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– ¿Te dijo por qué?

– Me dijo que si se enfadaba de verdad, podría llegar a matar a alguien, y que le trataba muy mal. A veces me parecía que Stelios sufría de manía persecutoria. Estábamos tomando un café, por ejemplo, y de repente se sobresaltaba porque creía que había visto pasar a su padre. O de noche miraba por la ventana convencido de que estaba apostado fuera y que le esperaba.

De nuevo sale a relucir su padre, pienso. Es la tercera vez que aparece en la investigación, y siempre aseguran que es violento. Creo que tendré que hablar con él, aunque me parece bastante improbable que matase a su hijo de un disparo a quemarropa. ¡Señor, qué cosas, sólo me falta que el asesino sea de la familia! Respecto a los tres chicos, ninguno de ellos tiene la complexión robusta del motorista, el amigo de Stelios al que había visto la señora Teloni. De modo que a los compañeros de la víctima hay que considerarlos testigos y descartarlos como posibles sospechosos de asesinato.

No consigo acabar mi razonamiento porque me interrumpe el teléfono. Descuelgo y oigo a Kula:

– Comisario, ¿podría subir un momento?

– ¿Podrías esperar unos minutos? Estoy en medio de un interrogatorio.

Duda un instante, pero después insiste:

– Creo que es urgente.

– Sigue tú -le digo a Vlasópulos-. Y cuando hayas acabado con los chicos, localiza al padre.

Mientras espero el ascensor para subir a la quinta planta, concluyo que tanta urgencia se debe a que Guikas, desde Creta, quiere que le ponga al corriente. Seguro que Kula lo tiene al teléfono y por eso me ha pedido que suba de inmediato.

Mis elucubraciones hacen aguas cuando entro en el despacho de Kula y lo encuentro vacío. La puerta del despacho de Guikas está abierta y oigo voces que proceden de su interior. Se me ocurre que el jefe ha vuelto y que ha preguntado por mí, pero cuando entro, en lugar de a Guikas veo a Kula sentada en su butaca con los ojos pegados al televisor. Poco antes de salir hacia Creta, Guikas había pedido que le llevaran uno al despacho para seguir las noticias.

Miro la pantalla con curiosidad. El Greco sigue inmóvil ante las islas Zodorú, como hace días.

– Fíjese en la bandera del palo mayor -me dice Kula.

Levanto los ojos y al lado de la bandera griega veo ondear otra tricolor: roja, azul y blanca, y, a un lado, una especie de escudo, con una cruz en el centro y una corona.

– ¿Qué bandera es ésa?

– Han dicho que la de Serbia.

– ¿Te has vuelto loca, Kula? -le grito, más sorprendido que enfadado-. ¿Me estás diciendo que son terroristas serbios? Los serbios no cometieron en Grecia ningún acto terrorista ni durante la guerra de Bosnia ni durante la de Kosovo, cuando la OTAN los bombardeó. ¿Ahora se despiertan?

– No sé qué decirle, comisario. Además, ¡yo qué sé cómo es la bandera serbia! He oído que lo decían y yo le transmito la información.

– Lo habrá dicho algún periodista analfabeto que no sabe de qué va nada.

– Venga, comisario, como si no hubiera enciclopedias. -El comentario es casi una provocación a mi persona, que soy un maniático de los diccionarios, y lo encajo-. Sea como sea, si se trata de serbios, saldremos ganando.

– ¿Por qué?

– Porque los serbios no harán daño a nuestra gente. Ahora usted y su esposa podrán tranquilizarse un poco.

El barco desaparece de la pantalla y en su lugar aparece el presentador de las noticias:

– Hasta ahora no se han producido más cambios, señores telespectadores -informa-. La policía cree que la bandera que han izado es la de Serbia, y ello aún plantea más interrogantes. En todo caso, la policía espera establecer contacto de un momento a otro con los secuestradores. A continuación daremos paso a nuestro corresponsal en Janiá, por si dispone de alguna información de última hora. Dimos, ¿me oyes?

– Te oigo, Iannis. De momento no hay ninguna novedad. Como tú decías, la policía espera establecer contacto en breve con los terroristas.

