– Es verdad. Te lo he prometido.
Ella aspiró profundamente.
Es la hora en que la chica alegre le cuenta al cliente curioso su destino de huérfana. El padre alcohólico, la madre sonada…
¡Oh no, basta ya!, la interrumpió tapándole la boca con la mano. Adivinó sus labios posados sobre el dorso en la leve presión de un beso y sintió que se le desgarraba el corazón.
10
La misma noche. El texto hermético
Lentamente comenzó a referirle su desciframiento del texto. Raras veces se había dado al público de manera tan disimulada un engaño de tamañas dimensiones. Un colosal triunfo del artificio. Cada cual espera su turno para burlar o para ser burlado. Al comienzo Camila, la joven esposa, es engañada por su propio marido, Anselmo, que la pone a prueba. Luego por el amigo de la familia, Lotario, que acepta participar en el juego. Más tarde, por segunda vez por Lotario, ahora su amante, que no le cuenta cómo ha comenzado todo.
La otra víctima es Anselmo, el Curioso impertinente. Engañado por los dos, por Camila y Lotario, que a sus espaldas se convierten en amantes.
La indecencia impera a tal escala que cuando Lotario actúa honorablemente es calificado de traidor, y cuando se convierte en tal es ensalzado como un santo. Y lo mismo vale para Camila. Es sospechosa de fementida cuando no lo es, se cantan sus alabanzas cuando ha caído.
El único en esta historia que traiciona sin ser traicionado parece ser Lotario. ¿Te parece que es así?
Rovena no sabía qué responder. En efecto eso es lo que parece, continuó Besfort. Pero puede que se trate de todo lo contrario. Es posible que la única víctima de la infamia sea él.
Continuó explicando cómo en la novela el pasaje más enigmático es en el que se describe que una mañana, con el alba, Lotario descubre a un desconocido saliendo de la casa de Anselmo. La primera sospecha es terminante: Camila tiene un amante. ¿Se lo ha buscado ella misma? ¿Lo ha reclutado Anselmo con objeto de repetir la prueba? Curiosamente, Cervantes sólo alude a la primera hipótesis. La segunda, tan pertinente como la primera, incluso más, ni siquiera la menciona.
Para un lector atento se plantea un grave interrogante: ¿Qué busca Lotario antes de amanecer ante la casa de Anselmo? ¿Por qué acecha? ¿De qué sospecha?
A partir de aquí todo el texto queda patas arriba. He aquí la nueva lectura:
Tras su compromiso o su matrimonio, Anselmo y Camila descubren las delicias del sexo. Se entienden tan bien que el lecho conyugal, tan denostado como un espacio para el aburrimiento, se convierte en el altar de un placer insaciable. Tornándose cada vez más refinado, ese deseo los empuja hacia una drástica emancipación. Todo lo que han oído decir o imaginado sobre el sexo se convierte en objeto de su experimentación. Posturas insólitas, experiencias, obscenidades: no se detienen ante nada. En las cenas entre amigos, en el mercado, en la misa dominical, no tienen pensamientos más que para eso, para la hora de la noche en que, con una bujía en la mano, ella se aproxima al lecho donde, más vacilante que la llama, él la espera. En la inmensa y lóbrega España, repleta de catedrales y prohibiciones, de espías de la Inquisición, ellos dos, a diferencia de la mayoría, experimentan una incandescencia de la carne que escasa gente conoce. Es esto lo que les transporta cada noche hacia esferas desconocidas. Los límites son superados uno tras otro, transgredidos los pudores y los tabúes. Hasta que un día se encuentran ante una puerta imponente. ¿Te gustaría probar con otro? Largo silencio. Luego las palabras: ¿Por qué no?, seguidas de la pregunta: ¿Y a ti? De nuevo el silencio. Y acto seguido la respuesta: Para ser sincero, sí.
