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– ¿Cómo dieron con Ifantidis? -le pregunto a Petrakis.

– A través de un casting.

Por la expresión de mi rostro, comprende que ignoro lo que significa la palabra casting y decide explicármelo con el aire aburrido de quien ha de ilustrar a un ignorante.

– Trabajamos con agencias que nos proporcionan modelos. Cuando necesitamos uno para un anuncio, nos ponemos en contacto con estas agencias y les damos el perfil de lo que buscamos, es decir, sexo, edad, color… Las agencias nos envían una serie de fotos, y de éstas hacemos una primera selección para decidir a quién convocaremos para rodar una prueba de vídeo. Cuando visionamos los vídeos, hacemos la elección final.

– ¿Y qué agencia les envió al joven?

– No lo sé, yo no me ocupo de eso -me dice fríamente, como si estuviese acostumbrado a preguntas como la mía-, pero seguro que lo sabe la señora Kúrteli.

La aludida aparece en ese instante: es una morena de unos treinta y cinco años, alta y delgada, que no usa maquillaje. Lleva un conjunto de color granate y el pelo recogido en la nuca. Tras sentarse entre Vlasópulos y yo, dice en tono compungido:

– ¡Qué pena lo de este chico! No sabe usted qué lástima me da. Irse de este mundo, así, tan injustamente.

El reparto de funciones en la empresa funciona a la perfección, me digo. Petrakis manifiesta su disgusto por la pérdida empresarial, mientras que la Kúrteli lo hace por la personal.

– Stela, ¿recuerdas quién nos envió a Stelios? -le pregunta Petrakis.

– La Star Models.

– ¿Podría darnos su dirección? -pregunta Vlasópulos.

– Esperaba que me la pidiesen, la tengo aquí. Es una agencia con la que trabajamos a menudo -dice al tiempo que le alarga una tarjeta de visita.

– ¿Conocía bien a la víctima? -le pregunto.

Se encoge de hombros, como si tuviera algún reparo en responder.

– Les explicaré el procedimiento corriente, para que lo entiendan. Nosotros vemos el casting y, si nos gusta un modelo, firmamos un contrato con él y lo enviamos a plató. Cuando termina el rodaje, vuelve, le pagamos y hasta la próxima ocasión. Como comprenderán, seguimos el principio de no mantener ninguna clase de relación con ellos. -Hace una pausa y añade-: Pero con Stelios sí tuvimos una charla.

– ¿Hacía mucho que se conocían? -le pregunto, porque en estos casos suele haber una antigua amistad o un pariente lejano.

– No, pero me caía bien.

Se da cuenta de que me pregunto a mí mismo cómo se puede apreciar a alguien al que conoces muy poco y puntualiza:

– La mayoría de modelos, comisario, son del estilo «ahora haz esto y ahora esto otro», como decimos nosotros. No saben siquiera estar de pie, ni moverse, ni caminar. Te pasas días para que aprendan lo más elemental. Stelios tenía talento, sentido del humor, y era espabilado. Después del casting, nuestro escenógrafo me llamó y me dijo: «¡Hemos encontrado un tesoro, una mina!». Realmente, la expresión, la sonrisa y, sobre todo, su manera de moverse eran completamente naturales. ¡Le pidieras lo que le pidieras, te lo hacía a la primera! -Tras una pausa, añade-: Vaya usted a saber, ¡tal vez sea verdad eso de que lo llevan dentro!

– ¿A quiénes se refiere?

– A los homosexuales. Stelios lo era -contesta mirándome a los ojos, para ver mi reacción.

– ¿Era actor?

Se echa a reír.

– No, comisario, nunca contratamos actores.

– ¿Por qué?

– Porque se creen que están haciendo arte y quieren interpretar -interviene Petrakis-. Nosotros pedimos estilo, no interpretación.

– ¿Saben si hacía algo más, aparte de trabajar como modelo?

– Me parece que estudiaba algo, pero no quisiera mentirle -retoma la palabra la joven-. Tal vez la señora Lazaratu, de Star Models, lo sepa.

– Creo que ya no tenemos nada más que hablar -dice Petrakis, impaciente, y se levanta.

