helado. El rubí de su anillo también.
Lotario rechaza con desprecio la proposición. Se siente gravemente ofendido. Se levanta para marcharse. Para siempre. Sin embargo, una palabra de Anselmo lo paraliza. Una amenaza. Si él no lo acepta, será un extraño, un desconocido quien lo hará. Un rufián de circunstancias tal vez. Un asaltaalcobas.
Lotario se lleva las manos a la cabeza. Esa amenaza puede con él. Acepta la abominación, más exactamente simula hacerlo. Para burlar a su amigo como se burla a un loco. Y de este modo, cuando llega la hora de la prueba, solo frente a Camila, permanece estático como una piedra. Anselmo espera con impaciencia el desenlace. Lotario le confía: Camila es pura como el cristal. Como la nieve de los Alpes. Como todo lo que pueda concebirse como inmaculado. Le ha acusado de perfidia. Ha rechazado sus asaltos. Le ha amenazado con denunciarle a su marido.
En lugar de sentirse aliviado, Anselmo se ensombrece como una nube negra. ¡Traidor!, lo afrenta. ¡Falsario! Te he estado vigilando por el ojo de la cerradura. Vi cómo te mofabas de mí. Cómo permanecías allí plantado como una encina. ¡Rufián de mala ralea! ¡Cazurro fementido! Verás entonces cuando haga venir a los verdaderos depravados. A los bragueteros de la noche. Al menos ésos no me mentirán.
Lotario trata de sosegarlo. Le pide perdón. Le ruega una nueva oportunidad. Una prueba de lealtad. La última. Con tal de que no haga venir a esa canalla.
Finalmente se reconcilian. Traman entre los dos la trampa. Anselmo partirá a su aldea. Lotario permanecerá en la casa. Tres días y tres noches. Esta es la orden de Anselmo. Camila acepta de mala gana. Cae la primera noche.
Besfort cierra el grifo de la ducha como para distinguir la respiración acelerada de Rovena.
Están solos los dos. Anselmo y Camila. Cenan juntos. Beben un poco de vino. Contemplan el fuego en el hogar.
El texto se torna parco. Muy parco. Lotario declara su amor. Camila se defiende desesperadamente. Pero la defensa tiene un límite. Camila es vencida. El relato es implacable. Sólo la palabra «entrega» aparece dos veces. Camila se entrega. Camila es vencida.
Besfort está convencido de que en este fragmento Rovena ha cerrado los ojos. Entre todas las mujeres que ha conocido, ninguna cerraba los ojos con tanto ardor como Rovena en el trance del amor. De modo que ha cerrado los ojos. Con el fin tal vez de prolongar el efecto del texto. Para identificarse con él. ¿Lamenta que Camila haya caído? Es posible que sea al contrario, que lo hubiera estado esperando con impaciencia…
Ante la puerta iluminada del Lorelei, Besfort hizo por enésima vez poco más o menos la misma pregunta. ¿Le complacía o no lo que estaban a punto de hacer? El rostro pálido de Rovena no proporcionaba ninguna respuesta.
Han franqueado por fin el umbral y pocos instantes más tarde deambulan a través de los salones del club, ella completamente desnuda a excepción de las finas bragas, como requería el reglamento, él algo más vestido. Caminan a través de la niebla hasta que les sale al paso un enorme lecho. Toman asiento en él con el fin de recobrarse. Junto con su propia conmoción se disipó la bruma, y ambos pudieron ver por fin lo que sucedía a su alrededor. Había otras camas aquí y allá, ocupadas o no. En una de ellas incluso se hacía el amor. En torno, la gente iba y venía. Mujeres en bragas, a veces sin ellas. Hombres con calzones de baño. Los varones solitarios deambulaban como espectros. Alguien le llevaba de beber a su pareja. Todo era dúctil y armonioso. Tienes el pecho más bonito de todos, le murmuró él. Cierto fulgor en los ojos de Rovena hacía las veces de barrera frente a las palabras. El le repitió por segunda vez lo que le acababa de decir. No sólo el pecho, añadió. Ella había doblado una de sus piernas, tornando visible la zona oscura de su bajo vientre. Era precisamente allí, en la rendija que dejaban al descubierto las bragas, donde uno de los espectros tenía clavados los ojos enternecidos.
Todos te desean, le susurró él. ¿De verdad? Y la parte de la entrepierna que se te ve está volviendo loco a ese tipo de ahí. Ya me he fijado, dijo ella. De todos modos, no hizo el más leve gesto para cubrirse. En la antigüedad, no recuerdo dónde, se mantenían relaciones sexuales en lugares públicos, dijo Besfort. ¿De verdad? Era algo serio, sin la menor sombra de vulgaridad, incluso un rito casi sagrado, como las fiestas nacionales de ahora. Ella le tomó de la mano. ¿Y nosotros? ¿Aquí?, preguntó él. Ella dijo que sí con la cabeza. Espera un poco más. Yo aún no estoy del todo ambientado. De pronto ella se estremeció y retiró la pierna. El hombre de la mirada tierna se había inclinado para tocarle la rodilla. No te asustes, dijo Besfort. Con un aire de acatamiento culpable, el hombre la miró con dulzura. Creo que se trata de una señal, dijo Besfort. Pide permiso para hacer el amor contigo. Ella se mordía las uñas.
La misma atmósfera propia de una secta imperaba alrededor de ellos. ¿Damos una vuelta?, preguntó ella. En cuanto se levantaron, le tomó de la mano y a él le pareció natural que fuera ella quien le guiara. Como Virgilio, pensó. Mientras caminaban, los ojos de ambos se detuvieron de pronto en una de las puertas. «Masaje»…
Besfort había terminado de ducharse. Rovena estaba sin duda en las últimas páginas de la novela. Anselmo ha regresado del pueblo para conocer el resultado de la historia. Lotario le dice naturalmente lo contrario de lo que ha sucedido. Anselmo parece feliz. La prueba de la fidelidad ha terminado. Lotario entra y sale ahora en la casa como si de la suya propia se tratara. El gran engaño ha triunfado. Todo está del revés. Cuanto más se ensalza el honor de Camila, más profundamente se hunde ella en el fango. Lo mismo que Lotario. Hasta que una noche todo se va al garete. Con los ojos cegados por los celos, Lotario ve a un desconocido salir furtivamente de la casa de Anselmo. Un nuevo amante de Camila, piensa de inmediato. Granuja, rufián, canalla depravado. Estas son las palabras de Anselmo que le vienen a la mente, pero bajo una nueva luz.
A Besfort siempre le ha parecido que la historia termina en este punto. El epílogo, la cólera de Lotario contra Camila, el impulso de vengarse, los enredos de la criada, la huida de los dos pecadores, el escándalo, finalmente la muerte de los tres (debida, respectivamente, a la locura, a una lanzada en la guerra, al aburrimiento del convento), todas estas peripecias nunca las ha leído Besfort con atención.