Выбрать главу

La entrada de la base está iluminada. Por ella transitan sin cesar coches patrulla y vehículos militares, mientras los periodistas esperan que comprueben sus credenciales antes de dejarlos entrar. En las instalaciones reina el mismo revuelo: los jeeps pasan a toda pastilla, los soldados se echan a un lado para salvar el pellejo y se oyen órdenes diversas que no tienen un origen definido, como en las películas norteamericanas. Sentado junto a mí, Parker sonríe satisfecho. Un grupo de periodistas, conducido por un oficial de Marina, se dirige a la zona de prensa.

Los monitores de la sala de operaciones muestran todos la misma imagen: un barco fantasma que navega de noche con las luces apagadas y dos helicópteros que lo sobrevuelan. Exactamente detrás de las pantallas y de los operadores, se ha formado una segunda línea que no despega los ojos de las imágenes del barco. En ella se encuentran el ministro, Guikas, el comandante de la base naval y Stazakos. Parker me deja y se acerca a ellos. Yo me quedo detrás, imaginándome el pánico con el que vivirán los secuestrados, mi hija y Fanis entre ellos, este viaje a lo desconocido. Visto que no puedo dejar de pensar en ello, me acerco también a los monitores, por si con el jaleo me distraigo.

Hay dos líneas telefónicas abiertas funcionando a la vez: una conectada con los helicópteros, la otra con Panusos.

– En este momento el barco ha dejado atrás Paleosuda y se encuentra en alta mar, a la altura del aeropuerto -informa uno de los pilotos-. Pero no gira hacia el mar de Creta; tampoco sigue la ruta de los transbordadores que van al Pireo. Va bordeando la costa, prácticamente a la misma distancia de un guardacostas.

– Panusos, ¿me oyes? -Es la voz de Stazakos.

– Le oigo, comandante.

– ¿Podrías ponerte en contacto con ellos?

– Negativo. El equipo de radio del barco está desconectado.

– Vuelve a intentarlo.

– Lo intento sin cesar, señor. -Como si quisiese demostrar que es cierto, Panusos interpela a los del barco-: ¡La autoridad portuaria a El Greco! -Lo repite dos o tres veces, pero no recibe respuesta.

Sobreviene un silencio. Nadie habla. Todos se han quedado sin teorías y propuestas. Parker, a mi lado, se pone a hablar solo: «Todo esto es muy extraño, no tiene sentido. This is very curious. It doesn't make sense». Los demás mantienen la mirada fija en el barco, que sigue navegando en la oscuridad; sin embargo, ya no es una oscuridad completa: no está en alta mar, y a su izquierda se intuyen las siluetas de la costa.

– O hay mala mar o navegan de costado -se oye la voz de un piloto desde el helicóptero.

– ¿A qué te refieres? ¡Sé más claro! -apremia Panusos por la otra línea.

– Helicóptero número uno, responda -se oye la voz de Stazakos.

– Hemos sobrepasado el monasterio de Guvernetos, en dirección a Spileos Kazolikós.

– No creo que lleven a los rehenes al muelle antiguo a tomar un café -comenta alguien con ironía, pero lo ataja la severa voz del ministro:

– No es momento para bromas.

– Tal vez están buscando una bahía solitaria donde echar el ancla y donde no podamos acercarnos con facilidad -añade Stazakos.

– ¿Para qué van a buscar una bahía? ¿Para desembarcar a escondidas? -salto yo, pero al instante me arrepiento, no es el momento de manifestar mis diferencias con Stazakos. Guikas lleva razón.

El ministro se vuelve abruptamente y me fulmina con la mirada.

– ¿Quién es este hombre? -le pregunta a Guikas.

– El comisario Jaritos, de homicidios.

La expresión del ministro cambia y me repasa de arriba abajo con la mirada. Después se limita a añadir un «Ah, bien», sin más comentarios.