Me ha picado, y gustosamente lo tendría otra media hora haciéndole más preguntas, pero no estoy de humor para perder el tiempo. En realidad, no desean decirnos mucho más. Petrakis nos despide con un breve apretón de manos y Kúrteli nos acompaña hasta la salida.

Una vez en la calle, consulto la hora. Son ya las siete y media y si quiero visitar a Lazaratu, de Star Models, me perderé el informativo de las ocho y me pondré fatal esperando el de las doce. Decido que la angustia por mi hija y por mi futuro yerno tiene prioridad sobre una investigación y decido dejar a Lazaratu para mañana. Le digo a Vlasópulos que se ponga en contacto con la comisaría del barrio de Exarjia para que envíen una patrulla y precinten el apartamento de la víctima.

Vlasópulos vuelve a Jefatura y un taxi me lleva a la calle Aristokleus. Le digo al taxista que vaya por Patisíon y Stadiu, en lugar de ir por el campo del Panatinaikos y la Embajada de Estados Unidos. El hombre me mira de reojo y me espeta:

– ¿Me vas a enseñar tú ahora el oficio?

– No quiero enseñarte nada, sólo quiero estar en casa antes de las ocho.

– Estarás -es su respuesta categórica, mientras tuerce por el Tribunal Constitucional.

Nos chupamos el atasco en las callejuelas de Guizi y el hombre suda tinta para llegar a Kirilu Lukáreos. Para acabar de complicar las cosas, la policía que custodia la Embajada de Estados Unidos ha cerrado al tráfico la calle Kokali. Por suerte un poli me reconoce y deja pasar al taxi. A lo largo del trayecto el taxista insulta al primero que lo adelanta y grita a los que le impiden pasar; la radio del taxi sigue la misma línea: ha empezado con canciones de taberna, después ha seguido con las tradicionales y las populares, para acabar con los cánticos religiosos. Con el salmo «Escuchemos la palabra del Señor» llegamos a la puerta de mi casa y subo corriendo para llegar a tiempo de ver las noticias.

Estoy convencido de que la primera noticia será la de El Greco, pero en lugar de un primer plano del barco anclado ante las islas Zodorú, veo la foto de Stelios Ifantidis. Debe de haberla proporcionado la agencia Helias o la Star Models, porque es evidente que está tomada por un fotógrafo profesional. El joven mira a la cámara y sonríe con falsa ingenuidad.

– Todos ustedes recordarán al joven Stelios Ifantidis por el anuncio de telefonía móvil que ha aparecido en los medios de comunicación -dice el presentador, y a continuación sale el anuncio de Stelios cogiendo un móvil y diciéndole a la cámara la frase que todo el mundo conoce: «¿Quién ofrece la tarifa más baja, cuatro horas de llamadas gratis y los SMS más baratos? ¿Todavía no lo sabe?».

El anuncio se corta poco antes de que salga el nombre de la empresa, y aparece un corresponsal.

– Zanos, ¿hay alguna novedad sobre el misterioso asesinato de Stelios Ifantidis? -pregunta el presentador.

– Hasta ahora no disponemos de ningún comunicado oficial de la policía, Andreas. Desgraciadamente, en estos momentos en la policía reina el caos debido al secuestro de El Greco. Lo único que hemos podido averiguar es que una patrulla de servicio ha hallado a la víctima en el Centro Olímpico del Fáliros. Aún se desconoce la hora de la muerte y si el crimen se cometió en el Centro Olímpico o si lo trasladaron allí, ya cadáver, después de asesinarlo.

A continuación aparecen fotografías recientes del Centro Olímpico del Fáliros.

– Ésta es la lamentable imagen que ofrece el Centro Olímpico del Fáliros un año después de los Juegos, señoras y señores telespectadores -añade el presentador-. En estas ruinosas instalaciones ha sido hallado el cuerpo sin vida del desventurado Stelios Ifantidis.

Intento convencerme de que no hay ninguna novedad sobre el secuestro; de haber sido así, habrían informado de ello antes que de la muerte de Ifantidis. Pero, por otro lado, no estoy en absoluto seguro de que, para las cadenas de televisión de este país, el secuestro de El Greco sea una noticia más importante que el asesinato de una «estrella de la publicidad».