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Ambos sabían el uno del otro. Pero cada cual de manera diferente. Un día en que Rovena se refirió a una nueva experiencia con Besfort y la pianista la interrumpió diciendo: Basta, no quiero saber nada de eso, y la otra le contestó que con Besfort sucedía todo lo contrario, Lulú Blumb palideció.

¿Qué significa todo lo contrario?…

Era demasiado tarde para que Rovena pudiera elaborar una respuesta tranquilizadora… Lo contrario significaba que él no solamente no pretendía impedir que saliera con ella… sino que le gustaba saber… vamos, que encontraba placer en… llegando incluso a empujarla a reconciliarse cuando se enfadaban la una con la otra.

Puta, le había gritado Liza. Se había servido de su amor para encender el deseo de aquel mequetrefe. La había puesto en venta lo mismo que los que vendían vídeos en el top manta. Como una idiota, había permitido que él la utilizara como a una muñeca. ¿Te enteras de lo que quiero decir? ¿Entiendes el alemán? ¿Sabes lo que significa muñeca? Ein manikene, en eso es en lo que él te convierte. Como los chulos de tu país que colocan a sus novias en las esquinas. Lo habrás leído en los periódicos, imagino. Lo habrás escuchado en la radio. Pero tú, no contenta con aceptar ese juego, me has metido en él a mí también. Y su señoría, con su generosidad propia de un chulo, resulta que te permite verte conmigo. En otras palabras, me arroja una limosna, una limosna que en este caso eres tú. Porque hasta ese punto te has dejado arrastrar, lo mismo que una muñeca que se entrega a modo de limosna; y del mismo modo me has rebajado a mí, ¡como si fuera una pordiosera a la puerta de la iglesia!

Empavorecida, Rovena escuchaba aquellos lamentos que le resultaban más insoportables que los gritos. El no sentía celos porque ni siquiera existía ante sus ojos. Para él, para su mentalidad de macho balcánico, ella, Lulú Blumb no era más que algo estrambótico, un espantajo, una pompa de jabón con la que Rovena se engañaba a sí misma para soportar sus días de servidumbre.

Entonces le pedía perdón por la palabra «puta», y también por las demás. Admitía que no estaba en condiciones de medirse con semejante monstruo. Reconocía su derrota. Tal vez fuera preferible que no se volvieran a ver. No le quedaba otra cosa que decirle excepto: ¡Que Dios te proteja!

Rovena estaba igualmente desconsolada. Le pedía perdón a su vez. Le decía que no debía tomarse todo aquello tan a pecho. A fin de cuentas, él era su marido.

¿Tu marido?, había gritado ella entre sollozos. Era la primera vez que lo escuchaba. Le había dicho lo contrario… Aunque en realidad era así… Ellos lo mantenían en secreto… Al menos para ella, Rovena, así era… Pero tú estabas dispuesta a venir conmigo a aquella pequeña capilla griega en mitad del Jónico, para que nos casáramos… Es verdad, pero en el fondo eso no cambiaba nada… Él es mi marido en otro sentido, quiero decir en otro espacio…

3

Marido secreto, otro espacio… Según Lulú Blumb, era él y sólo él quien instilaba en la cabeza de Rovena ideas semejantes. Ella se encontraba completamente indefensa ante ese perverso influjo. No resultaba fácil, desde luego. Ella misma, Lulú Blumb, a quien podría haberse creído automáticamente inmunizada a causa del odio que sentía hacia él, en ocasiones, a causa del terror de ella, se sentía contaminada.

Su proposición de matrimonio fue la primera ocasión en que le pareció que había tomado ventaja sobre el otro. La tristeza de Rovena en compañía de Besfort Y. al pasar ante las iglesias de Viena sin penetrar en ninguna de ellas… en ninguna de ellas para intercambiar sus anillos… es lo que había provocado que su mente se viera de pronto iluminada por la idea de que aquéllas no eran las iglesias de ellas dos, pero que ella, Lulú, podía conducirla a otro templo, el que reconociera un amor distinto.

¿Existía realmente una capilla perdida en algún lugar entre Grecia y Albania donde las lesbianas unían sus vidas o todo aquello no era más que un fruto de la fantasía?