– Kostas is right -arguye Parker-, esta gente no está jugando al escondite ni al gato y al ratón. Quieren que nos sintamos impotentes y que perdamos los nervios.

Nadie le contradice, ni siquiera el ministro. Nada de bromas delante del gran jefe, me digo a mí mismo. De repente se oye jaleo en el pasillo, fuera de la sala. Ruido de carreras en una misma dirección.

– ¿Qué ocurre ahí fuera? ¡No quiero más sorpresas! -grita el ministro, como si pretendiese prohibirlas.

Voy hacia la puerta y la entreabro. Veo que los periodistas salen de la sala de prensa y corren hacia la salida.

– Los periodistas se van -comunico a todos y a nadie en particular.

– Suda carece de interés para ellos -comenta Guikas.

– Helicóptero dos a base -se oye en ese instante por una de las líneas abiertas-. Señor, en este momento El Greco entra en el golfo de Janiá.

– ¿Y hacia dónde va? ¿Hacia Kúgapi o al puerto veneciano?

– Sigue recto, como si se dirigiese a Kolibari.

Guikas levanta los brazos, desconcertado.

– ¡No entiendo nada! -exclama desesperado.

Parker, que hasta ese momento había estado de pie, siguiendo las evoluciones del barco en la pantalla, se aleja de mi lado y se dirige a un mapa grande de Creta, extendido sobre la mesa. Toma una regla y empieza a hacer mediciones en busca de algo. Por un instante nuestras miradas se apartan del barco y se vuelven hacia él, sin entender. ¿Qué busca exactamente? La regla se detiene en un punto y Parker pregunta:

– What are these?

– Son las islas Zodorú -le contesta uno de los operadores-. Oficialmente se llaman de San Teodoro, pero la gente de Janiá las llama Zodorú.

– Van hacia allí -dice Parker-. Se hallan frente a Janiá, pero a una distancia de seguridad. Se situarán cerca de la ciudad, pero lejos de la base de Suda, para no correr el riesgo de que les asaltemos por sorpresa.

Al cabo de hora y media tenemos que darle la razón: El Greco fondea delante de las oscuras bahías de las islas Zodorú.

Capítulo 8

Se llama Igor Chaliapin y habla griego a su manera, con un acusado acento ruso. Dice que lo aprendió cuando era agregado en la Embajada de la antigua Unión Soviética, durante la época de la Perestroika, lo cual significa que era agente del KGB. Ahora no esconde su rango: director del CBRF, el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa.

Nos lo han enviado esta mañana desde el Ministerio del Interior por orden del primer ministro. A nuestro ministro le ha amargado el día que su colega ruso pise su territorio, pero era una «orden del primer ministro» y se lo ha tenido que tragar, igual que de niños nos hacían tragar aceite de ricino.

Estamos reunidos en la sala de deliberaciones todos los miembros del team greco-americano, tal como nos llamaban durante las Olimpiadas, excepto el ministro. Ha aceptado la presencia de Chaliapin por «orden del primer ministro», evidentemente, pero después de estrecharle la mano nos lo ha enviado aquí y no ha vuelto a ocuparse de él.

Igor Chaliapin nos echa una ojeada a todos y arranca a hablar en inglés. Al contrario que el griego, su inglés es impecable. Es lógico: ni Grecia ni la lengua griega son tan importantes como para que la enseñen en el KGB.

– ¿Podrían proporcionarme información de primera mano, señores? Todo lo que sé es por las noticias.

Stazakos asume el encargo y en diez minutos ha terminado. Chaliapin le escucha con una de esas sonrisas que preceden a una explosión.

– Así pues, resumiendo -dice cuando Stazakos acaba-, los terroristas podrían pertenecer a una rama de Al Qaeda, pero el modelo, el modus operandi -pronuncia con énfasis la expresión latina-, no concuerda. No nos engañemos: sabiendo como sabemos que los islamistas utilizan la táctica de dar el golpe y huir, hace mucho que habrían volado el barco y se habrían descubierto.