– Dele uno o dos días, para que se recupere. ¡Por favor!
– Está bien, tampoco corre tanta prisa -la tranquilizo-. Primero hablemos nosotros dos y, si es necesario, entonces también hablaremos con ella.
Me lleva a una cafetería delante de la playa. Pedimos unos cafés, ella un capuchino, yo uno griego con bastante azúcar. Enciende un cigarrillo y da varias caladas seguidas.
– ¿Cómo ha podido pasarle esto a Stelios? -exclama-. Dios mío, ¿cómo? -A continuación, a pesar de saber que la respuesta será negativa, me pregunta-: ¿Han detenido al asesino?
– No. Desgraciadamente aún no sabemos nada. Pero, esté donde esté, ¡le encontraremos! -No estoy tan seguro de eso, pero se lo digo para subirle la moral.
– ¡Y qué más da que lo encuentren! ¿Acaso le devolverá la vida a mi hermano? -De los nervios, de repente sonríe-. Qué falsa muestra de generosidad la mía, ¿verdad? ¡Todos decimos lo mismo, que nadie nos lo devolverá! -La sonrisa se desvanece con la misma brusquedad y exclama-: ¡No, quiero que le cojan! ¡Quiero verlo en el banquillo de los acusados y que le caiga cadena perpetua, eso es lo que quiero!
– ¿Sabe qué tipo de vida llevaba su hermano en Atenas?
– La verdad, no. Mire, mi madre y yo no nos movemos de Jalkida. Sé que Stelios estudiaba decoración en la Escuela de Bellas Artes y que se ganaba la vida haciendo anuncios de televisión.
– ¿Sabe si tenía enemigos o, en todo caso, si había alguien que tuviese cuentas pendientes con él, o que quisiera hacerle daño?
Se encoge de hombros.
– ¿Qué enemigos puede tener un joven que estudia decoración y que hace anuncios? -De pronto le parece haber captado mi pregunta en todo su sentido-. En cualquier caso, no se drogaba, eso se lo garantizo -me dice.
– Nos han dicho que era…
– ¡Homosexual! -se me anticipa a pronunciar esa palabra, tal vez por miedo a oír una expresión peor en boca de un madero-. Les ha faltado tiempo para correr a contárselo, ¿verdad? -añade con amargura.
– Lo hemos descubierto durante la investigación.
– Y puesto que era homosexual, tenía que ir vendiéndose por bares de mala fama, vestirse como un travestí o hacer la calle en Singrú, ¿no? -Lo dice en tono provocador, casi vulgar, no tanto para ofenderme a mí como para hacerse daño a sí misma.
– ¿En qué trabaja usted? -le pregunto.
– Soy asistente social.
De súbito recuerdo una cosa que me dijo Fanis un día: «Mire, una investigación policial se parece un poco a un diagnóstico médico. Empiezas buscando lo más evidente. Para la medicina, lo evidente son las enfermedades más comunes. Para la policía son los enemigos de la víctima, las relaciones sospechosas, los movimientos poco habituales… Primero descartamos todo esto y después seguimos adelante». Así investigamos siempre, y no sólo cuando se trata de homosexuales.
– Si Stelios no hubiese sido homosexual, ahora sería un padre de familia, comisario. ¡Era un chico tan tranquilo y hogareño!
– Así pues, descarta que su muerte se deba a enemistades o a diferencias que tuviese con personas de su círculo. -Dudo un instante, pero al final me decido a añadir este doloroso comentario-: Insisto en este punto, porque el asesinato de su hermano tiene elementos que recuerdan a una ejecución.
Cierra los ojos un instante y se oprime las sienes con las manos. Ahora la voz le sale casi como un susurro:
– Ya se lo he dicho: Stelios vivía en Atenas, nosotros en Jalkida. De modo que no conozco a sus amigos. Pero sé qué tipo de persona era mi hermano y todo lo que me dice lo considero improbable. -Ve que estoy a punto de levantarme y siente la necesidad de disculparse-. Perdone que haya saltado al hablar de la homosexualidad de mi hermano.
– No se preocupe.
– Hemos sufrido mucho por culpa de eso. -De repente, vuelve a mostrar un cinismo agresivo-. Mi padre nos abandonó porque “su hijo le había salido marica”.