Hacía largo tiempo que corrían rumores acerca de ello. Sin embargo en ninguna parte figuraba dirección alguna. Ni siquiera el nombre de una agencia turística o matrimonial, ni la menor huella tampoco en Internet. Se sospechaba de tráfico, como es natural. Se hablaba de una red clandestina que, a cambio de una suma de tres mil euros, reclutaba aquí y allá a las dientas con objeto de proporcionarles, además de los esponsales, tres días paradisíacos con la elegida de su corazón en hoteles de fábula. El resto resultaba fácil de imaginar: patrones griegos o albaneses que hasta entonces se dedicaban al transporte de clandestinos a través de la frontera ahora, por el mismo procedimiento, las desembarcaban en parajes desiertos, simulaban extraviar el camino por efecto de la niebla, las violaban y las volvían a embarcar en sus lanzaderas, les hacían dar unas vueltas con el fin de desorientarlas, para abandonarlas por fin en algún pedregal aislado o aún peor: las ahogaban presos de una locura asesina o, empujados por un arrebato de ebriedad inexplicable, se arrojaban ellos mismos a las olas para de este modo perecer entre gritos junto con ellas.

Rovena no sabía nada de esto, mientras que Lulú Blumb, aunque aterrada por los relatos, se negaba extrañamente a renunciar a su proyecto de viaje.

Ciertos días le parecía que esta tentación misma no era más que una irradiación emanada del cerebro implacable de su rival. Era probable asimismo que Besfort Y. hubiera buscado hacía tiempo otra iglesia distinta. Para él y para Rovena. Una iglesia diferente para su extraña relación.

Puede que, por desconfiar de este mundo y sentirse extranjero en él, estuviera rastreando desde hacía tiempo otra realidad. Y como siempre sucedía, había logrado contagiarle aquel descarrío a Rovena.

Poco antes de su muerte, una mañana antes del alba, desvelada entre sollozos, ella le había contado a Lulú el sueño que acababa de tener: un mostrador de aeropuerto donde ella pedía un billete de avión, pero no había plazas en el vuelo, y ella se empeñaba, rogaba, amenazaba, insistía en que debía partir cuanto antes, pues debía llegar a toda costa a su país, Albania, donde dos reinas habían muerto una tras otra, y ella, la tercera, se encontraba lejos, al mismo tiempo que la funcionaría del aeropuerto le decía: Señorita, está usted en la lista de espera como una pasajera más, ni mucho menos en calidad de reina, pero ella repetía que lo que decía era la pura verdad: Una reina, y que la esperaban en la catedral de Tirana y que si acudía llevando dos clases de vestimenta era porque ignoraba por qué iba… para unos esponsales o para un funeral…

Es probable que, como muchas mujeres jóvenes en este mundo, llevara a cabo una transposición del estado de sierva para situarse en el de reina, o viceversa, sin conseguir encontrar su lugar natural.

A las innumerables interpelaciones del investigador acerca de la nueva especie de amor que, al parecer, habían buscado Rovena y Besfort, la pianista no estuvo en condiciones de ofrecer respuestas claras. A partir de las explicaciones de ella, el investigador cayó sobre la pista de indicios anteriores, espigados de aquí y de allá, relativos a la primera forma del amor, la que había prolongado su vigencia durante dos millones de años y que, como resultado de la mezcla de los vínculos de sangre con el deseo, había abarrotado el planeta de idiotas y tarados. Siempre según Besfort Y., si bien las gentes comprendieron muy pronto que la procreación debía tener lugar con personas ajenas al clan, fue preciso el transcurso de cientos de miles de años para que la atracción entre hombre y mujer, después de una interminable sucesión de nacimientos, adoptara la forma del amor tal como es conocido hoy. Aunque extremadamente tardío (tal vez tres o cuatro mil años antes de la construcción de las pirámides), este nuevo amor, rebelde y fulminante como el día del fin del mundo, consiguió hacer frente al antiguo amor, un anciano de millones de años. A la arcaica, fastidiosa pero tranquilizadora fidelidad de la sangre le había opuesto la incertidumbre vertiginosa, con su regusto de riesgo y su arrebato. Rivales a ultranza, ninguno de los dos había logrado sin embargo derrotar al otro. De tiempo en tiempo, el viejo mamut adormecido conseguía incluso suplantar a la joven fiera hasta el punto de poner en duda su propia existencia.