– ¿Tenemos alguna información contrastada sobre su nacionalidad?

– Aparte de la bandera, ninguna. De todos modos, la policía no descarta la hipótesis de que pretendan engañarnos.

Le digo a Kula que baje el volumen y llamo a Guikas al móvil, pero comunica. Lo intento con Adrianí. El teléfono suena, pero nadie lo coge. Probablemente esté en algún lugar de la costa y no me oye por culpa del ruido. En mi desesperación llamo a Parker, que descuelga de inmediato. Le pregunto qué piensa de la bandera y de qué nacionalidad, en su opinión, podrían ser los terroristas.

– I don't know -es su honesta respuesta-. Tal vez sean realmente serbios que quieren recuperar Kosovo. U otros que nos intentan despistar.

Le quiero preguntar por qué cree que nos quieren despistar y qué sacarían con ello, pero de repente me dice con brusquedad:

– Sorry, I have to go. Something is going on. Algo ocurre en el barco.

– What? -le pregunto, pero no recibo respuesta alguna porque ha colgado.

No me quedo mucho tiempo con la duda, porque El Greco vuelve a aparecer en pantalla.

– Dimos, ¿ves movimientos en cubierta? -pregunta el presentador.

– Sí, algo sucede.

– ¿Podrías acercar el objetivo el máximo posible?

La cámara se acerca y enfoca a dos individuos vestidos de negro, como la muerte, apostados en la borda del barco, con Kaláshnikov en las manos y mirando hacia el centro de cubierta. Al cabo de un instante, otros dos traen a un hombre rubio con los brazos atados a la espalda y una venda en los ojos.

– Dimos, ¿temes lo mismo que yo? -pregunta el presentador con voz trémula.

– ¡Por desgracia, sí! Me recuerda una ejecución -responde el periodista.

Apoyan al hombre rubio en la borda y una de aquellas muertes negras se coloca detrás de él. Se oye una detonación y el cuerpo del hombre se inclina lentamente hasta caer al agua.

– ¡Dios santo! -oigo chillar a Kula, pero no me inmuto.

Corro al teléfono y llamo a Vlasópulos.

– ¿Has acabado? -le pregunto.

– Sí, y he dado con la dirección del padre de Ifantidis.

– ¡A la mierda! El asesino puede esperar. Me voy a casa. Hace un segundo los terroristas han ejecutado al primer rehén.

No espero a oír lo que pueda decirme Vlasópulos. Salgo del despacho de Guikas y bajo los peldaños de dos en dos. Si pudiese, pediría un helicóptero que me dejase en la azotea de mi casa.

Capítulo 17

Escuchad lo que tenemos que deciros, políticos de pacotilla, diputados de salón, plutócratas que sólo sabéis contar las ganancias en euros. Nosotros, los voluntarios griegos, hemos luchado aliado de nuestros hermanos serbios por la Libertad y la Ortodoxia, enfrentándonos a la barbarie islámica, mientras nuestros políticos, vendidos a la OTAN, hacían la vista gorda cuando bombardeaban Serbia y abrían las fronteras de Grecia a los que mataban a nuestros indefensos hermanos serbios. Y ahora queréis entregarnos al Tribunal de La Haya, un tribunal creado por Estados Unidos y los países de la OTAN, para que nos juzguen como criminales de guerra. Tenemos en nuestro poder a los pasajeros y a la tripulación de El Greco, y no los dejaremos en libertad si no se satisfacen nuestras reivindicaciones. Exigimos:

Primero, que se interrumpan los procesos iniciados por los jueces griegos en relación con nuestra participación en la batalla de Srebrenica, unos procesos que tienen como objetivo entregarnos al Tribunal de Justicia de La Haya. Que el Gobierno griego reconozca oficialmente que en Srebrenica no se produjo matanza alguna. Eso son cuentos inventados por los americanos y sus lameculos europeos. Lo sucedido en Srebrenica fue una legítima defensa de los cristianos ortodoxos frente a los carniceros islamistas. Nosotros, los voluntarios griegos, honramos la bandera griega que alzamos en Srebrenica.