– ¿Cuándo se enteró? -Pienso que si les abandonó recientemente, no habría que descartar la posibilidad de que el padre quisiese limpiar la vergüenza de la familia de manera drástica.
– Él nunca se dio cuenta, pero alguien con mala fe le fue con el cuento. Mi padre tiene una pequeña empresa de transporte. Un día se peleó con un cliente que no le pagaba, le insultó, le llamó maricón y el otro le respondió que el maricón lo tenía él en casa. Esto sucedió cuando Stelios estudiaba el último año de instituto. Mi padre regresó a casa, lo agarró del cuello de la camisa y empezó a preguntarle si lo era. Seguramente esperaba que su hijo le dijese que era un machote, un griego como Dios manda, pero él le contestó que su sexualidad era asunto suyo y que no se metiera. Papá la emprendió a golpes con él. Después la tomó con mi madre. Le culpó de que el hijo les hubiese salido maricón, recogió sus bártulos y se fue.
– ¿Por qué la tomó con su madre?
Se encoge de hombros.
– ¿Qué quiere que le diga? Porque no pegaba lo bastante a su hijo. Porque lo hizo artista, y para mi padre todos los artistas son maricones. O porque lo parió con el sexo cambiado. Escoja usted lo que más le guste. A pesar de ello, Stelios superó aquella terrible crisis y consiguió entrar en Bellas Artes. Cuando le salió lo de los anuncios daba saltos de alegría. No por hacer de modelo, sino porque comprendió que ganaría dinero y dejaría de ser una carga para mí y para mi madre. -Respira profundamente y añade-: Por eso le digo que mi hermano tal vez fuese homosexual, pero tenía más determinación que diez hombres juntos. -Consulta su reloj y se levanta apresuradamente-. Si no tiene más preguntas, me voy. Mi madre se despertará y no quiero que empiece a buscarme. -Me tiende la mano para despedirse-: ¿Cuándo podremos llevárnoslo para enterrarlo? -me pregunta atribulada.
Lo más delicado lo he dejado para el finaclass="underline"
– Tal vez mañana.
No se despide de mí. Mientras la veo alejarse a buen paso, me digo que hay algo que no encaja. Si Stelios era un santurrón, como sostiene su hermana, ¿por qué alguien lo había ejecutado descerrajándole una bala en la frente? Porque su asesinato olía a ejecución a kilómetros de distancia. A no ser que interpretase con maestría el papel de santo en casa y en Atenas estuviera de mierda hasta las cejas. Cabe una tercera posibilidad, que me produce escalofríos con sólo pensarla: que nos enfrentemos a un monstruo que tenga en su punto de mira a los maricas. Naturalmente, es una frivolidad llegar a tamaña conclusión a partir de un único asesinato. Tendré que ver cómo evoluciona el caso, y espero equivocarme.
Antes de salir de la cafetería consulto el reloj. Ya son las once. Llamo a Vlasópulos y le digo que me concierte una cita con la señora Lazaratu, de Star Models, a primera hora de la tarde, para poder registrar antes el apartamento de Stelios Ifantidis.
Subo al Mirafiori y tomo la carretera en dirección a Atenas. Salir de Jalkida no resulta difícil, pero el tráfico se intensifica a medida que nos acercamos al puente. Preveo que las pasaré moradas hasta llegar a la autopista, pero antes de enfilar el puente suena otra vez el móvil y oigo la voz de Guikas.
– Tengo buenas noticias. El capitán de El Greco ha pedido que tengamos listas lanchas fueraborda y botes hinchables para recoger pasajeros. Por lo que nos ha dado a entender, liberarán a unas ochenta personas, principalmente ancianos y mujeres con niños.
– ¿Cuándo los dejarán ir?
– No lo sé exactamente. Estamos a la espera. Han avisado también a los medios de comunicación.
– Le agradezco que me haya informado.
– Pero ¿qué dices? ¿Pensabas que te tendría a dos velas? -comenta casi ofendido.
– ¿Qué opina Parker?
– Lo considera una señal esperanzadora. Si hay alguna novedad, volveré a llamarte.