De este modo, temblando de temor y de deseo, se encaminan hacia la gran prueba. Todo es inquietante. La elección del amante-víctima sobre todo. El primer candidato que les viene a las mientes, Lotario, es rechazado de inmediato por los dos. Es demasiado próximo. Resulta excesiva la osadía. Buscan otros, pero también los descartan. A uno debido a su calvicie, al otro por cualquier otra tara, al tercero porque no da la talla, al último por ser falto de virilidad. Camila observa con satisfacción que su esposo no emplea tretas intentando elegir a alguno que sea inferior a él. Esto facilita el retorno de Lotario a la escena. Camila no oculta que le parece el más adecuado. Anselmo no está en contra. De modo que les conviene a los dos. En otras palabras, los excita…
Eso es lo que se hace, y ocurre lo que dicen los hechos referidos. Con la sola diferencia de que Anselmo no se marcha nunca de la casa. Loco de deseo, sigue con los ojos los preparativos de Camila para recibir al otro. Percibe su impaciencia, que se añade a la suya. Luego, desde el lugar donde se oculta, con el beneplácito de Camila, lo observa todo. La confesión de amor por parte de Lotario, el asentimiento de Camila, su aproximación, los primeros besos. Luego, desde otro punto de observación, acecha cómo se introducen en el lecho, su desnudez, el gemido familiar de Camila, sus blancas piernas abiertas sin pudor tras haber hecho el amor… Ahora, arde de impaciencia porque el otro se vaya cuanto antes para hacer a su vez el amor con su esposa.
Así prosiguen las cosas durante varias semanas, puede que varios meses, hasta el día funesto. Que tiene lugar es un hecho fuera de toda duda. Que Lotario, ahora en el papel de emboscado, ve a alguien salir furtivamente de la casa es algo perfectamente creíble. Lo que no lo parece tanto es el episodio tal como lo cuenta Cervantes. Es decir, el flirteo de la criada, etcétera. En realidad, el que sale no es el amigo de la criada sino el amante de Camila.
He aquí la continuación de la historia de acuerdo con la nueva lectura:
El ansia por llegar más lejos conduce a Camila y a Anselmo a cansarse rápidamente de Lotario. Como sucede a menudo en casos semejantes, buscan nuevas fuentes de excitación. De este modo se cumple lo que desde el principio había sido proyectado por Anselmo: la búsqueda de una nueva pareja. Y así es como sucede.
Lotario ha captado algo, por eso ha comenzado a alimentar sospechas. Esas sospechas son las que le mueven a apostarse durante noches enteras frente a la casa de su amigo. Hasta que descubre la verdad.
Aquí cae el telón del drama. Y junto con él la oscuridad. Algo grave sucede, algo que les conduce a los tres a la muerte, pero esto, se ignora por qué, no se cuenta.
… Cansado, Besfort permanecía callado desde hacía unos instantes. Como sucedía a menudo cuando ella se disponía a hablar tras un silencio, fueron sus pestañas las que se movieron primero.
– Extraña historia -dijo Rovena sin mirarle-. ¿Quieres saber lo que sucedió en el Lorelei? -añadió al cabo de un momento.
Él se tomó algún tiempo para responder.
– No te he contado la historia con esa intención, puedes creerme.
– Te creo. De todos modos yo siento deseos de contarlo.
El sintió una punzada familiar en el corazón.
Ella hablaba con los ojos orientados hacia el techo, como si se dirigiera a él.
Ni uno ni otro se miraban. Con voz monocorde, como si hablara de otra, Rovena confesó lo que había sucedido. Así lo escuchó también él, con frialdad, mientras pensaba no sin tristeza que toda curiosidad tiene un plazo de prescripción y que, al parecer, el del Lorelei ya había expirado. El avance de ella hasta la cama de los masajes, el propio masajista «adecuado», del modo en que tanto Besfort como ella lo habrían calificado… o Camila y Anselmo antaño… el límite difuso entre el masaje y la caricia amorosa, la tentación, la vacilación, el abandono del cuerpo a su antojo, finalmente el bloqueo inexplicable al borde del abismo, todo esto se lo relató ella con una sorprendente precisión.
– Esto fue todo -dijo-. ¿Lo lamentas?
El no respondió de inmediato. Se aclaró la voz, tosió.
– ¿Lamentarlo? ¿Por qué?
El silencio se tornó desagradable.
– Por lo que sucedió… aunque no sucediera nada…